Juan: Fidel dijo algo interesante. Cito de memoria, así que quizá me equivoque: «El hombre es un ser lleno de instintos, de egoísmos, nace egoísta; pero, por otro lado, la conciencia lo puede conducir a los más grandes actos de heroísmo». Quizá habría que revisar lo de la conciencia, pero sí es cierto que desde el vamos es egoísta, un pequeño monstruito, agresivo, ególatra.
Enrique: Recuerdo que Rousseau, de quien recién hablamos, o no, perdón, Voltaire, sí, sí, era Voltaire en el Cándido, decía algo así como (también cito de memoria): «¿Creéis que en todo tiempo los hombres se han matado unos a otros como lo hacen actualmente? ¿Que siempre han sido mentirosos, bellacos, pérfidos, ingratos, ladrones, débiles, cobardes, envidiosos, glotones, borrachos, avaros, ambiciosos, sanguinarios, calumniadores, desenfrenados, fanáticos, hipócritas y necios?». Su respuesta, por supuesto, es sí.
Juan: Bueno, se ve que muchos tuvieron la intuición. Gente tan distinta como un iluminista francés del siglo XVIII o un marxista consumado como Fidel Castro en el siglo XX, o alguien como Freud, que parece que conocía bastante las profundidades del alma humana: todos coincidieron en lo mismo, que no somos muy buenos que digamos.
Enrique: Y no es que nos haga “malos” la propiedad privada. Por supuesto, la defensa de la misma lleva a cosas increíbles, inimaginables, de una malicia suprema que asusta: armas de destrucción masiva, torturas, engaños de los más viles, aniquilación de poblaciones enteras, y un largo etcétera que es de terror. Pero podríamos preguntarlo al revés: ¿por qué se desarrolló la propiedad privada? ¿Por qué, hace diez mil años, cuando surge la agricultura y existe un excedente social, alguien se constituyó en clase dominante?
Juan: Lo mismo me pregunté yo tantas veces. El análisis marxista es absoluta y radicalmente cierto. Ahí, con la producción excedente al aparecer la agricultura, surge una diferencia de clase y se constituye la diferencia que persiste hasta ahora. Pero, ¿por qué alguien se apropió ese plus-producto?
Enrique: ¡Cabal! Surge el propietario, el dueño, el patrón, o como se le quiera llamar. Pero, warum?, como diría Marx. ¿El más fuerte, el más osado, el más mañoso, el más cabrón? Por algo se tejió la historia así. No hubo una solidaridad de base a partir de la que todos, por igual, repartieron ese excedente. Alguien se constituyó en superior. Después, como diría Marx evocando a Horacio en sus Sátiras: de te fabula narratur, sobre ti la historia ya está contada. Es decir, vinieron las interminables luchas de clase hasta hoy. Y eso lo sabemos perfectamente. El materialismo histórico lo estudió a la perfección, con lujo de detalles. Pero también lo sabe la economía capitalista. La clase dominante sabe que sus privilegios asientan en la explotación. Serán muy cristianos, se golpearán mucho el peso, pero saben que están jodiendo a quienes trabajan. En otros términos: alguien siempre se tiene que joder, para decirlo de manera popular. Luego vendrán las justificaciones, etcétera, etcétera. Todos sabemos que hay que explotar a alguien para hacer dinero; después se podrán lavar las culpas en la iglesia. ¡Qué hipocresía!, ¿no es cierto?
Juan: Preocupante, ¿verdad? Si vemos la historia, la que conocemos al menos, el conflicto está siempre presente. La lucha de clases es el motor de la historia, decimos. Lo cual es cierto. Pero… ¿nos podríamos quedar solo con la lucha?
Enrique: Eso es lo que llevó a un tipo profundo como Freud -y Einstein decía lo mismo, ¿te acordás esa famosa carta donde se preguntan por las causas de la guerra?- lo llevó, decía, a plantear esa «mitología conceptual», como él la llamaba, de una pulsión de muerte.
Juan: Muy cierto, camarada. Y contrariamente a lo que una lectura ingenua -o quizá malintencionada- del psicoanálisis puede arrojar, esa pulsión, esa fuerza vital, esa energía, está siempre presente. ¿Cómo entender, si no, la profusión interminable de guerras? Hoy día hay más de 20 frentes de guerra abiertos en el mundo. ¡Increíble! Millones y millones de dólares gastados en armamento. Muertos, heridos, mutilados y gente sufriente por todos lados. Sin caer en tontos y vacíos pacifismos, hay algo que llama la atención en lo humano. ¿Por qué tanta, tanta, pero tanta violencia? Armas nucleares listas para hacer volar en pedazos el planeta. ¿Qué pasa con la especie humana?
Enrique: Tenés razón. Lo mismo pienso. ¿Solo la defensa a muerte de la propiedad privada produce guerras, violencia, conflicto? Con aquello de «sos la cosita más linda del mundo», con que una madre inaugura la entrada al mundo de cada bebé -esa es la historia de los neuróticos, es decir de los llamados «normales»-, con esa entrada ya queda asegurada la tensión de base.
Juan: Coincidimos. De nuevo la misma pregunta: ¿por qué la historia se construyó así? ¿Por qué, cuando hubo abundancia con el sapiens sapiens y su descubrimiento de la agricultura, no se formó una sociedad comunista? O, para decirlo en clave marxista, ¿por qué se abandonó el comunismo primitivo? ¿Qué hizo que alguien se erigiera en superior y nacieran las clases sociales? ¿Por qué no se siguió viviendo en la presunta armonía que era la comunidad primitiva, una comunidad de iguales sin diferencias sociales?
Enrique: Difícil hablar de eso, muy complicado. Es especulación, porque nos perdemos en las tinieblas de los tiempos. Lo que sí se puede ver es que no nos sobra la bondad. La agresión está siempre a flor de piel. Por la menor tontera podemos reaccionar mal. Por una pequeñez, dadas las circunstancias, cualquiera puede ser violento. Yo he visto gente que por un pequeño accidente de tránsito, intrascendente en definitiva, saca una pistola y mata a otro.
Juan: Es cierto. Y esto lo tenemos que plantear con altura. Por supuesto, no estamos entronizando la violencia, ni un presunto darwinismo social que premia al más fuerte. ¡Jamás! Pero si observamos con objetividad el fenómeno humano, vemos que hay cosas aterradoras…, pero no solo por la propiedad privada. ¡Somos terribles a veces! ¡Unos monstruos!
Enrique: Por ejemplo, ¿cómo explicar eso que ahora llaman bullying? O sea, el acoso que se hace de uno más débil.
Juan: O la violencia que se puede ver en un estadio de fútbol entre porras enfrentadas. ¡Parece mentira que alguien insulte a otro simplemente porque le va al equipo contrario!
Enrique: Parece mentira… ¡pero es una cruda realidad! ¿Y qué me decís de la gente que observa una pelea de box! ¡Qué criminales!
Juan: O una corrida de toros. O la riña de gallos, o de perros, como se ha comenzado a dar ahora.
Enrique: ¿Y qué me decís del kick boxing, el boxeo tailandés, que se ha popularizado tanto recientemente en nuestros países? La gente quiere ver sangre. Al menos, eso grita el público en esos combates. Bueno…, pero así somos, un poco -¿bastante?- crueles, despiadados. También puede pasar en la izquierda.
Juan: Con el comunismo eso no debería suceder más. Allí, así se dijo siempre, estaríamos en el primado de la solidaridad. Pero… ¿nos lo podemos creer así de simplemente?
Enrique: Creo que toda el agua corrida bajo el puente, y con lo que nos viene del psicoanálisis en muy buena medida, si somos verdaderamente autocríticos tendríamos que abrir una pregunta.
Juan: En eso estamos totalmente de acuerdo, compañero. Hay que ir más allá del egoísmo, de esa ética simplista, ramplona, tremendamente pobre de ser más que el otro porque uno tiene más dinero, un vehículo de lujo, o muchos vehículos de lujo. Eso es tremendamente pobre.
Enrique: Por supuesto. La cuestión estriba en la dificultad de construir esa creatura nueva. El hombre nuevo como la llamó el Che.
Juan: Exacto. Pero… ¡uy!, qué complicación esa. ¿Hombre nuevo?
Enrique: Sí, bien complicado. Al menos, siendo consecuentemente guevarista, siendo comunistas en el más cabal sentido de la palabra, podemos tener la esperanza de ir construyendo ese nuevo engendro.
Juan: El mismo Che lo decía: «El comunismo es un fenómeno de conciencia y hay que desarrollar esa conciencia en el hombre, de donde la educación individual y colectiva para el comunismo es una parte consustancial a él». Dicho así, aunque sepamos de las tremendas dificultades en juego, podemos albergar esperanzas.
Enrique: ¡Por supuesto! Aunque las cosas son algo más complicadas que como las pensó Guevara, su intuición es correcta: hay que educar para algo nuevo. Pero… ¡complicado!, ¿no?
Juan: ¡Tremendamente complicado! Freud, a su modo, también dijo algo parecido. Aunque parezca mentira, Freud no veía con malos ojos la Revolución bolchevique de 1917. Muchos lo toman por un viejo pequeño-burgués conservador, pero su posición era realmente de avanzada. Era subversivo, ayudó a construir una ética subversiva, totalmente novedosa.
Enrique: Es cierto. Por allí hay una carta suya, o una conferencia, no recuerdo bien, donde dice que una revolución de tamaña magnitud como la socialista puede empezar a educar-formar a la gente de una nueva manera, con otros principios, con otra ética, y eso puede dar como resultado un nuevo sujeto, no tan lleno de conflictos como el actual.
Juan: O sea que todo depende de cómo nos construimos, cómo entramos a la civilización, para no decir simplemente cómo nos educamos.
Enrique: ¡Cabal! ¡Exactamente! Pero para eso se necesita toda una sociedad nueva. Es decir: ¿qué es primero: el huevo o la gallina? ¿Una sociedad nueva o un hombre nuevo? Seguramente una sociedad, una matriz que nos vaya haciendo distintos. Una sociedad que nos prepare para algo distinto del egoísmo consustancial que tenemos.
Juan: Es difícil la apuesta, ¿verdad?
Enrique: Dificilísima. Pero la puerta está abierta. Por supuesto que una sociedad nueva debe tener una nueva ética. Por eso creo que el psicoanálisis, además del marxismo más riguroso, nos puede ir preparando para esa nueva escala de valores.
Juan: Te voy a decir algo que no me atrevo a decir en público, porque para los marxistas es casi sacrílego, blasfemo.
Enrique: Intuyo por dónde vas, porque más de alguna vez lo hablamos, sin profundizarlo demasiado. Y creo que compartimos. Dale, atrévete sin vergüenza, que no soy el Comité de Censura. Aquí no hay hogueras del Santo Oficio de la Inquisición ni Torquemadas.
Juan: Con tu chiste lo dijiste todo. En las primeras experiencias socialistas: la rusa, la china, la cubana, siguió habiendo Comités de Censura... ¿hogueras inquisitorias? Quizá no hay otro modo, es un momento imprescindible. De ahí que Marx hablara de una dictadura del proletariado. Se entiende el concepto, ¿no? No es una dictadura: es un momento donde los hasta ayer desposeídos, explotados y reprimidos, ahora son clase dominante, son poder. Y se imponen. Se imponen a sangre y fuego, como no hay otra manera de imponerse. El poder no puede ser horizontal: es impositivo. El que manda, ¡manda!