La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.
(Joseph Goebbels)
Amable lectora, estimado lector, pensarás que este título es un intento de paradoja o un oxímoron forzado… Nada de eso, se trata de un atributo benéfico de la aplicación adecuada del terrorismo gubernamental o de estado, si lo prefieres. Quiero decir, favorable a los propósitos del poder y positivo para el pragmatismo maquiavélico de la Derecha que nos gobierna, coludida, de manera tácita, con ese engendro de falsa Izquierda que en Chile bautizamos como Nueva Mayoría, a cuya coalición de paniaguados y oportunistas (Lagos, Insulza, Letelier, para muestra tres botones que no sostienen la pechera de un traje) se ha sumado el Frente Amplio, con sus nenes revolucionarios rococó-contenidos, que confunden los manejos de la política con derribar monitos en el PlayStation.
Después del 18 de octubre de 2019, los indignados e insatisfechos rebeldes civiles nos sentimos triunfadores ante la multitudinaria eclosión por la justicia social, el despertar ciudadano tan esperado. El sistema comenzaba su derrumbe, el neoliberalismo y su dragón ejecutor, el capitalismo salvaje, iban a desplomarse en breve plazo. Sebastián Piñera, desvergonzado especulador, renunciaría a la Presidencia de la Nación, además, por inepto y huérfano de apoyo en su propio sector. Se sucedieron las manifestaciones multitudinarias a lo largo y ancho del país, encabezadas por jóvenes valientes que desafiaban las armas; como contraparte, grupos desenfrenados de narcos y saqueadores, infiltrados por policías de uniforme y de civil, se dieron a cometer actos vandálicos en contra del primer valor moral y filosófico de la Derecha: la propiedad privada.
La respuesta de los represores no se hizo esperar: cuarenta muertos, seiscientos heridos graves con pérdida de visión, tres de ellos ciegos, mujeres violadas, cerca de cuatro mil detenidos. Organismos de derechos humanos, criollos y foráneos denunciaron al Gobierno. Hubo gran revuelo, sobre todo internacional.
Los más ilusos justicieros anunciaban la inminente defenestración de Piñera y su cohorte de ladrones de cuello y corbata. Algunos, alentados por el juez Baltasar Garzón, ya veían al sátrapa tras las rejas, como ocurriera con Pinochet, aunque fuese tras los blancos muros de The Clinic.
Los medios de comunicación masiva, léase televisión abierta, diarios La Tercera, El Mercurio y sus pasquines de medio oficio y estrecho cacumen, ponían el grito en el cielo en contra de los violentistas, anarcas y terroristas que destruían, sin piedad, el «patrimonio nacional». Los personeros de Gobierno, aterrados ante el descontrol imperativo de las masas (organizaciones sociales en rebeldía), prometieron al pueblo «el oro y el moro». De boca del tembloroso Sebastián se escuchó, durante treinta días seguidos, la palabra «humildad», categoría tan ajena a él como podría serlo el concepto de «ética». Se encadenaron, una a una, las promesas verbales, todas ellas reunidas en una gran canasta sin fondo que se denominó agenda social, conjunto de proposiciones demagógicas y populistas de las cuales ni una sola, en tres meses, se ha llevado a cabo, salvo la limosna cacareada de un bono de indigencia.
Se sucedieron las propuestas legislativas, obstruidas o distorsionadas, una a una, por la indigna minoría parlamentaria, mediante el subterfugio perverso de esos dos tercios que amañarán cualquier idea o propósito que atente contra sus intereses de clase. La patética y ridícula oposición se alineó con la derecha en el mismísimo centro de operaciones del abuso y la prevaricación: La Moneda. Firmaron un acuerdo por la «paz social» y la «nueva Constitución», cuyo texto Jorge Luis Borges hubiese incluido, sin titubeos, en la Historia Universal de la Infamia. Boric abrazó a Kast, Desbordes palmoteó a Montes, Coloma le guiñó el ojo a la Sánchez, Allamand bromeó con Letelier… No sabemos, a ciencia cierta, si la extensa y «agotadora» reunión terminó en el Liguria, donde habría hecho de anfitrión Jorge Melnick, con su yunta, Ricardo Meruane, animador ocasional de quintas de recreo y opinólogo del tres al cuarto.
A través de las llamadas redes sociales, hemos ido descargando la indignación y las decepciones, en constante denuncia y reclamo, suerte de retórica que se vuelve inútil catarsis. Los memes reemplazan acciones propositivas; las descalificaciones y caricaturas constantes del momiaje criollo hacen creer que los detentadores del poder político y económico son necios, inadvertidos que no se percatan de la gravísima convulsión social que corroe los cimientos del sistema.
Nada de eso. Si bien nuestros carcamales de la derecha están lejos de exhibir la inteligencia en un sentido aristotélico –mucho menos en creatividad estética-, derrochan sin tasa la artera categoría de la astucia, para defender lo que consideran suyo por voluntad divina. En esto, han sido muy hábiles y lo seguirán siendo, si no reaccionamos con premura, oponiéndoles una lucha sin respiro ni cuartel.
Llevamos dos meses contribuyendo a la anestesia de la praxis revolucionaria, entregando al Gobierno y a sus secuaces los beneficios de una tregua que les ha permitido recuperar la respiración obstruida, rehacerse, estrechar filas y articular la estrategia mediática que les está procurando buenos resultados. Se trata, ni más ni menos, que la puesta en escena de una obra dramática, no por conocida menos eficaz: el terror suministrado en dosis periódicas y constantes, fortalecido por la propaganda masiva, según el viejo modelo de Goebbels.
Una sucesión cotidiana de montajes, algunos denunciados en redes sociales, con mucho menor eco mediático, como la quema de buses dados de baja, puestos en la vía pública como oportunidades a la mano para exacerbar el vandalismo criminal de quienes buscan transformar a Chile en una especie de «Venezuela austral», con sequía y todo. Saqueos puntuales y bien localizados, con avisos previos a los canales de la tevé amarilla, cuyos periodistas reportearán aquellos sucesos hasta la saciedad. Entrevistas sucesivas a modestos emprendedores que ven vulneradas sus «fuentes de trabajo». Encuestas veraniegas para demostrar que los comerciantes del turismo local no podrán sacar «cuentas alegres», cuando el barómetro de la felicidad de la patria se mide por la sonrisa de los mercaderes. Exhibición de alarmantes cifras de desempleo y aumento de ocupaciones irregulares. Los desmanes de pequeños grupos «violentistas» en los recintos deportivos, resultan inaceptables para una población futbolizada como la nuestra y deben generar otra exigencia de repudio y apelación a la «paz», estado anodino que juega en contra de toda justa rebeldía. En resumen, se trata de culpabilizar al movimiento protestatario y reivindicativo de las lacras propias del sistema, endilgándole la cesantía, la inestabilidad, el desorden; incluso, la injusticia endémica del modelo y la discriminación en todos los ámbitos de una sociedad ha mucho fracturada por la expoliación.
En este país, donde la supuesta libertad de expresión se reduce solo a medios alternativos de menor alcance y resonancia, los grandes desinformadores de la opinión pública están en manos del poder económico y acatan su voluntad ideológica. Así, desde el estallido social, se ha venido configurando un proceso de expurgación de elementos conflictivos o sospechosos de posibles actitudes díscolas o contestatarias, más evidente aún en la televisión abierta, entregada por completo a defender el statu quo imperante, máxime cuando sus «rostros públicos» constituyen un grupo estrecho de privilegiados del modelo, que han transformado el periodismo, ya sea en una sonriente y estúpida anuencia farandulera o en una vitrina de truculencias y sensiblería ramplona. Periodismo isleño y aldeano, ciego ante la realidad que arde bajo sus narices, desconectado del acontecer internacional, salvo para hablar en forma sesgada y negativa de Cuba o de Venezuela. Herencia de la dictadura, estilo Don Francisco, que ha cambiado muy poco en treinta años de democracia cautelada.
Y si de cultura se trata, o de subcultura al estilo Evópoli, el gobierno de piñeristas ágrafos confirmó su negativa de asistir a la Feria de Artes Visuales más importante de Europa, a desarrollarse en Madrid. Se habla de una «venganza» de la Derecha chilena en contra de uno de los ámbitos donde tiene más detractores: la cultura, espacio mínimo y menesteroso para sus acólitos colijuntos, aunque nombren ministros a sus artistas de salón alfombrado. No en balde se hacen eco de la frase de Goering, otro paradigma político para su acción contrarrevolucionaria: «Cuando escucho la palabra cultura, saco mi pistola».
Como afirmara Filebo, «el último exponente de la derecha civilizada fue (al parecer) Jorge Alessandri». Se refería, claro, al gran aporte materializado por su Gobierno, cuando entregó a la Sociedad de Escritores de Chile el inmueble de Simpson 7, nuestra Casa del Escritor, más un subsidio de carácter permanente que fue interrumpido durante la dictadura por los padrinos filosóficos de Cruz Coke.
La mayoría de los empresarios de hoy, especuladores a tiempo completo, zafios de gustos y palurdos de ideología, ejercen una presión desembozada sobre los trabajadores, sacando partido de las miserias del capitalismo salvaje que les nutre. La amenaza mayor, el miedo permanente, es el fantasma de la cesantía. Aun si ganas una mierda, digamos doscientos cuarenta mil pesos mensuales (valor líquido del salario mínimo en Chile, equivalente a 300 dólares, en el país más caro de Latinoamérica), el patrón te dirá que te des con una piedra en el pecho, porque tienes trabajo y hay cincuenta huevones en la puerta, esperando por una oportunidad.
Este «buen terror», que está provocando un efecto eficaz, lento y seguro, proyectado también para fortalecer el «NO» en el plebiscito de abril venidero, debiera alertar a las fuerzas progresistas. Las simples ideas del maestro Goebbels, renovadas por ejecutores mercenarios de palacio, se expresan de manera elocuente en interrogantes tan básicas como adormecedoras: ¿Qué gano yo, un modesto trabajador asalariado, con una nueva Constitución?, ¿quién nos asegura que no caeremos en el caos?, ¿acaso vamos a cambiar a unos ladrones por otros?, ¿quién nos va a dar pega si quiebran los emprendedores?
Etcétera.
No quisiera yo transmitir desencanto y frustración a través de mis palabras, pero tampoco puedo callar en estas horas de incertidumbre y falta de conducción política del Movimiento Social. Estoy viejo, quizá, a mis 79 años, aunque me niego a jubilar de rebeldía y desobediencia civil...
Quizá marzo reviva los aires de lucha, cuando los jóvenes corajudos y generosos vuelvan a las calles y disipen, definitivamente, este “buen terror” esparcido por la canalla dorada que nos desgobierna.
Amén.