La trata con fines de explotación sexual es una forma de violencia contra la mujer, la cual se ejerce en el contexto de una sociedad donde su valor se encuentra determinado por su corporeidad, su sexualidad y su genitalidad, la cual se considera siempre debe estar disponible a los deseos y demandas del patriarcado.
A la mujer se le considera un objeto, algo que puede ser usado, vendido, comprado, intercambiado, y por tanto, descartado; uso, venta, compra, intercambio y descarte que además siempre es realizado por los hombres, aquellos quienes se encuentran en condición de poder frente a estas mujeres y que se acreditan su propiedad, por ejemplo: esposo, padre, hermanos, jefe o cualquier otro hombre ante el cual las mujeres se encuentren en situación de subordinación o dependencia.
No obstante, como lo ha señalado Alika Kinan en una entrevista realizada por la BBC en el año 2017, «algunas personas creen que te tienen que secuestrar o encontrar a la mujer con una jeringa en la vena para ser víctima de trata, y eso no es verdad. El secuestro es sólo un agravante de la trata». Contrario a los imaginarios sociales y mediáticos construidos, la trata es el acto de captación, que como enfatiza Kinan se fundamenta en el aprovechamiento de la vulnerabilidad de las mujeres, por esta razón, «el consentimiento no se tiene en cuenta en el delito de trata, porque la víctima está coaccionada por situaciones de vulnerabilidad, pobreza o enamoramiento».
Al respecto la antropóloga social Ixchel Yglesias profundiza y en una entrevista ha afirmado que la trata de personas es la forma de cubrir y globalizar el abastecimiento de la demanda de prostitución. De acuerdo a ello, no existen diferencias en la situación que viven las mujeres que están en situación de prostitución con proxenetas o sin ellos, pues «todas comparten el mismo espacio, están expuestas en la misma demanda, viven los mismos estigmas y sanciones sociales y, finalmente, las causas de la demanda que los llevaron a estar ahí son las mismas».
Es decir, con independencia de la forma en que estas mujeres hayan llegado a la prostitución, sea porque fueron captadas aprovechando su condición de precariedad y pauperización, o como consecuencia de la narrativa mediática, televisiva y pornográfica que presenta la explotación como empoderamiento; la realidad es que estas mujeres se enfrentan a las mismas formas de violencia machistas y riesgo letal. Las mujeres víctimas de trata con frecuencia son sometidas a agresiones físicas, violaciones y femicidio por parte de consumidores y proxenetas; pero vale acotar lo expuesto por Beatriz Gimeno en su ensayo El feminicidio invisible: feminicidio por prostitución: «no se asesinan más prostitutas en la calle que en sus propios pisos o en los pisos de los clientes, o incluso que en los frecuentadísimos burdeles».
Algunas niñas y mujeres sometidas a la explotación y comercialización de sus cuerpos, explotadas en las calles o en los prostíbulos, son asesinadas por los hombres consumidores de prostitución durante las violaciones; este hecho según explica Gimeno puede desencadenarse cuando la mujer se niega a una determinada práctica sexual, cuando reclama el precio pactado, pero principalmente, cuando no cumple con el papel asignado por el prostituyente, por ejemplo, cuando pone algún tipo de límite o transgrede el mandato de ser consumida de forma sumisa. Esto según Gimeno puede desatar la furia del agresor, por lo cual, los asesinatos de las mujeres víctimas de trata se producen en muchas ocasiones con especial ensañamiento y violencia: «acuchillamientos múltiples, con torturas o palizas previas, ensañamiento que también se manifiesta sobre los cadáveres que son, además, muy a menudo abandonados en basureros o en lugares rodeados de basura».
Estos femicidios también son perpetrados por parte de los proxenetas durante los intentos de escape de las víctimas, crímenes que se consolidan como un acto de afirmación del poder frente a otras niñas y mujeres explotadas, como aleccionamiento e intimidación contra aquellas que intenten desafiar la autoridad de los explotadores. Así mismo, estos asesinatos también son consumados por los proxenetas cuando las mujeres explotadas sexualmente dejan de ser consideradas «rentables», útiles y comercializables; ya sea por su edad, por la existencia de alguna enfermedad, o ante cualquier otra situación que amenace la rentabilidad del negocio de la explotación.
Pero esta situación continúa siendo invisibilizada en la mayoría de los registros estadísticos oficiales de femicidio de los países iberoamericanos. Solo Perú en informe ejecutivo, Feminicidio en el Perú. Enero 2009-Junio 2018, publicado por el Ministerio Público, registra que en el 1% de los casos se trataba de una mujer en situación de prostitución; mientras que en Argentina según el Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina, la cifra alcanza el 4%. Estas estadísticas sin lugar a dudas podrían ser más elevadas pues, como consecuencia de los prejuicios y estereotipos que prevalecen en nuestras sociedades, en la mayoría de los casos las autoridades se niegan a calificar como femicidios los asesinatos de mujeres víctimas de trata con fines de explotación sexual.
Así mismo, es importante mencionar que las mujeres víctimas de explotación sexual, también mueren producto de sobredosis de sustancias psicotrópicas que se ven obligadas a consumir, producto de la desatención de infecciones y enfermedades de transmisión sexual, pero también como consecuencia de las secuelas psicológicas de la trata que en muchos casos las lleva al suicidio.
Lamentablemente, pese a la grave y reiterada violación de los derechos humanos de las niñas y mujeres, esta situación continua siendo desatendida y relativizada por la academia, por los medios de comunicación y por el Estado; este último caracterizado por la ausencia de políticas públicas capaces de prevenir su ocurrencia, así como, de atender, reparar y otorgar justicia para sus víctimas y sobrevivientes.