Como he comentado en alguna de estas historias, mis primeras lecturas sobre insectos las hice en la Enciclopedia Barsa que pertenecía a mis primos González Osorio. Con el tiempo comencé a leer libros dedicados exclusivamente a insectos en la biblioteca de la escuela, de algún maestro, de los padres de algunos amigos. A finales de la secundaria comencé a comprarlos. Los primeros en castellano, tanto publicados por españoles o traducidos del inglés y del francés, al español. Una vez «enseriado» en el estudio, ya en la Universidad, e impulsado por mis profesores, especialmente Francisco Fernández Yépez (1923-1986), comencé a leer dichas obras directamente en inglés, francés e incluso alguna que otra en alemán.
De alguna de aquellas primeras obras leídas siendo muchacho aprendí mi primer nombre científico: Lucanus cervus. Originalmente descrito por Carlos Linneo (1707-1778) como Scarabaeus cervus, designa éste al conocido ciervo volante de Europa. Cierto es que con el tiempo y luego de comenzar a estudiar, admirar y recolectar escarabajos tales como Golofa porteri, Dinastes hercules, Dinastes neptunus, Megasoma elefas, Titanus giganteus, Macrodontia cervicornis o Acrocinus longimanus, encontrado en alguno de los diversos lugares que tuve la suerte de explorar en Venezuela, el ciervo volante europeo, se presenta como un modesto escarabajo.
Afortunadamente, he tenido la suerte de viajar como turista o para recibir algún entrenamiento a varios países de Europa. Algunos de estos viajes han sido durante épocas en las cuales están activos los ciervos volantes, permitiéndome, al menos en una oportunidad, ver y tener en mi mano, en el Parc de la Mairie en Choicy le Roi, un suburbio al sur de Paris, un macho de ciervo volante. En otra ocasión, en Colonia, Alemania, en uno de los matorrales del Jardín Botánico frente al Zoológico, vería una hembra muerta, solitaria, no tan impresionantes como los machos, pero interesante, al fin y al cabo, por ser esta una especie protegida y de interés especial. Por supuesto, he visto unas cuantas parejas montadas en sus alfileres en varias colecciones privadas o institucionales... espectaculares.
Cuál no sería mi sorpresa la primera vez que visité al Museo Getty en Los Ángeles, en 2013, cuando al pasar a una de las salas de exhibición, me encontré frente a una reproducción en gran escala de Hirschkäfer (Stag Beetle). La obra original, propiedad de este museo, fue pintada por Alberto Durero (1471-1528) en 1505. Aunque no fue el primero en ilustrar a este insecto, este es uno de los estudios de algún elemento natural más importantes e influyentes realizados por el artista alemán. Este trabajo no tenía precedentes para la fecha debido a que los artistas contemporáneos de Durero, aunque podían utilizar insectos como «adorno» en alguna de sus pinturas, poco o nada pintaban a estas criaturas como tema central, al pensar que eran las más insignificantes de los seres vivientes. El Ciervo Volante de Durero fue ejecutado con tal meticulosidad que el escarabajo pareciera emerger de la lámina.
Siendo un insecto distribuido en toda Europa, no es raro que muchos europeos lo encuentren alguna que otra vez. Con seguridad, en el pasado, era muy común y su distintiva apariencia servía para cualquier especulación y por supuesto, hasta para hacer comparaciones. Como ejemplo, pudiéramos citar que el nombre ciervo volante, con su sonido tan poético, no se compara con dos de las denominaciones más populares que existen en gallego para denominar a esa criatura: escornabois y vacaloura. Me comenta mi amigo y editor Iván González:
En el primer caso, formado a partir de «escornar» (cornear) y «bois» (bueyes). En el segundo, se diferencian claramente «vaca» y «loura» (loura, adjetivo para describir tanto un color oscuro tirando a rojo, precisamente el de las vacalouras, como un color dorado y rubio... en gallego a los «rubios» se les llama «louros/loiros», y en cambio la palabra «rubio» define a los pelirrojos...
En 1859, durante su último día en la isla Bacán de las Molucas Septentrionales en Indonesia, Alfred Russel Wallace (1823-1913) colectaría un insecto que, aunque poco impresionado al compararlo con todo lo que había colectado, consideraría de lo mejor que encontró en dicho viaje:
Among my insects the best were the rare Pieris arum (...), and a large black wasp-like insect, with immense jaws like a stag beetle, which has been named «Megachile pluto»...
Esta nota aparece en su libro The Malay Archipelago publicado algún tiempo después de que la enorme abeja fuese enviada al entomólogo inglés Frederick Smith (1805-1879) quien la describió en 1860. Luego de su breve descripción, Smith agregaría:
This species is the giant of the genus to which it belongs, and is the grandest addition which Mr. Wallace has made to our knowledge of the family Apidae [...]. Only a single specimen has been captured, and that a female; it is to be hoped that Mr. Wallace will make his discovery complete by the capture of a male.
Sin embargo, ni Wallace, ni ningún otro naturalista, entomólogo o colector logró conseguir un macho y «la abeja gigante de Wallace» estuvo solitaria en la colección Entomológica del Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford por más de un siglo. De acuerdo al reconocido entomólogo alemán Heinrich Friese (1860-1948), una segunda hembra fue revisada por él en el Museo de Historia Natural de Viena, según leemos en uno de sus trabajos publicado en 1909.
Yo comencé mis estudios de Maestría en el Departamento de Entomologia de la Universidad de Georgia en el verano de 1983. Para mediados de otoño se anunciaba el regreso de otro estudiante de Maestría, Adam Catton Messer, quien había pasado una larga temporada en Indonesia, realizando investigaciones pertinentes a su futura tesis. Por coincidencia, al igual que yo, él era miembro del laboratorio de nuestro tutor, el entomólogo, himenopterólogo y experto en comportamiento animal e insectil, Robert W. Matthews.
Adam logró detectar y colectar varios nidos de Megachile pluto (para entonces incluida en el género Chalicodoma) en tres islas de Indonesia, Bacán, Halmahera y Tidore. Los nidos de estas abejas estaban «escondidos» dentro de nidos del comején arbóreo Microcerotermes amboinensis. Curiosamente, la resina utilizada por las abejas es tan fuerte y hermética que no existe comunicación ni intercambio de gases entre ambos nidos, aun cuando ambos usan paredes que les son comunes. A pesar de lo frecuente de dichos comejenes y sus nidos, las abejas son raras y ninguno de los nativos que acompañaban a Adam las habían visto antes. Sin embargo, los propios nativos se referían a ella utilizando el epíteto tradicional o ófunga ma kóana o «Abeja Rey».
La llegada de Adam al Departamento se convirtió en todo un acontecimiento y todos pudimos admirar partes de nidos comunales, celdas con larvas en diversos estados de desarrollo, varios machos y varias hembras. Estas miden unos 38 mm de largo, pero los machos apenas llegan a los 23 mm. Ninguno de los machos fue encontrado dentro de los nidos sino posados sobre lianas cercanas a plantas productoras de ciertas resinas. Una vez llegaba alguna hembra, se le acercaba el macho con la intención de aparearse. Si se acercaba otro macho, era perseguido hasta ser sacado del territorio por el primero.
La enorme abeja de Wallace volvió a «desaparecer» hasta que en febrero y septiembre del 2018, dos ejemplares colectados, el primero en Bacán y el segundo en Halmahera, fueron puestos a la venta en una página de subastas en línea. En enero de este 2019, un grupo de biólogos norteamericanos y australianos decididos a encontrar a la elusiva abeja, lograron filmarla en su hábitat natural.
Pero regresemos a Europa, y a la tierra de Durero, donde el ciervo volante es Rey. Nada impresiona más que llegar a Colonia en tren. Allí, a la entrada de la ciudad, se levanta majestuosa su catedral, cuya construcción comenzó en 1248 para ser finalizada varios siglos después, en 1880. Durante la Segunda Guerra Mundial, aunque su estructura se mantuvo intacta gracias a un sistema de iluminación que advertía a los pilotos de su presencia, los bombardeos a la ciudad por parte de los aliados causaron múltiples destrozos. Pese a esto, la imponente estructura neogótica nunca dejó de dominar la silueta de la ciudad. La catedral, o Kölner Dom, como se le conoce en la ciudad y el país, se mantiene en un proceso constante de reparaciones, especialmente en su exterior, debido a los efectos de la contaminación y las deposiciones de las palomas.
La catedral es, en sí misma, por dentro y por fuera, una exquisita obra de arte. En su interior encontramos, además, una gran variedad de artículos de corte principalmente religioso. Como es de esperarse, son también obras de arte, varias de ellas muy trascendentales. La arqueta gótica, que, según la tradición, contiene reliquias de los Reyes Magos, es objeto de peregrinaje.
En una de mis varias visitas para admirar las diversas obras que contiene la catedral, me encontré que uno de los retablos pintado entre 1440 y 1442 por el pintor nacido en Meersburg, pero que se residenciaría y moriría en Colonia, Stefan Lochner (1410-1451), estaba completamente abierto e iluminado. Durante el adviento y la cuaresma, se mantiene cerrada esta obra, la mas importante de la escuela tardogótica coloniense. Decora el altar de la capilla de la Virgen que se encuentra en el margen derecho dentro de la catedral. Este retablo llamado «de los patrones de la ciudad» y conocido también como el Tríptico de la Adoración de los Magos, representa a los Reyes Magos y a los santos Úrsula y Gereón, todos considerados mecenas o «patrones» de Colonia. La obra llegó a ser admirada por el propio Durero en 1520, quien en uno de sus diarios de viaje menciona que incluso debió pagar dos Weißpfennigs para poder verla.
A los pies de uno de los jóvenes caballeros que acompañan a San Gereón, representados en la puerta derecha (del espectador que este al frente) del retablo, se ve un pequeño montículo con césped y una planta de Aquilegia. Este «parche» representa parte de un prado paradisíaco que se extiende por toda la obra. A un lado del pequeño montículo vemos el dibujo de un hermoso ciervo volante.