La explosión social actual contra 30 años de neoliberalismo, que se inició en Chile el 18 de octubre pasado, ha tenido episodios de vandalismo que nunca habían ocurrido en la historia en la historia política y social de Chile. Nunca, desde la creación de los sindicatos y de los partidos de izquierda en Chile, algún dirigente sindical o político, había sostenido que en la lucha en defensa de la clase trabajadora contra el sistema capitalista y por la instauración del socialismo, había que asaltar, robar e incendiar las fábricas y comercios de los capitalistas, y menos aún de pequeños comerciantes y empresarios.
Luis Emilio Recabarren, fue el fundador del movimiento sindical y obrero a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, especialmente en las oficinas salitreras del norte de Chile. Recabarren creó también el Partido Obrero Socialista, devenido posteriormente Partido Comunista. En las obras y discursos de Luis Emilio Recabarren y posteriormente del Partido Comunista, se insinuó siquiera que la lucha de la clase trabajadora por sus derechos, por cambiar la sociedad capitalista por una socialista, fuera necesario asaltar, robar e incendiar las pulperías de las oficinas salitreras, o de otros capitalistas o comerciantes, o destruir bienes públicos y privados, y atacar e incendiar las iglesias.
Ingresé al Partido Socialista en 1962, y no tengo recuerdos que los dirigentes del PS de la época, o posteriormente, en documentos políticos o ideológicos del partido, se haya argumentado o reivindicado que en la lucha por el socialismo y la revolución, teníamos que incendiar las fábricas de los capitalistas, incendiar las cosechas o las haciendas y fundos de los latifundistas, atacar, robar e incendiar locales comerciales, o destruir semáforos y otros bienes públicos. No recuerdo que haya existido algún documento del PS que haya propuesto esos ataques como métodos de lucha del partido.
Y a pesar que socialistas y comunistas éramos en gran parte ateos o anticlericales, nunca a alguien se le ocurrió ir a incendiar una iglesia, menos aún destruir un monumento histórico. Y el ejemplo lo tomábamos de la Revolución de Octubre en Rusia, cuando, pese a que la religión era considerada el opio de los pueblos (Marx), nunca destruyeron las hermosas iglesias, mezquitas y sinagogas que existían en la Unión Soviética, y se respetaron todos los monumentos históricos que representaban al odiado zarismo.
La Revolución china con Mao también respetó los lugares de culto de las numerosas creencias religiosas de China, a pesar de que la guerra civil y de liberación contra el invasor japonés duró muchos años. Esa es la tradición marxista-leninista, de la izquierda en general que se reclama del socialismo, y de manera más general, de la clase trabajadora.
En el Gobierno de nuestro gran presidente Salvador Allende, manifestantes de derecha y de la Democracia Cristina, marchaban por decenas de miles o quizás centenas de miles en Santiago y en todo el país, en contra del Gobierno Popular, pero no recuerdo, que en todas esas numerosas marchas y manifestaciones, estos manifestantes de derecha y de la DC, hayan atacado e incendiado comercios, buses de la locomoción colectiva (el metro estaba recién en construcción en el Gobierno del Presidente Allende) o hayan destruido semáforos, luminarias y otros bienes públicos o privados.
Es cierto que Patria y Libertad, grupo de extrema derecha, cometió varios atentados terroristas, derribando por ejemplo torres de alta tensión, pero ni siquiera este grupo destruyó o incendió bienes públicos o privados en las ciudades.
Cuando a comienzo de los ochenta comenzaron las protestas contra la dictadura de Pinochet, en las marchas, concentraciones, manifestaciones, estos luchadores por la democracia y la libertad, no atacaban los comercios ni los incendiaban, no destruían ni incendiaban bienes públicos o privados, a pesar que luchaban contra la peor y más larga dictadura que ha tenido Chile.
Algunos grupos armados asaltaban bancos para autofinanciarse, torres de alta tensión, otros asaltaban camiones con víveres, carne, pollos y los repartían en las poblaciones, pero tampoco quemaban los camiones que habían asaltado.
En toda la historia de Chile, incluso contra la criminal dictadura que tuvimos durante 17 años, nunca la lucha social, sindical y política tuvo en sus objetivos los asaltos, robos e incendios de bienes públicos o privados, menos aún de iglesias y universidades.
Sin embargo ahora, con el «estallido social», han aparecido grupos muy organizados, con muchos medios, que aprovechándose de las masivas manifestaciones y marchas, han incendiado decenas estaciones del Metro, monumentos históricos, supermercados y comercios varios, bienes públicos y privados e incluso varias iglesias, amparados de situarse en la retaguardia de las manifestaciones, que les han servido de escudo protector para acometer sus fechorías.
Pero lo más sorprendente respecto a este vandalismo, que no tiene paragón en la historia de Chile, es que los dirigentes sindicales y sociales, y los partidos de izquierda, aparezcan justificando implícita o explícitamente a estos vándalos como parte de la lucha, más aún, algunos han sostenido que gracias a ese vandalismo, se ha conseguido que el Gobierno actual haya propuesto algunas medidas para responder a las demandas sociales, y que incluso haya aceptado el cambio de la actual Constitución, mediante una Convención Constituyente. Recién hoy, 27 de noviembre, después de más de 6 semanas de vandalismo que no cesa, han aparecido declaraciones de dirigentes de partidos de izquierda condenando explícitamente el vandalismo, como ajeno al movimiento social.
Pero quizás ya sea demasiado tarde, porque ya hay muchos comerciantes y otros civiles organizándose para defenderse de los ataques de los delincuentes, y quizás armándose, y que por las redes sociales, se están difundiéndose mensajes pidiendo un pronto pronunciamiento militar, es decir un golpe de Estado militar.
En el comienzo del estallido social, muchas personas y organizaciones pedían la renuncia del presidente Sebastián Piñera, pero en las últimas semanas ya no se pide su renuncia, quizás porque con la persistencia del vandalismo, detrás del cual ya muchos ven a las bandas organizadas de narcotraficantes, ya no sea posible que un nuevo Gobierno civil pueda poner orden en el país.
Hay voces autorizadas que han propuesto que el presidente Piñera llame a formar un Gobierno de unidad nacional, pero creo que eso es muy difícil de conseguir. El presidente Allende, en septiembre de 1973, también iba a llamar a un Gobierno de unidad nacional, pero el golpe militar se adelantó.
Siempre se dice que la historia nunca se repite, pero estamos cerca.