Las drogas, junto al fuego y la música, fueron los elementos culturales que permitieron al Homo sapiens sobrevivir sobre otras especies, como el neandertal, modificando el autoconcepto y la capacidad simbólica de sus individuos, y creando las bases para dejar atrás el animismo más básico. Empezando así una etapa donde el chamán del grupo, que conocía los efectos de las plantas de su entorno, se convertía en el guardián de las tradiciones culturales y de las revelaciones místicas inducidas, ambas como representativas de una identidad conjunta creciente, antecesora de las sociedades, de las ciudades y del politeísmo.
Las drogas van unidas al intelecto en la manera en que ningún otro animal intenta modificar una parte de sí mismo, porque no hay un «sí mismo» autoconsciente al que poner a prueba. Se conocen casos aislados de grupos de animales en partes concretas del planeta que consumen sustancias de ciertas plantas que les intoxican, pero a gran escala se podría decir que los animales tienen sistemas de recompensa relacionados con el placer de comer cierta comida, de oler cierta fragancia, pero siempre supeditado por la función que pueda tener ese mecanismo en la supervivencia.
Después de haber dicho que nos convirtió en humanos, se puede creer que consumimos sustancias que modifican la química cerebral porque forma parte de una estrategia de supervivencia de la especie o de un individuo concreto, pero eso quedó muy atrás, y ahora es más como un órgano vestigial que sigue con nosotros sin ninguna función concreta más que la abstracción personal o la sustitución química. Al final, solo se hace por el placer social o el ritualismo más personal, derivado de una búsqueda de cotidianeidad, como puede ser tomar una cerveza con amigos o establecer como actividad obligatoriamente ineludible el tomar un café para terminar de despertar, que para algunos roza lo sagrado.
A pesar del paralelismo histórico y biológico del ser humano con las sustancias que modifican su cerebro, la palabra «droga» aún rechina en los oídos de quienes hacen distinciones basadas en cuestiones morales derivadas de la religiosidad más restrictiva y no piensan más allá, o simplemente más acá, en el presente, en las ciencias biológicas y sociales que muestran las diferencias entre las drogas para que podamos hacer un análisis más modesto y profundo, desde el entendimiento; así poder prohibir una sustancia por su mal a nivel científico, no por su historia, por inmovilismo, ni por manipulación vaticana. Si somos honestos habría que replantearse esta cuestión desde cero, y decidir cuáles deberían ser prohibidas y por qué, intentando llegar al equilibro analítico entre los beneficios y los peligros de una misma sustancia, pero solo nos hemos centrado en los peligros.
Se puede decir que la mayoría de las drogas son imitadoras de sustancias que ya están de forma natural en nuestros cuerpos, de ahí la función sustitutiva de la que hablaba. Por ejemplo, la heroína imita a las endorfinas, que son las encargadas del placer y son analgésicos naturales; la cocaína libera dopamina... Siendo así, nos podemos preguntar, ¿qué parámetros usamos para decidir las sustancias que deben ser legales y cuáles hay que perseguir como si fuera un mal de la sociedad que hay que eliminar? Nunca responden con conocimiento los que tienen el poder de hacer creer que sus respuestas importan, porque antes de responder ya la ciencia ha vendido los derechos para limitar esos parámetros a agentes externos. Así, la persecución derivada de la ignorancia y, sobre todo, de la hipocresía, se transforma en una caza de brujas internacional cuyos pilares son el racismo, el capitalismo y la ignorancia más pretenciosamente osada, que prohibe a dedo, pero en nombre del miedo y la salvación.
El LSD, por ejemplo, se ve como una droga peligrosa, pero pocos saben que el LSD, cuando se descubrió en los 50, se usaba para estudiar el cerebro y para ayudar a tratar a enfermos de cáncer terminal, pero los jóvenes empezaron a consumirlo para pasarlo bien y tener experiencias místicas, viajes (trips, le llamaron), y se produjo un cambio social en la manera de percibir qué era esa sustancia y qué debía hacerse con ella. Se entiende siempre que la cultura hippie iniciada en los 60 en Estados Unidos hizo nacer el LSD hasta convertirlo en un símbolo, pero para mi es al contrario: fue el LSD, consumido y rapidamente propagado entre los jóvenes americanos, lo que hizo que esa parte de la sociedad tomara conciencia de sí misma.
Consumir LSD hace sentir el universo como parte de tu cuerpo, crea una experiencia lúcida dando un sentido de trascendencia (de ahí que se usara con pacientes terminales) pero nacida en una sociedad apunto de romperse los polos resultantes son opuestamente irreconciliables, por eso la cultura hippie se entiende como contracultura. El LSD no es un símbolo del movimiento hippie, sino que el movimiento hippie es un símbolo del poder social de esa sustancia. Sin el nacimiento del LSD a finales de los 50, esa cultura no podría haber surgido unos años después de igual manera, así como peligrosa fue considerada la cultura hippie por el Gobierno, fue también considerada peligrosa la sustancia más simbólica de la misma. Empezó a ser perseguido, pero lo que realmente se consiguió es que los científicos no pudieran seguir investigando con esa sustancia, y durante 60 años ningún investigador ha podido seguir comprobando cómo beneficia el LSD a un paciente con un cáncer terminal. Se ponen en la balanza moral solamente los peligros a la hora de criminalizar una sustancia, y la parte de los beneficios siempre queda vacía, no por falta de ellos, sino por el interés que hay detrás para no sacarlos a la luz.
Casi misma historia es la del MDMA o éxtasis, usada en sus inicios en terapias psicológicas de pareja, en casos graves de depresión crónica, e ilegalizada por la contracultura que genera; por supuesto, a costa de interrumpir para siempre las investigaciones por la imposibilidad de la comunidad científica de encontrar la sustancia en estado puro tras esa ilegalización y por la obvia restricción, sin más.
A nivel científico, el LSD, el MDMA y el cannabis deberían ser considerados en un grupo de peligrosidad menor de lo que está clasificado ahora mismo, pero no se pueden cambiar las opiniones de un Gobierno con respecto a este tema aunque tenga el respaldo de la comunidad científica al completo, porque solo ven la percepción inicial que pueda tener la sociedad, y no ya la sociedad, sino esa parte de la sociedad que puede votar en las elecciones. Una vez que una droga es ilegal, es muy dificil la vuelta atrás, por como está configurada la vida política. En cambio, se eleva el alcohol a los altares como símbolo inocuo de la sociedad actual, donde sus consecuencias se justifican con una crítica leve al autocontrol que se nos presupone a todos. Bebe con moderación, escriben incluso en las botellas de cerveza de ¡¡un litro!!, que es tan absurdo como escribir: no te la bebas entera si estás solo, porfi.
El alcohol, siendo analizado en profundidad y teniendo en cuenta como factores, «el daño que hace a la persona que la consume, el daño que hace a nivel social a su alrededor, así como a su familia, y la posibilidad de agredir a un tercero», es la droga más peligrosa de todas, no es que lo diga yo, que no tengo autoridad ninguna, sino que se puede mirar en cualquier estudio de cualquier organismo que estudie las drogas científicamente o con colectivos que trabajen en prevención de la drogadicción, porque todos llegan a la misma conclusión. Es un sinsentido. La droga que tiene más adictos en todo el mundo, que peores consecuencias tiene socialmente para la persona que la consume, que causa más muertes propias por consumo y ajenas por accidente, contando los conductores borrachos que matan a otros, una droga cuyo síndrome de abstinencia te puede matar, que no se puede dejar drásticamente una vez eres adicto, pues es una droga que se bendice como la propia sangre de Cristo, que se da a los niños entre familiares como un rito de paso a la adultez temprana, que está en la gran mayoría de casas para poder ser buen anfitrión. ¿Qué pobre anfitrión sería alguien que no intoxica a su invitado?
Por eso, si hubiera drogas que fueran menos dañinas que el alcohol, tomando este como elemento referencial inamovible, deberían ser legalizadas y controladas contributivamente. Repitiéndome diría con toda certeza que las cabezas de lista para la legalización serían cannabis, LSD y MDMA. Primero de todas, el cannabis, que es totalmente ridículo que se persiga como delincuentes peligrosos a personas que tienen una planta en su balcón o a jóvenes que portan un gramo de marihuana, y que la policía tenga el derecho a ridiculizarlos, cachearlos, multarlos con hasta 1.000 euros por ese gramo, e incluso chantajearlos al saber que la carta de esa multa llega a casa de sus padres, que vive con ellos por no poder pagar un piso, porque no cobra un buen sueldo si es que tiene la suerte de trabajar... y puede estar bebiendo un litro de cerveza entero en cualquier parte, pero no puede llevar un porro en marihuana en el bolsillo porque supone un problema de salud pública...
Todos los políticos saben que ninguna ley que prohiba las drogas tiene realmente un impacto en el consumo y, paradójicamente, ocurre al contrario. La prohibición de ciertas sustancias a lo largo de la historia ha propiciado la creación de otras nuevas, cada vez más artificiales y peligrosas que las drogas que el gobierno de turno intentaba hacer desaparecer en primer lugar.
Lo absurdo de toda la historia es considerar un delincuente a cualquier persona que consuma o porte consigo una droga que sea menos peligrosa que el alcohol, incluso que el tabaco, pero se legisla sin tener en cuenta los efectos. Puedo poner el ejemplo de los controles de tráfico donde hacen pruebas de narcóticos para comprobar si el conductor está bajo los efectos de alguna sustancia que le impida conducir a la perfección, y con el alcohol se han hecho muchos estudios para determinar qué cantidad de alcohol en sangre puede tener una persona que conduzca, pero reflejar el consumo de sustancias como el cannabis es sancionable administrativamente aunque la cantidad en sangre sea ridícula, solo por la presencia, sin tener en cuenta si es fumador habitual, cuánto ha fumado o cuánto tiempo ha pasado desde el consumo. Nada de eso importa porque la ilegalización crea tabúes que se convierten en piedras en el zapato de cualquier sociedad, cada paso duele un poco, pero mientras exteriormente el zapato parezca cuidado, ¿Qué importa la sangre que puedas ir acumulando o el dolor injusto que nos hagan soportar?
La injusticia del cannabis
Durante siglos, el cáñamo fue el material más usado en navegación, velas, cuerdas, ataduras, todas hechas con las fibras de la planta del cannabis, que era resistente y barata, fácil de producir, las flores de las plantas no se empezaron a consumir hasta hace unos tres siglos en Europa, pero no se le daba ningún valor, lo preciado era el tabaco. Todo eso cambió, y cambió simplemente porque al Papa de Roma de turno le dio por decir que el cannabis era una planta diabólica puesta en la tierra por satán. Ya está, eso es todo lo que hizo falta para que el uso del cáñamo para obras, navegación, fabricación de ropa... se frenara paulatinamente hasta desaparecer por completo, siendo sustituido por materiales la mayoría de veces de menor calidad y resistencia.
Durante siglos, la marihuana fue ignorada, pero hubo un repunte global en el consumo a principios del siglo pasado. Ningún Gobierno se quería lanzar a legislar sobre ello, no se veía necesario, pero algo cambió. En Estados Unidos, la ley seca había creado un cuerpo de policía enorme en todas partes para actuar contra el consumo y la fabricación de bebidas alcohólicas, pero cuando se abolió la ley y de nuevo fue legal beber, existía el peligro más que obvio de que miles de agentes se quedaran sin trabajo al no haber nada que perseguir con la misma virulencia. Mediante el Acta Harrison se habían impuesto penalizaciones para la cocaína y los opiáceos, pero el Gobierno federal no tenía competencias para ilegalizar el alcohol u otras drogas, así que los que infringían la ley se enfrentaban al Departamento del Tesoro, a través del cual se creó también la Oficina Federal de Narcóticos, dirigida por Harry J. Anslinger, dando comienzo la guerra contra el cannabis. Se exageraron y mintieron sobre los daños que producía el consumo y se arropó la decisión basándose en el racismo ancestral y centrando el discurso en las exportaciones de ese producto que se producían desde México y en el consumo de los negros americanos.
Harry J. Anslinger dijo cosas como: «Hay unos 100.000 fumadores de marihuana en EEUU y la mayoría son negros, hispanos, filipinos y artistas. Su música satánica, el jazz y el swing, es resultado del consumo de marihuana. La marihuana hace que las mujeres blancas busquen relaciones sexuales con negros, artistas y cualquier otro». O también: «la marihuana hace que los oscuros se crean tan buenos como los blancos», seguido por un «la marihuana lleva al pacifismo y el lavado de cerebro comunista», para terminar con un contundente y absurdo «si fumas un porro, es probable que mates a tu hermano». Estas declaraciones, junto a otras interminables señales de ignorancia y prejuicio, tenían su altavoz a través de los periódicos de William Randolf (cuya historia inspiró la famosa película Ciudadano Kane de Orson Welles), que odiaba a los mexicanos porque había perdido 800.000 acres de tierra que tenía en ese país a manos de Pancho Villa, y fue tanto el amarillismo de las noticias que publicaba que se tiene en la historia del periodismo como el primer episodio de alarma social creada desde los medios de comunicación como estrategia político social.
Más tarde, en las convenciones de las Naciones Unidas sobre estupefacientes de 1961, la mayoría de países se oponía a legislar para la prohibición de la marihuana aceptando la propuesta de introducirla en el grupo de drogas peligrosas junto a la cocaina y los opiáceos, pero la presión de Estados Unidos y Egipto, financiados por los primeros, hizo que al final se incluyera, y se declarara ilegal internacionalmente, incluyéndose su persecución en los códigos penales de cada vez más países.
Y así es como se traspasan los miedos, cogiendo lombrices y diciendo durante tanto tiempo que son serpientes venenosas, que a nadie le preocupa ya si es verdad o no lo es. La ilegalización se hace cotidiana y la razón queda esclavizada bajo el gozo de la rutina restrictiva.
Los años pasan y la lógica se pervierte y se ritualiza, y puedes estar mirando por tu balcón, donde tienes una pequeña planta de marihuana, mientras pasa un borracho tropezando, hablando solo, agresivo, que deja una meada en los contenedores de basura mientras pasan madres, padres, niños, niñas, ancianos... pero al que tachan de delincuente y está fuera de la sociedad eres tú.