Siempre he pensado al peronismo como un movimiento heterogéneo y populista. Una religión de semidioses descamisados, que surgió de la base y adoptó su liturgia exuberante y fragmentada en un periodo donde Argentina crecía económicamente con poco esfuerzo, ya que el precio de sus productos agrícolas aumentaba por las guerras y la fertilidad de sus tierras le permitía producir a bajo coste. Por otro lado, el peronismo nunca fue una ideología, sino varias ideologías paralelas, donde encontrábamos todo y la negación de todo.
Esto lo diferencia del fascismo, que era monolítico y estructurado, con una ideología fuerte y articulada desde arriba y lejos de la base. El fascismo invirtió en infraestructuras, industria pesada y poder militar. Argentina despilfarró sin criterio el flujo de capitales. Recordemos, además, que Argentina era patria de emigrantes europeos, que vivían en sus comunidades y no se percibían como nación. El peronismo tuvo connotación y función de identidad y cohesión, junto con el fútbol, el folclore y los asados.
Los últimos eslóganes del peronismo fueron: Argentina potencia y para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Yo vivía en Argentina cuando murió Perón y su papel de líder en ese entonces era marginal y lo había sido por al menos un decenio antes de su muerte. Perón, en sus últimos años, fue símbolo más que figura política. Mito más que historia. Como también lo fue Eva Perón, madre protectora de todos los argentinos. Detrás del peronismo existe un deseo de volver atrás en el tiempo y revivir un período histórico y social, donde el bienestar de la nación parecía un sueño realizable y al alcance de la mano. Un derecho irrenunciable, más que un proyecto de construcción a largo plazo, basado en trabajo, disciplina y planificación.
El peronismo fue y es un fenómeno social irrepetible con connotaciones ideológicas, que pueden ser caracterizadas de nacionalistas, populistas y que más que ser la expresión de un programa político, representa en sus contenidos una alianza amorfa entre estado, pueblo y nación. Recuerdo que, preguntando en Buenos Aires hace ya unos 45 años, ¿qué significa para Ud. el peronismo?, las respuestas eran tan variadas y excluyentes, que sorprendía la falta absoluta de referencias comunes respecto a objetivos, valores e instituciones y que se basaban sobre todo en una reconstrucción onírica de lo que podríamos llamar «un tiempo mejor».
El peronismo no fue ni es fascista, a pesar de tener algunos rasgos en común. Una de las diferencias que hay que evidenciar es que el fascismo representaba un programa de cambios, una alteración del futuro, una imposición política fuerte y dirigida desde arriba. El peronismo, al contrario, es la evocación de un pasado que posiblemente nunca existió.