En la vida personal, el envejecimiento depende menos de la edad fisiológica que de la edad social. La edad social es inversamente proporcional a la capacidad de pensar, sentir y vivir lo nuevo como futuro, como tarea, como presente por vivir. Se es tanto más joven cuanto mayor es la capacidad de vivir la vida como si esta fuese una experiencia de nuevos comienzos constantes que apuntan, no a repeticiones del pasado, sino más bien a futuros —mapas por explorar y caminos por recorrer con disposición a enfrentar riesgos, asumir ignorancias y responder a nuevos desafíos. Es el futuro como anticipación, como «todavía no», como latencia, como potencia.
Como sabemos que nunca vivimos sino en el presente, el futuro es siempre el presente incompleto, el presente como tarea, como acontecimiento, del que somos personalmente responsables. Tener futuro es ser dueño del presente. Por el contrario, se es tanto más viejo cuanto más convencido se está de que el mundo ya ha decidido por nosotros lo que podemos esperar o no esperar y que, en consecuencia, el futuro está cerrado. Envejecer, por tanto, es vivir en constante repetición, como si cada repetición fuese única e irrepetible. Es pasar los días con la indiferencia del paseo diario.
Hay tres formas de vivir en constante repetición: como si el pasado fuese un eterno presente y tanto las rutinas como las instituciones y las noticias lo confirmasen día a día (envejecimiento por muerte viva); como si el pasado hubiese pasado dejando tras de sí un vacío inquebrantable que solo la partida de cartas, la televisión o la conversación sobre enfermedades estarían en condiciones de eludir (envejecimiento por vida muerta); y, por último, como si tanto el pasado como el futuro fuesen igualmente distantes e inaccesibles, creando así el pánico insuperable de que solo el gasto excesivo del cuerpo en alcohol, en drogas, en el gimnasio, en la iglesia o en terapia podría evitar (envejecimiento por vida sin muerte).
En las sociedades de cuerpos industrializados e informatizados en las que vivimos se crearon servicios públicos y privados para asistir a las personas con más dificultades con la repetición de la repetición. En el fondo, se trata de normalizar la decadencia. En estas sociedades el envejecimiento es siempre el resultado de un agotamiento crónico de las energías gastadas o por gastar. Consiste en colgar el cartel de entradas agotadas en la puerta del teatro de la vida, aunque no se haya representado ni una sola obra desde hace mucho tiempo, o incluso si nunca se ha hecho un primer ensayo.
En el caso de las dos primeras formas de envejecimiento, el objetivo es invertir en el pasado como si no hubiese pasado. Consiste en la cada vez mayor comercialización de servicios de envejecimiento conjunto.
Generalmente son eficaces porque la invención de la repetición oculta astutamente la repetición de la invención. La idea básica es que las experiencias de envejecimiento, por insoportables que sean, siempre son más soportables cuando se comparten. En el caso de la tercera forma de envejecimiento, en lugar de la omnipresencia del pasado, se busca la omniausencia del pasado, un eterno presente que dispense al futuro de tener que atormentar a los vivos con las malas noticias que todavía no son noticia. Son las técnicas de envejecimiento por rejuvenecimiento. Se trata de una versión modificada de la metáfora de la película El curioso caso de Benjamin Button, basada en el cuento de F. Scott Fitzgerald, en el que el protagonista nace viejo y rejuvenece a medida que pasa el tiempo hasta morir siendo un bebé. Con las técnicas de envejecimiento por rejuvenecimiento, el reloj de la estación de ferrocarril de la pequeña ciudad sureña de Estados Unidos, en lugar de ir hacia atrás, se detiene, y con él también se detiene el tiempo.
Como he mencionado, la edad social no coincide con la edad fisiológica, pero la falta de coincidencia es mayor o menor dependiendo de los períodos históricos, los contextos sociales y los factores colectivos que los caracterizan. Lo mismo ocurre con las sociedades. El mundo industrializado en el que vivimos comenzó a envejecer aceleradamente en la década de 1980. De repente, el futuro se cerró, el nuevo sentido común de que no había alternativa a la sociedad capitalista injusta, racista y sexista en la que vivíamos entró en nuestros hogares más rápido que cualquier entrega de pizza a domicilio o ubereats, se difundió a través de los noticiarios, de las redes sociales emergentes y de la sabiduría pret-à-porter de la «comentocracia».
Nuevas experiencias y expectativas de la vida colectiva estaban desacreditadas para siempre, el mundo era naturalmente injusto, los ricos eran ricos porque lo merecían y los pobres eran pobres de todo, pero sobre todo de juicio, teníamos que vivir con la imperfección, incluso si esta podía reducirse reemplazando la racionalidad de los mercados por la irracionalidad del Estado, a costa del que vivían los menos capaces de sobrevivir en una sociedad competitiva.
La primera ministra de Reino Unido, Margaret Thatcher, decretó mejor que nadie la muerte del futuro: «There is no Alternative», la famosa consigna TINA. Y Francis Fukuyama transformó esta muerte en el triunfo final de la sociedad occidental –«el fin de la Historia» –, aprovechando el hecho de que Friedrich Hegel, fallecido desde 1831, no podía rebelarse contra una interpretación tan burda de su filosofía de la historia. El cemento desarmado con la caída del Muro de Berlín se fue rearmando en mil cementerios del futuro que se fueron construyeron en todo el mundo. Y se necesitaban muchos para enterrar tanto futuro.
Este gran procedimiento para envejecer el mundo se traduce hoy de modo predominante en la primera forma de envejecimiento mencionada: el envejecimiento por muerte viva. Pero las otras dos formas de envejecimiento están igualmente presentes. El envejecimiento por vida muerta es la forma de envejecimiento preferida por los fundamentalistas religiosos. Actúan sobre el vacío provocado por el pasado y prometen hacerlo renacer bajo la forma de un futuro glorioso en otro mundo. Para los promotores de este envejecimiento, la vida que vivimos está muerta y solo puede resucitar cuando los relojes de la historia comiencen a andar hacia atrás o cuanto todos, al unísono, empiecen a dar la hora final de la eternidad. No hay responsabilidad social por la injusticia. Hay, eso sí, culpa por sufrirla; y la única solución es expiándola.
La tercera forma de envejecimiento (vida sin muerte) es la que domina en la generación de los millennials, la que nació al inicio del período en que el teatro del mundo cerraba la cortina de un futuro diferente y mejor. Fue una generación condenada a nacer vieja. Nacieron sin el pasado del futuro porque entretanto la idea de la alternativa había desaparecido del horizonte. Por eso, nunca se les ocurrió derribar el sistema injusto que les robaba la esperanza de un futuro diferente y mejor. Su objetivo fue tener éxito personal dentro del sistema. Sacrificaron tiempo, derechos, ocio y placer con la esperanza de una victoria que, para la gran mayoría, nunca llegó. Querían vencer al sistema, venciendo en el sistema. Era precisamente lo que quería el sistema para vencerlos de manera más eficiente. Esa generación es hoy la que domina en la tercera forma de envejecimiento (vida sin muerte).
La geopolítica de las estrategias de envejecimiento merece un análisis más detallado que no cabe hacer aquí. Por ahora basta tener en mente que ni el mundo envejeció de manera uniforme, ni las formas de envejecimiento se distribuyeron por igual en el planeta. Fue sobre todo en el llamado Norte global donde, paradójicamente, las personas pasaron a querer vivir más tiempo sin haber sido consideradas viejas. Lo que quiero destacar en este momento es que están surgiendo señales concluyentes de que el proceso de envejecimiento del mundo no es irreversible. No se trata de rejuvenecer lo que, como mencioné arriba, es una forma de engañar al envejecimiento. Se trata más bien de «desenvejecer», es decir, de volver a creer en un futuro diferente y en la capacidad para luchar por su realización. Se trata de rechazar la repetición infinita del presente porque está conduciéndonos inexorablemente hacia el abismo.
Emerge un deseo de lo nuevo que no es una barbarie, porque la barbarie es donde ya estamos. En todo el mundo están surgiendo revueltas de personas de todas las edades fisiológicas porque, como dije, la diferencia fisiológica no cuenta en la perspectiva del envejecimiento o desenvejecimiento del mundo. Presencias colectivas de jóvenes y viejos ocupando las calles y las plazas públicas del mundo contra la política de la repetición y los políticos repetidos, de Chile a Italia, del Líbano a la India.
Son los nuevos insurgentes disconformes con la inminente catástrofe ecológica; la concentración escandalosa de la riqueza; la captura de las instituciones democráticas por antidemócratas; la irracionalidad de los mercados supuestamente racionales; el robo de proporciones gigantescas de nuestra privacidad e intimidad por los nuevos robber-barons Google, Facebook, Amazon o Alibaba; la indiferencia grotesca por el sufrimiento de inmigrantes y refugiados muertos en el mar, en la selva, en el desierto o depositados en campos de concentración, como si Auschwitz fuese apenas una memoria cruel, hoy superada por la victoria del bien sobre el mal.
Las fuerzas políticas de derecha, que siempre se han alimentado del envejecimiento del mundo, claman asustadas contra lo que designan como insolencia, como si no fuese insolente todo lo que llevó a los nuevos jóvenes y los nuevos viejos a tomar las calles para desenvejecer. Las mismas fuerzas argumentan que no existen propuestas, o sea, repeticiones, las únicas novedades que reconocen. Pero la verdad es que hay propuestas.
De la India a Chile, las fuerzas represivas y los partidos políticos se enfrentan a la indignación de los desenvejecidos contra la letra muerta de tanta constitución. Se enfrentan a propuestas de asambleas constituyentes populares plurinacionales. Se enfrentan a propuestas de transportes públicos eficaces y gratuitos como ejercicio de la economía de cuidado con la naturaleza. Y se enfrentan, sobre todo, a la celebración de la diversidad nacional, cultural, religiosa y sexual; a la búsqueda de zonas liberadas del capitalismo, el colonialismo y el patriarcado; a la exploración de formas de economía comunitaria, campesina, indígena, familiar, feminista, cooperativa.
En la medida en que el mundo desenvejece, los poderes que produjeron el envejecimiento del mundo e hicieron del mismo la industria de su eternización se enfrentarán cada vez más a la insolencia causada por su propia insolencia. ¿Envejecerán?
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez