Soy de un país donde, en el colegio, no te enseñan nada de educación sexual o sobre diversidad cultural y donde casi hay más horas de religión que de educación física. Por eso, cuando llegué a España y descubrir la calidad de cursos que se impartía a los jóvenes, me dio envidia por lo que yo no he vivido. Pero al mismo tiempo, sentí orgullo de vivir en un país avanzado culturalmente.
Qué hubiera dado yo por ser uno de estos alumnos afortunados: me hubiera ahorrado llantos, soledad y serias complicaciones.
Siempre digo que el problema de Italia es que la gente es ignorante, en el sentido de que desconoce que fuera hay un mundo que avanza en derecho sociales e igualdad.
Si un solo adulto, un educador o un profesor, hubiera explicado que hay personas diferentes culturalmente y que hay que respetarla, si aclarase qué es el feminismo y que tu novia no es tuya, qué cosas son el reciclar y el cambio climático, o qué es la diversidad sexual, a lo mejor mis compañeros hubieran aprendido algo tan o más útil que las matemáticas: el respeto a la diversidad.
Por eso, a una persona como yo, que viene de un país donde existen médicos objetores de conciencia, le duele ver el debate surgido estos días en España, espoleado por la llegada de Vox a la política nacional: la posibilidad de que se instaure un pin parental.
En esta lucha para establecer si los niños pertenecen a los padres o al Gobierno, tengo que decir que lo siento, pero no pertenecen a nadie. Nadie es propiedad de nadie. Los niños no son objetos. Los niños pertenecen al mundo.
Un padre tiene que entender que su hijo no va a estar en casa toda la vida, que no está hecho a su imagen y semejanza y se va a relacionar con otros chicos diferentes, a lo mejor con mi sobrino o mi futuro hijo, y no voy a tolerar que, por su miedo a ser cuestionado, tu hijo no se forme en esos conceptos básicos para la correcta convivencia que ya están mas que arraigados en nuestra cultura. Me refiero a la igualdad de derechos entre las personas, entre hombre y mujer, así como a la aceptación de la diversidad o la libertad sexual.
No quiero que nadie pase lo que he pasado yo.
Nadie tiene que sufrir en su propia piel las consecuencias de tener un padre con miedo a la realidad. Tenemos que formar ciudadanos del mundo, gente que respete y se respete, jóvenes empáticos que cuiden sus relaciones.
Esto solo se consigue con formación y educación.
Educación viene del latín educere, que significa «sacar». Así pues, vamos a extraer lo bueno que tenemos porque todo empieza y acaba con la educación de nuestros hijos.