Ahora que ya van pasando los días y las semanas, y que el exitazo del Mundial de Baloncesto de China va pasando a ser simplemente un bonito recuerdo, empujado por el pasar de los días, la llegada de la temporada regular en todos los deportes y por, en fin, la vida misma, que nunca se detiene, es un buen momento para hablar del combinado nacional y del torneo, de forma más fría y calmada, pero sin perder un ápice de cariño y alegría.
El principio aristotélico del controvertido libro Metafísica que da título a estas líneas explica a la perfección el crecimiento de la enésima España de Scariolo. Si bien este combinado conservaba algunas características de las selecciones del técnico italiano, como son la riqueza táctica y un crecimiento bestial a lo largo del torneo tras un inicio regular, este año el equipo ha rendido a un nivel muy por encima del esperado durante varios partidos. Esa sinergia del equipo propulsó su rendimiento a niveles muy superiores a lo que la mayoría esperaba de este grupo de jugadores. Es un fenómeno muy curioso que se ve en el deporte de vez en cuando, un equipo bien engrasado con una química difícil de explicar que eleva las capacidades individuales de todos sus miembros hasta límites que nadie puede prever.
El talento de Ricky y Marc brilló con más fuerza sobre los hombros de un Rudy que sacrificó en un espectacular esfuerzo defensivo su extraordinaria calidad, y los de un Juancho Hernangómez hiperactivo, quizá demasiado, pero que a menudo parecía que tenía un hermano gemelo con los mismos tatuajes en pista.
En China, también hemos visto cómo el sacrificio de Claver en defensa neutralizaba a estrellas de la NBA, o el de Oriola bajar a la tierra al extraterrestre Scola. La fuerza colectiva de España permitió zarandear a Serbia y soportar las embestidas de Australia, como Alí soportó las de Foreman en su primer combate, para noquearla y dejarla sin respuesta posible en el momento justo. Ambas selecciones, a priori, parecían superiores, quizá bastante superiores.
Y eso tiene un gran mérito, estas selecciones que se juntan con jugadores NBA y de Euroliga solo en verano rara vez pasan de ser un grupo de jugadores sin llegar a ser un equipo cohesionado tácticamente, a pesar de que puedan juntarse cada verano, o casi. Pero con España es diferente; el compromiso del equipo en los momentos calientes es innegable y eso ha llegado a límites inexplorados este año. Curiosamente el primer año sin miembros de la Generación de Oro de 1980, la que cambió la historia del baloncesto español e inició esta dinámica de ser un gran equipo y una gran familia a pesar de verse poco. Y cuando esa química se junta con talento, compromiso y trabajo, se llega a límites insospechados.
El deporte puede ser un vivero de lecciones para la vida, y esta España podría ser una asignatura universitaria de fe, confianza, compromiso y trabajo. Hay que esperar que el polvo no se acomode sobre los éxitos de este verano demasiado rápido. Sería una auténtica lástima.