El coigüe (Nothofagus dombeyi) es una especie de haya que crece en el cono sur de Sudamérica, bajo el paralelo 38. Sus bandejones de verdes hojas se distribuyen ramificados a lo largo de los 40 metros de altura que alcanza esta especie. La imponencia de este árbol se observa en un amplio rango de altitudes y paisajes, desde el nivel del mar hasta los bosques más elevados de la cordillera de los Andes. En el nombre común, proveniente del mapuche, se revela una etimología que relaciona el término co («agua») con hue («lugar»), manifestando notoriamente la relación de interdependencia que esta especie presenta con las napas subterráneas de las que bebe. Su denominación científica, en cambio, formada a partir del compuesto Nothofagus (compuesto por el adjetivo griego nóth-os ê on, «bastardo, ilegítimo, corrompido, falso» y el sustantivo fagus, «haya») y el epíteto dombeyi (en honor del botánico Joseph Dombey), nos advierte de que no se debe confundir sin más con la Fagus sylvatica o haya común europea. Si bien durante mucho tiempo se consideró que Fagus y Nothogafus eran géneros hermanos, hoy existe consenso entre los botánicos a la hora de diferenciarlos, instituyendo para los segundos una familia monogenérica exclusiva e independiente.
Con todo, el haya común presenta características similares a las de su falso pariente sudamericano en cuanto a la necesidad de humedad para el crecimiento de la especie. Los vastos hayedos de las planicies continentales europeas se han desarrollado en torno a unas condiciones específicas que habían sido dadas hasta ahora. Sin embargo, en nuestros días el aumento de la temperatura se incrementa con mayor celeridad y se presenta como consecuencia irremediable una mayor evotraspiración registrada en el ambiente boscoso de las hayas. Por lo tanto, incluso si hubiera suficiente agua en el suelo para su entera disposición, estos antiguos árboles no son capaces de bombear este recurso hasta sus propias copas y se secan. En la cordillera de los Andes, donde existe una mayor variedad de microclimas, pequeños bosques de coigües se han secado. En los grandes llanos europeos, por su homogéneo clima continental, grandes superficies forestales de haya se han secado.
Pero en este artículo no vamos hablar del Antropoceno o de la huella del ser humano en el finito planeta, tampoco profundizaremos en los grandes incendios, la sexta extinción masiva, la escasez de lluvias y las tormentas copiosas, los tornados, trombas y huracanes, los territorios sumergidos, las migraciones, el despertar del petróleo o el estremecedor record anual de CO2 y otros gases nocivos en la atmósfera. No hablaremos de todas estas cosas de forma particular, pero sí las meteremos en un contexto: historia y consecuencia del cambio climático, un todo en torno al cual tanto gnósticos como agnósticos marrullan. Algunos, los más sensibles, lo sufren; otros, implacables, se aprovechan de ello. Es por eso que de los segundos no queremos saber nada; en cambio a los primeros, ahh, proporcionaremos una valiosa herramienta para luchar contra todo y todos en tiempos como estos. Se trata de aproximarnos a un nuevo concepto, una idea que ahora resumiremos en el siguiente rótulo: Pobreza energética en la vivienda y en la comunidad o cómo alcanzar la sustentabilidad en casa y compartir con el vecino.
Así es, la mayoría de los ambientes habitacionales del mundo sufren pobreza energética, esto se traduce en despilfarro de energía que irremediablemente contribuye al calentamiento global. El problema empieza a ser acuciante en lugares como América Latina donde, además, al menos la mitad de los hogares no tiene acceso a sistemas energéticos de calidad básica y mucho menos que opten a energías renovables, aunque ese parece ser un problema mundial.
Valdivia (Chile) se sitúa en torno al paralelo 40, inserto en la lluviosa selva valdiviana. La fuente de calefacción más extendida en los duros inviernos se basa en la leña, hay mucha disponibilidad y es un combustible barato. Esta forma de calefacción para cada casa supone vivir en una burbuja de humo permanente durante esos meses en la ciudad, con la atmósfera local contaminada, entre otros, por material particulado PM 10 y PM 2,51 que impacta letalmente en el número de muertes prematuras de la ciudad (en Chile son cerca de 4.000). La mayoría de las viviendas en esta latitud están construidas en madera y forradas de lata sin ningún tipo de aislación las unas, o con un aislamiento térmico muy pobre, las otras. La necesidad de mantener vivas las humildes estufas de leña es crucial para tratar de mantener una temperatura interior lo más sana posible ya que la mayoría vive en condiciones de temperatura que se encuentran por debajo de la zona de confort. Desgraciadamente, del pobre aislamiento constructivo de la ciudad resulta un incremento del combustible quemado durante el uso de la estufa y una bajada de temperaturas drástica en cuanto se apaga; situación que se refleja en una mayor necesidad de energía térmica para las poblaciones más humildes donde la envolvente térmica es peor. He aquí un caso drástico de pobreza energética: atmósfera y aire irrespirable local, personas que no pueden acceder a otro tipo de calefaccionamiento y viviendas altamente ineficientes.
El norte de México, sin embargo, cuenta con uno de los climas más calurosos del continente que implica que el consumo energético en climatización es el más elevado del país azteca. Hace tiempo que se olvidó el saber de los antiguos pueblos que poblaban esta árida región a la hora de construir las viviendas. Las casas, especialmente la vivienda social, siguen la misma lógica de construcción que en la zona central donde las temperaturas son muy estables y agradables: la residencia se construye de igual forma para la selva lluviosa del Yucatán que para Baja California. ¿Qué consecuencias trae consigo esta forma de construcción en serie? La mayor y mas grave radica en que en los calurosos días donde la temperatura puede llegar a los 50ºC: ¡en el interior de las viviendas el calor es aún mayor! He aquí otro caso de pobreza energética: algunas personas no pueden optar más que a un simple ventilador, otras, presentan un mayor consumo eléctrico de aire acondicionado debido a la misma causa que en el sur del continente: viviendas altamente ineficientes.
La matriz energética de casi todos los países presenta un porcentaje elevado de generación eléctrica por medio de centrales térmicas a carbón: EEUU alrededor de un 30%, España un 14%, Chile cerca del 21% y Australia... ¡el 60%!(los canguros de hecho prefieren emigrar a los zoos de otros países). En fin, el porcentaje aumenta mucho si se le suman el resto de combustibles fósiles. ¿Y qué relevancia tiene todo este dato duro? Pues que las emisiones de CO2 se disparan, las brutales «zonas de sacrificio» donde se disponen las centrales térmicas a carbón (PM10, PM2,5) mantienen a la población con problemas de salud peores que los del ejemplo de Valdivia (y, sin embargo, a las distribuidoras se les hace la boca agua pensando en el cambio de las estufas a leña por estufas eléctricas). ¿Y las hidroeléctricas? Hmmm, las hidroeléctricas... pesemos un volumen de agua antes de la represa y el mismo volumen después de la cicatriz y averigüemos si el recurso es renovable o no.
Como diría el urbanita sabelotodo que emigró del rural y estudió ingeniería: la solución de todos nuestros problemas pasa por las energías renovables no convencionales. Mareomotriz, undimotriz, solar fotovoltaica, solar térmica, eólica y geotérmica. Pero mejor volvamos a la vivienda y a nuestra comunidad.
¿Qué les sucede a nuestras viviendas? En lugares donde se pasa frío, como en el sur de Chile; y en lugares donde se pasa calor, como en el norte, lo que se nos presenta son las consecuencias de mal aislamiento térmico y una forma de vivienda construida en línea que no tiene en cuenta las condiciones meteorológicas locales, ni los puntos cardinales, ni la rosa de los vientos. La falta de recursos para la generación eléctrica distribuida y la creación de smart grids donde cada vecino produce energía que consumirán entre todos favorecerá la generación eléctrica por parte de grandes centrales térmicas de combustibles fósiles. La falta de calefacción distrital y electromovilidad impactará en la contaminación local de nuestras ciudades con consecuencias serias para la salud y para el planeta. Estos son sólo algunos ejemplos de pobreza energética, pero nos atañen a la mayoría de la población del planeta, mayoría que debido a una pobreza energética más o menos alta en la vivienda y en la comunidad contribuimos al aumento de la temperatura del planeta y con ello a la muerte de los bosques de fagáceas.
El ser humano ha dejado su impronta en el planeta y en el clima desde la Revolución Industrial. En ese momento, aunque no lo sabíamos, dio comienzo una nueva era cuyas consecuencias trágicas las empezamos a percibir en el presente. La pregunta es: ¿será este el momento de una revolución medioambiental?
Nota
1 Por PM se entiende las partículas en suspensión o material particulado( en inglés: particulate matter). Las PM10 se pueden definir como aquellas partículas sólidas o líquidas de polvo, cenizas, hollín, partículas metálicas, cemento o polen, dispersas en la atmósfera, y cuyo diámetro varía entre 2,5 y 10 µm (1 micrómetro corresponde la milésima parte de 1 milímetro). Están formadas principalmente por compuestos inorgánicos como silicatos y aluminatos, metales pesados entre otros, y material orgánico asociado a partículas de carbono (hollín). Se caracterizan por poseer un pH básico debido a la combustión no controlada de materiales. La exposición prolongada o repetitiva a las PM10 puede provocar efectos nocivos en el sistema respiratorio de la persona, no obstante son menos perjudiciales que las PM2,5 ya que al tener un mayor tamaño, no logran atravesar los alveolos pulmonares, quedando retenidas en la mucosa que recubre las vías respiratorias superiores.