I
Es de día y el candelabro me acompaña en esta mesa.
Hay botellas vacías y descoloridas, lámparas apagadas, plantas, jarrones y libros. Está Luz, mi gato, que duerme panza arriba, las patas al aire.
Los cuadros esparcidos por el piso parecen adormecidos, me abren las puertas de lo que hoy me faltaba.
Si entrase dentro de un paisaje impresionista vería la luz multiplicada. Escaparía del brillo de la luna y de aquellos ojos que serían tus ojos.
En tiempos de la antigua Roma, los aztecas subieron a la luna y le pintaron los ojos, me escribió en una dedicatoria el poeta Santiago Elordio y lo recuerdo como si fuese ayer.
Entre nubes y abismos debo penetrar el eco de aquella sinfonía.
¿Se reflejará su rostro en el espejo?
Pienso en el estudio de cosas raras. Las noticias nos hablan de un éxodo.
En otro continente es de día y la leyenda se adapta a la realidad, la historia está hecha de otra historia. No saber ni querer saber si el presente es esto o aquello. Ciudades que iban y venían por su mente, que iban y venían por oscuros túneles que no conducían a ninguna parte.
Fuera, dijo una voz. Y se fueron.
La cara contemplaría otras caras multiplicarse en los espejos. ¡Vamos!, dijeron. Y ellos y nosotros nos estábamos yendo.
Un día se fueron por última vez, mientras la voz de tu conciencia prescribe: seremos los primeros en partir, los últimos en llegar.
A veces, mi vida, dices tonterías, me hablas y comprendo que en este punto, alguien ha llegado. Algo cardinal sin puntos fijos. Me precipito allí.
Juan Downey empieza sus primeras manipulaciones magnéticas de imágenes televisivas a finales de los años sesenta, justo cuando se produce la proliferación en masa de las cámaras de televisión. Pero su obra viene de mucho más atrás. Ya a principios de la década, en París, Downey entra en contacto con partidarios del arte cinético, estableciendo un estrecho vínculo. Su constante cuestionamiento del objeto artístico lo conduce a privilegiar el proceso, más allá del resultado concreto, relativo al objeto.
Desde las primeras esculturas, desde los primeros proyectos electrónicos, Downey lleva al espectador a percibir tanto los sistemas invisibles de energía como la investigación sobre los modos de transmisión y comunicación.
En 1965 se instala en Estados Unidos para, a través de su arte, desarrollar e interrogar las visiones utópicas de los idealistas arquitectónicos, relacionándolas con la perspectiva humanista de una comunión entre Arte y Tecnología, en aquel entonces defendida por artistas coetáneos de la vanguardia neoyorquina.
Más tarde, los proyectos en el campo de la performance se convertirán en el punto focal de su obra.
Downey va a transformar el orden narrativo logrando «decir aquello que las imágenes por sí mismas no podían decir». Sus esculturas electrónicas emplean como transmisores de energía invisible circuitos, los cuales, para poder funcionar, exigen la participación o cuando menos la presencia de público.
Ahora me gustaría hablarte a través de la mirada, rememorar el verano de 1869 cuando Renoir y Monet salían a pintar a la orilla del Sena (¿reflejarse en el agua del río? ¿Cuántos deseaban bañarse en su propia imagen?).
Todo estalla. Es una fuerza arrolladora que concita y despilfarra nueva energía.
Su primera exposición personal de escultura electrónica se remonta a 1969, en Washington D.C. Así pues, es uno de los pioneros del videoarte y de las instalaciones interactivas, junto con Nam June Paik y Peter Campus.
Con la serie Video Trans Américas se propone dar a conocer diversas culturas americanas, descubriendo al mismo tiempo un modo con el cual enfrentar sus propias contradicciones y relacionarse con Estados Unidos.
En 1973, tras el golpe de Estado en Chile, Downey sufre lóbregos momentos de pesadumbre que, sin embargo, no consiguen coartar su intensa lucidez, ni su madurez. En este periodo, de hecho, el artista introduce en su arte una vasta gama de recursos tecnológicos, incoando un viaje simbólico a través de los territorios de diferentes poblaciones indígenas de América.
Llega así a vivir durante un año en la selva amazónica con los yanomami, el pueblo más grande y antiguo, que se remonta a la Edad de Piedra.
Downey penetra en la ritualidad cotidiana partiendo del shock cultural que experimenta en primera persona. Y no otra será la herramienta a la que recurra durante todo su recorrido sucesivo y que lo marcará definitivamente.
Fui devorado por los mitos de la naturaleza y de las estructuras del lenguaje (…). Solamente entonces volví a ser creativo y en múltiples direcciones (…) deviniendo auténtico fruto de mi tierra, menos intelectual y más poético».
Downey es un artista con una conciencia latinoamericana.
Un arte que no solo se dirige a la percepción visual, sino también al resto de sentidos. Como reino de la contemplación de verdades eternas y de emociones sublimes.
Como si, una vez forzados los límites del horizonte y atravesado el vacío, la mirada no tuviese otra salida que la del retorno a la evidencia inmediata.
Los pensamientos trazan sobre el sendero la vuelta al refugio. En aquel camino en el que se quiebran los cálices. Volvamos al presente. Hay una presencia inevitable.
Artista es, pienso, sobre todo aquel que se adueña de lo que está fuera para superponer o agregar su signo. Una vocación capaz de enorme libertad y de una experimentación incesante. El recuerdo me lleva a establecer hoy este humus, esta premisa.
En palabras de Alfredo Jaar, sobre tales prácticas diría que se trata de
Una meditación poética sobre lo que se ha visto y lo que no se ha visto. Una búsqueda de luz.
II
Corría el año 2001. Había ido a Chile para dar a conocer a los artistas romanos de pintura digital y fue en esa coyuntura, entre el reconciliarme con el escenario y el intento de comprender el mero hecho de estar allí, como me encontré presentando al mundo un artista como Juan Downey.
El jurado de la 49ª Exposición Internacional de Arte, Bienal de Venecia, demostró una extraordinaria intuición al conceder a Downey una mención honorífica de forma póstuma.
Habiendo organizado, con Marilys Downey, la fiel compañera de Juan, el Pabellón de Chile, quisimos mostrar al mundo en qué consistía nuestro paso hacia la contemporaneidad. Y Downey, pionero en el campo del videoarte y del arte interactivo, representaba nuestra mejor carta.
En la Bienal, el comisario de la conocida como Plataforma de la Humanidad era Harald Szeemann, figura clave en el desarrollo y recepción del arte contemporáneo en la Europa de la segunda mitad del siglo XX.
En una jaula enorme se hallan cuatro canarios vivos. Un monitor de televisión muestra imágenes de un chirihue (pájaro que, en palabras de Neruda, sería el representante sonoro de Chile) encerrado, que, con su aislamiento y su inquieto movimiento de alas, sus nerviosas tentativas de picotear a través de las barras de la prisión y el sonido desesperado de su canto, contribuye a crear una sensación de desasosiego.
Hablo de About Cages (videoinstalación Sobre jaulas):
En cada esquina hay un altavoz que difunde en derredor grabaciones del diario de Anna Frank o extractos sonoros de un chileno que confiesa lo que hacía a otros chilenos. Así es posible contemplar la instalación escuchando la voz del oprimido y del opresor.
Sin embargo, el aspecto más interesante resulta sin duda el sentimiento de inquietante abandono que se intensifica y atrapa al espectador mientras observa los pájaros reales y oye sus cantos y sonidos al tiempo que recibe las imágenes y sonidos procedentes del vídeo en cámara lenta.
La vida comprimida en un instante de miedo y angustia ante la intolerancia y la tiranía política:
La condición humana oprimida ha otorgado un sentido a la condición humana del opresor. El prisionero y el carcelero. El enjaulado y la jaula. Ambos víctimas de un poder criminal coercitivo.
III
A lo largo del tiempo he intentado pensar qué sucedería con el inmenso legado de Downey, protagonista de una fulgurante carrera llena de éxitos e influyente presencia en los más importantes centros de la creatividad, pero desaparecido prematuramente en 1993.
Vuelvo a topar con el pensamiento cuando contemplo un muchacho que avanza empujando un carrito (ver vídeo) a lo largo de las solitarias vías del ferrocarril, deteniéndose periódicamente para cambiar el color de los tubos. La acción está acompañada por la canción Yo no soy de aquí y no soy de allí. La canción narra la historia de un hombre sin edad ni futuro, cuya única meta en la vida es conseguir alcanzar la felicidad, en esta inevitable desgracia y pérdida de identidad. No ser de aquí ni de allí, pero no dejar de insistir en esta heterogénea demostración de ingeniosa supervivencia.