Leyendo la maravillosa y más que recomendable obra SPQR, Una historia de la Antigua Roma, de la historiadora, catedrática de Cambridge, Mary Beard, uno se queda realmente impactado de las similitudes de los problemas, la política o las ambiciones humanas de aquellos romanos que dieron al mundo un Senado: es decir, un foro público con más relevancia que el de Atenas para dirimir las cuestiones de un imperio. Aunque probablemente no entendieran por «imperio» nuestra concepción actual peyorativa de dominio sin discusión. Es más, en las regiones romanas — desde Hispania a Túnez (Carthago delenda est), o Turquía- si algo había era comercio, discusión, vida en definitiva.
Entre el mito y la leyenda, lo importante, como Beard afirma, es que estos romanos «nos enfrentan a la pregunta de quiénes somos». Para empezar, una historia de brutalidad y violencia crea toda una ciudad: Rómulo (casi un dios en la imaginería romana antigua) mata a su hermano Remo, se provoca el «rapto de las sabinas» – una violación masiva de mujeres de una tribu latina cercana a Roma- y se funda esta. Pero, ¿qué es lo que lleva a Roma a ser tan grande? Porque, estaba claro, en los planes de aquella pequeña tribu a orillas del Tíber no estaba conquistar todo el mundo conocido. Bastante tendrían con sobrevivir.
Para empezar, como experta, Beard desmitifica en un estilo directo, siempre poniendo en objeto de análisis y duda las fuentes con las que contamos – escritos fundamentalmente tanto en lápidas, monumentos, como en la correspondencia de personajes notables como Cicerón o Pompeyo o las obras de historiadores y literatos como Virgilio o Juvenal- quizá nuestra noción de cómo podía ser en aquella época ser ciudadano de Roma. En nuestra mentalidad imbuida de Yo, Claudio, o de Stanley Kubrik y Kirk Douglas en su versión de Espartaco, el esclavo que se rebela contra el poder, tenemos una visión algo distorsionada de lo que suponía ser romano.
En el caso de Espartaco – una figura que tiene mucha visibilidad porque resistió al mejor ejército del mundo hasta entonces durante dos años – el convertirse en héroe ideológico contra la esclavitud es algo completamente imposible, puesto que la esclavitud como institución es algo que se daba por sentado en la sociedad de aquel tiempo hasta casi el siglo XX. Tampoco funciona mucho la idea de amor romántico, puesto que los matrimonios se concertaban a muy temprana edad incluso con diferencias notables de edad entre la mujer y el hombre.
Esta práctica era aún más habitual entre las clases altas. Sí tenían una concepción más igualitaria de las mujeres que en las culturas más orientales – compartían comida y mesa con los hombres participando de sus discusiones- aunque su rol en general era de virtuoso y bello adorno del marido al que proporciona hijos.
Pero continuamos con la gran duda: ¿Cómo lograron formar un imperio partiendo de una aldea? Pues a través de la confianza en si mismos, la organización de un gran ejército, la guerra y la negociación de impuestos.
Sí, los romanos ya pagaban impuestos. Sus súbditos también, por supuesto. Los romanos no tenían un pensamiento uniforme: Los debates en el Foro sobre cuestiones de estrategias a seguir en conflictos, de impuestos, de reparto de las tierras, de evasión fiscal de personajes notables o de organización social están más que documentados.
Es decir, tenían problemas muy similares a los actuales con sus líderes políticos – afán de poder, porque prácticamente arriesgaban su estabilidad económica y social al postularse al consulado o al senado- la integración de los pueblos que habían sido invadidos – Beard documenta un viaje a Roma de un número elevado de hispanos hijos de los soldados romanos y que buscaban la ciudadanía bajo el águila para ejercer su derecho a tierras y al voto, entre otros privilegios- o cómo mantener la paz social con un territorio tan diverso y extenso.
Todo lo que representa en su valor el legado de estos romanos debemos valorarlo en su justa medida. De hecho, desde el Renacimiento hemos ido sentando las bases de nuestra cultura y sociedad en lo que creemos que fue aquella época. Pero no debemos idealizarnos o demonizarlos, sino seguir indagando y mantener esta interesante conversación desde el espejo del tiempo y la reflexión.