«España deja de ser católica: ya hay más ateos o no creyentes que católicos practicantes».
(Noticia extraída de El Diario)
El titular del diario digital que uso como exergo de este artículo puede parecer espectacular a quien reside, residimos, en las Españas, y hasta alarmante a los que aún admiran su pasado de conquistas evangelizadoras y gozan con su onomástica de fiestas a vírgenes y santos que dan forma a su «cultura ecuménica nacional». Por el contrario, a quienes suman a su programa político personal la aspiración a librarse de ellas y ellos, sugeriría síntoma esperanzador de que «el país avanza» en el propósito de liberarse de deidades y apóstoles.
Pero la noticia, aunque se venda a ambas audiencias como «verdad» (¡amparada por estadísticas y ese «Gran Centro de Investigaciones Sociológicas» que es el CIS!), también es «falsa». «Creer» no constituye el «núcleo duro del Pensamiento Religioso» — ni de cualquiera de sus cofradías en activo —, aunque lo parece. «Lo Religioso» se distingue de lo que no lo es, en «el cómo se piensa la realidad»: ese lugar, incomprensible para unos y descifrable para otros, donde existimos Al menos, así mi lo confirma mi experiencia personal.
Hay quien se define «ateo», pero razona como «creyente». También, «no practicantes» excelentes militantes religiosos en su vida diaria y mejores soldados de Las Iglesias que quienes asisten a ellas. La cristiandad, y en particular sus dos ramas principales — católicos y protestantes —, han vertido su «ideario político-moral-ético-económico» en una masa enorme de miembros de nuestra especie del «Occidente Planetario» durante siglos (más de 20 la primera y algo más de cinco la segunda).
Y esa «huella educativa» de cierto tipo de valores (léase «cognición humana»), ha dado «forma» al cómo hemos sido «civilizados». Y ese «lenguaje docente» contiene lo que podría definirse, realmente, como «Ideología religiosa partidista», que tiene sus «homólogos» en la «Zona Oriental de La Tierra» . Es a ese perfil gnoseológico al que se enfrenta «El Pensamiento Científico Global» actual para contribuir a La Evolución de «Otra forma de Mundo Mejor» que todos deseamos.
Tal es el «Conflicto Emocional/Económico» que está, a mi modo de apreciar la situación mundial de esta época, en la base de un fenómeno que califico, homologándolo con su símil real, «Cambio Climático en La Noosfera». Las estadísticas no alcanzan a distinguir aún esta «verdad intangible/tangible», o dicho de manera menos abstracta: Guerra de Ideologías Cognitivas.
Una de las muchas paradojas dentro de las cuales vivo y me incomodan por la incertidumbre permanente que me provocan, es el hecho que, mientras más me esfuerzo para reducir peso y volumen de lo que ignoro — ¡veo, escucho, leo y estudio toneladas de información cotidianamente, además de vivir! —, lo único que consigo es hacer crecer el tamaño de lo que desconozco y me inquieta.
Esto me convierte y confirma, diariamente, que soy un ser precario deambulando en una roca insignificante del Universo a la que llaman: La Tierra (¡hace más de 2.250 años, un sapiens, conocido como Eratóstenes intentó «medir» el tamaño de esa «creación de un dios», pero equivocó su cálculo en casi 1%. Lamentable inexactitud).
Dada la contradicción incomprensible de mi esfuerzo por lograr un propósito que alcanza solo exactamente lo contrario, me pregunto frecuentemente (argumentando contra mi propia PELI «Plan de Extinción de La Ignorancia), sí la estrategia de mi «Pensamiento Científico» está equivocada, o al menos no ha llegado todavía el momento ideal y oportuno -¡cuando los instrumentos de medición sean perfectos y exactos!-, para desalojar a mi antagonista principal –El Pensamiento Religioso-, de mi acerbo cultural de Especie. Quizá, no lo sé.
O sí tal vez debería esperar uno, dos, tres, veinte siglos más, a que el «Poder Gobernativo de Los Dioses» agotara su arsenal de «armas teológicas», y que La Ciencia y La Tecnología alcanzaran madures suficiente y se transformen en los «Garantes del Conocimiento» para disfrutar de una existencia segura y de bienestar y felicidad para toda Una Vida.
La paradoja ingobernable a la que me he referido, no es la única ni la más potente de las que me asedian. Entre otras, esta una que siguen el mismo algoritmo problemático que planteó -no sabemos hace cuántos siglos-, la pregunta «qué fue primero, el huevo o la gallina» (curiosamente Aristóteles y Stephen Hawking, con diferencia de 23 siglos, coincidieron en que es «el huevo»). U otra que me interroga sobre: «¿Qué es, amor o sexo?» (menos curiosamente, pero si palmariamente, «Amor» es «lo primero que exigió el Dios judeocristiano para su persona», cuando anuncio el primer requisito para pertenecer al mundo que Él creó. De lo cual puede deducirse que el primer significado que tuvo la palabra «amor» –en cualquiera lengua-, fue el de «obedéceme». Claro, esto sitúa la paradoja «Amor/Sexo» en el complejo campo de saberes hermenéuticos).
Cuando me enfrento a estas «contradicciones sin sentido» — meaningless contradictions —, suelo poner a un lado todas las propuestas cognitiva ensayadas anteriormente para resolver el dilema que me propone «la noticia». Y me concentro en lo que me narra mi propio cuerpo y mente.
Por ejemplo, en el caso «¿amor/sexo?», la respuesta se me hace obvia cuando «mi cuerpo y yo» tenemos oportunidad de experimentar el fenómeno empíricamente –sensorial y fácticamente-. Este párrafo lo estoy escribiendo, casualmente ¿o no?, no lo sé, pocas horas después de verme involucrado en situación de ese tipo. Y la mejor respuesta que me viene a la mente para descifrarlo –también «el enigma huevo/gallina» es esta:
La paradoja es una de las invenciones retoricas más perversas y malévolas creadas por el Segundo Sistema de Señales –SSS-, en el proceso histórico de construcción de ‘la gramática generativa natural del sapiens’ para formular los diversos y variados ‘razonamientos contradictorios perceptuales directos de sus sentidos’. Cuando se carecer de ‘relación causa/efecto apreciable o formulable pora la inteligencia tácita del ser humano’, se apela a deconstruir ‘la relación tiempo/espacio’ que podría explicarla, dislocandose así cualquier proceso de ‘coherencia razonable’ que destruiría ‘lo paradojal’...
(Nota bene: quedan excluidos del párrafo anterior, los conceptos y/o explicaciones que apelan o se sostienen en ideas nacidas de «principios» de la física cuántica y los postulados de «simultaneidad», «ubicuidad» o «divinidad» que se anuncian en aquellos.. Tales significados pertenecen a la escala de «la microfísica o física atómica», ámbito donde no existen ni El Huevo ni La Gallina. Y mucho menos El Amor, aunque si es donde se gestan las fuerzas y energías que tangibilizan La Sexualidad –entre ellos, «óvulos» y espermatozoides», o para decirlo con más propiedad los procesos que posibilitan El Sexo, gracias a que poseemos «cuerpo»).
Seguramente resulta arduo y hasta fatigoso entender lo que acabo de definir, pero a mí me resulta muy fácil e inteligible. Este es el valor cognitivo esencial que se deriva de «pensar independientemente» de los modelos establecidos e impuestos para que sean obedecidos. ¡Sé que podría estar equivocado, pero el copyright del «error» seguirá siendo mío!
Espero que el lector no haya hecho conexiones de ideas de lo que he expuesto anteriormente que le conduzcan a creer (¿o pensar?, -¡sería equivoco mayor aún!-), que intento, quiero, me inclino o me he propuesto demonizar, descalificar, anatemizar el valor que se le concede a «la paradoja». Quién sea víctima de tal error, estaría ignorando que una buena parte de las estructuras narrativa que circulan en los medios de información de nuestra «era del omniconocimiento al alcance de todos» (aunque a veces su distribución y comercialización impide a los consumidores que desean adquirirlos poder disfrutar de ellos, no solo por el precio de que se les demanda –sobre todo los más caros porque suponen «el poder de estar enterado»), están fabricados — en español, en el extendido inglés, el delicioso francés, el familiar italiano, el divino portugués y, hasta quizá, en el chino que desconozco totalmente —, están construidos, concebidos, escritos, evocados, presentados, como «paradoja». Y es natural que sea así pues esa «figura del lenguaje», además de ser parte de las 10 imprescindibles para redactar «una atractiva e interesante noticia» tiene la cualidad de «activar» los módulos cerebrales que «nos ponen» (en el español ibérico, la frase posee connotaciones sexuales), en «plan aprendizaje». O sea, que despiertan La Curiosidad. Y por «contaminación química celular fisiológica, estimulada por Las Palabras, nuestro «sistema nervioso central» activa nuestra atención y una de sus propiedades más conocidas: La Sexualidad. ¡Y si las recibimos envueltas en música, waoo…es como sentir un orgasmo de saberes!
Por tanto, usar «lo paradojal» para atraer la atención de las audiencias con las que dialogamos, sea oral o mediante escritura (como en este caso…usted es mi interlocutor-), es recurso no solo válido sino, además necesario para no aburrir.
Espero que algún día entendamos que quienes estaban equivocados éramos todos. ¡Claro, todos menos Yo, que creé Las Palabras y El Mundo para terminar con el aburrimiento en que vivíamos antes de que ellas existieran.
Me pregunto por qué en mi mente ocurren tantos «sucesos pensables» de los cuales no sería difícil discernir cuáles no proceden de nuestras necesidades básicas y esenciales para «sentirnos bien y saludables». Y solo tengo dos explicaciones a las que atribuir «su causa»: creer que ello es «tendencia innata» de la mente, inherentes a la propia naturaleza de nuestro cerebro de homínidos humanos; o dos, es el reflejo de lo que «entra en la cabeza» procedente de las incontables fuentes de datos que, según dicen, nos informan del estado de La Atmósfera –la físicamente real del planeta-, dentro de la cual existimos actualmente, y de la «capa cognitiva» que hemos creado para ayudarnos a convivir en sociedad: La Noosfera.
Apostar por la primera, supondría conferirle a los «seres pensantes que somos un inmanentismo que nos seculariza como «Dioses de La Creación». Lo cual ofrece un argumento espléndido y gratificante para nuestra vanidad de especie y da apoyo a la Teoría del Diseño Inteligente.
La segunda causa es menos elegante y pide sudar más para comprenderla pues supone recorrer un largo y todavía desconocido camino de detalles de mutaciones sucesivas que comienza con las «partículas infinitamente pequeñas» -parece que aún no hemos terminado de inventariarlas a pesar de haber desenmascarado a la llamada «Partícula de Dios», que «antes» se conoció como « ...de Higg …»-, que procedieron del útero del Big Bang y que durante multimillonaria cantidad de años -¡próximos a los 14.000 millones!- trabajaron incansablemente para ir produciendo la «la singular complejidad de lo tangible/intangible», que divide lo considerado hoy día «Lo inerte» (¡es metáfora, porque ningún estado de La Materia lo está!) y su antónimo: «Lo Vivo». Todo ello para que nosotros estemos aquí ahora.
Confieso que me inclino por la segunda variante. Con el inconveniente de que, el instrumento con que «lo pienso» -mi propio cerebro, por supuesto-, constantemente pone en estado de «duda» mi conclusión, aduciendo, como postuló Peter, que «toda conclusión es solo el momento en que te cansas de pensar». Lo cual me gusta como «idea», pero no como «concepto» para entenderme a mí mismo por una razón muy sencilla: es «una paradoja inversa».
El lector se preguntará: ¿Qué es una paradoja inversa? Ignoro que puede significar para «otros/as». Pero sé lo que significa para mí: «…es una figura del lenguaje que asume la forma de una contradicción pero se presentar como afirmación…». Ergo, « …solo es posible afirmar algo, sí en tu mente hay algo que deseas o quieres negar …».
Y para desnudar casi totalmente el método, los medios y las circunstancias en las que he redactado este articulo, transcribo fragmento de un texto que acabo de leer (de las docenas y docenas que llegan a mi bandeja de entrada procedentes de fuentes que quieren ilustrarme para mejorar el trabajo de mi cabeza –en este caso el remitente es Medium, un portal de información y conocimientos que abarca inmensidad de temáticas y saberes-). Así comienza John Gorman su artículo –titulado en su lengua, We Used To Dream, Now We Just Think:
A menudo me encuentro mirando el profundo abismo gris del crepúsculo y preguntándome si es así. Si la vida existe para simplemente acumular una pequeña fortuna, criar una familia y perecer, dejando un legado si tienes suerte, pero la mayoría de las veces, generalmente se desvanece como un sistema solar que ha perdido el sol.»
Eso, también lo que creído y lo he pensado alguna vez. Pero de poco me sirve para saber cuáles son las causas de las circunstancias, o de mi propia forma de actuar anteriormente, que son las que me han traído hasta aquí, este lugar del Universo donde estoy exactamente ahora. Tal es la única paradoja legítima que reconozco como real.