Luego de 19 meses en prisión, el expresidente de Brasil Luis Ignacio Lula da Silva, fue puesto en libertad en la ciudad de Curitiba, donde cumplía una condena de 8 años y 10 meses por corrupción pasiva, sin que el proceso judicial haya concluido. El Tribunal Supremo lo liberó aduciendo que aún no estaba terminado, por lo que decretó su liberación. Todavía tiene otros 9 juicios pendientes por corrupción y lavado de activos.
El expresidente ha negado todas las acusaciones, nunca ha aceptado culpas ni juicios abreviados. Ha dicho claramente y desde el inicio que es una persecución política que solo busca desacreditar su persona, su partido, el Partido de los Trabajadores, y a la izquierda.
El juez que lo acusó y encarceló fue nombrado ministro de Justicia por el Gobierno que encabeza el exmilitar Jair Messias Bolsonaro. Lula había declarado hace unos meses: «Sólo hay que analizar el proceso con imparcialidad para darse cuenta de que Moro estaba decidido a condenarme incluso antes de recibir la denuncia de la fiscalía. Ordenó invadir mi casa y llevarme a la fuerza a declarar, sin haberme citado. Mandó intervenir mi teléfono, el de mi mujer, los de mis hijos y hasta los de mis abogados, algo muy grave en una democracia».
Brasil es el quinto país más grande del mundo, con 8,5 millones de km2 y 210 millones de habitantes. Bajo la presidencia de Lula pasó a ser una potencia global gracias a la expansión de su economía favorecida por el ciclo alto del precio de las materias primas, junto a la apertura de nuevos mercados y a una bien diseñada política exterior que asumió un fuerte compromiso con el sistema multilateral. Durante su primer mandato nació el llamado G-4, que reúne a Brasil, India, Japón y Sudáfrica, países que buscan un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que se mantiene inalterable desde el término de la Segunda Guerra Mundial.
El exmandatario, hijo de una familia pobre, ha contado que conoció el pan por primera vez a los 7 años. Trabajó como obrero metalúrgico y dirigente sindical siendo opositor a las dictaduras militares brasileñas. Logró dos veces la presidencia de la república (2003-2006 y 2006-2010) rompiendo el monopolio del poder en un país donde los sectores conservadores blancos, ligados a la banca, industria y tierra, han ejercido su dominación en un país multicultural y multiétnico.
Entre los hitos más importantes de su presidencia están haber sacado de la pobreza a casi 30 millones de brasileños al poner en marcha el programa Hambre Cero, que se cuenta como la transferencia efectuada más grande en el mundo de recursos públicos a los sectores pobres y que fue dirigido por José Graziano, a quien designó como ministro extraordinario para la Seguridad Alimentaria, en 2002. Años después, en 2012, Graziano sería elegido en dos oportunidades Director General de FAO.
Lula es un líder nacional y continental en América Latina. Su liberación ha puesto muy nervioso al presidente Bolsonaro y a su ministro de justicia, quien declaró: «La mayoría del Congreso puede cambiar la ley o la Constitución», refiriéndose a que podrían volver a encarcelar al exmandatario.
Luego de su excarcelación, Lula declaró que se integraba a la lucha política de su país para desplazar al actual Gobierno que tiene un marcado acento neoliberal en lo económico y conservador en lo político. Ha despertado el entusiasmo más allá de las fronteras de Brasil y sido saludado por el presidente electo argentino, Alberto Fernández, quien al igual que otras figuras políticas latinoamericanas fue un activo defensor del ex jefe de Estado, viajando incluso a Roma a entrevistarse con el Papa Francisco para que intercediera por su liberación.
Brasil es la potencia más importante de América Latina por el tamaño de su economía, superficie, recursos naturales y población. Si Lula logra liberarse de las acusaciones legales que pesan contra él, tendrá despejado el camino para postular nuevamente a la presidencia en 2022, con 77 años. De no ser él, como ha insinuado, será alguien proveniente de su sector político. Ese es el gran temor de los grupos conservadores brasileños, que ven en Lula una amenaza a una forma de vida de un sector minoritario que goza de privilegios del cual ha sido excluida una parte importante de la sociedad brasileña.