La Ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. «Sapere aude!» [¡Atrévete a saber!] «¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!», he aquí el lema de la Ilustración.
(Kant, Respuesta a la pregunta: «Qué es la Ilustración»)
Imaginemos que podemos leer todas las informaciones publicadas en las redes sociales y que además tenemos la capacidad de agrupar las personas en categorías, según sus opiniones y preferencias. Más aún, que podemos seguir los cambios de opiniones y las causas precisas que los determinan, sabiendo cuántos eran los que pensaban algo específico y qué porcentaje de ellos cambió de parecer después de una noticia o evento. Imaginemos que todos estos datos son conservados y analizados de manera automática, publicados informes variado y diversos sobre tendencias políticas, de consumo y de vida en general, actualizando en tiempo real los perfiles de millones de individuos, sus preferencias y el cómo influenciarlos para que cambien de parecer.
Todo esto no es solamente factible, sino que además es ya una realidad y la pregunta urgente que tenemos que hacernos es: ¿cuáles son las implicaciones que esto tiene en nuestra manera de comportarnos y pensar? La respuesta está dada en la constatación de que la maleabilidad ha alcanzado niveles nunca vistos. Se cambia arbitrariamente de opinión, se hace a menudo y todos los argumentos que usamos para justificar esta «volatilidad» son superficiales.
La gente se deja llevar por el grupo, la falta de valores hace que las opiniones sean marcadas con violencia, se excluye y ataca a los que tienen opiniones diferentes y en política hay quienes aumentan su aceptación rápidamente para después caer con la misma velocidad. Esta situación es una seria amenaza a la democracia, que, digámoslo claramente, nunca ha funcionado por ignorancia, susceptibilidad a ser manipulados y aceptar mentiras dadas por verdad. Jamás la educación cívica ha sido más importante como hoy y jamás las deficiencias culturales han demostrado con tanta claridad nuestra inherente vulnerabilidad. Basta leer los comentarios que muchos hacen para saber que en estos casos es mejor callar, porque ante el dominio de la banalidad todo lo que se diga, será banal.
En este contexto deplorable se impone cada vez más el dogma aberrante de que una opinión es sólo una opinión y su validez no se puede confirmar ni rechazar. Detrás de esta nefasta actitud se esconde la creencia que conocimiento, estudios, experiencia y método son una variable irrelevante y que los datos son una dimensión que no hay que considerar, porque en este mundo fluido y liquidificado uno vale uno y nada o nadie vale menos o más. La situación ha llegado a tal extremo que ha desaparecido el diálogo y la exigua capacidad de reflexionar.
Esto nos lleva desgraciadamente a poder constatar que ya no existe la comunidad. Sólo una masa anónima y amorfa de la cual no nos podemos confiar. Porque la banalidad es el imperio de la irracionalidad y el mal. Los seres humanos han desclasado la razón y con ello, la irreemplazable capacidad de razonar.