Es necesario emigrar. Era la consigna que pasaba de boca en boca y que había venido pasando de generación en generación, como en la inminencia de un peligro general. Lo decía el brasero sin oficio, el industrial y el comerciante que se afanaban en un trabajo ímprobo, el capitalista que veía en peligro su hacienda, el intelectual que atesoraba los más puros valores espirituales y vivía temeroso de encontrar un día violentado y prostituida su riqueza. — Es necesario escapar.
(Jornada I, capítulo IX)
El anterior párrafo pertenece a la primera novela de Don Rómulo Gallegos (1884-1969), escrita entre 1913 y 1920: Reinaldo Solar, y pareciera que está describiendo lo que se vive hoy en Venezuela. Por solo citar algunos datos de las encuestas Gallup y Datanálisis, somos el primer país con mayor porcentaje dentro de su población (casi la mitad) con deseos de emigrar, y algunos pronostican que más del 40% de los jóvenes lo harán - de seguir el chavismo-madurismo en el poder - sumándose a los casi 5 millones que lo han hecho en los últimos años. Por este pequeño ejemplo y otros que daremos a continuación, podemos decir que dicha novela es un clásico para conocer el alma y la historia venezolana.
Reinaldo Solar es un joven que no tiene problemas económicos al poseer una hacienda llamada Los mijaos, en el valle de Caracas (el amigo y colega Vicente Quintero nos dice que su ubicación ficticia debería ser cerca de Propatria y Catia por los datos que ofrece el libro), que no deja de proponerse ambiciosos proyectos que abandona rápidamente: escribir una novela, fundar una nueva religión, triunfar en el extranjero, fundar un «partido político» civilista; y que al no prosperar termina siguiendo a uno de los tantos caudillos de nuestra historia en una suicida insurrección. Una sola vez y sin gran importancia el autor parece hablar del petróleo al advertir la aparición del surgimiento de «una minas de riqueza fabulosa», lo cual es lógico porque a pesar de estar en sus inicios su impacto social no se percibirá hasta la década de los treinta. Venezuela es un humilde país rural y las imágenes que nos trasmite lo demuestran (los que admiramos la montaña de Caracas: el Ávila, las disfrutaremos), además de su posición a favor de la vida apacible y de trabajo en el campo en contra de los engaños y la locura acelerada y provisional de la ciudad.
El tema y enseñanza de la novela está en realizar una crítica a nuestra costumbre de buscar éxitos inmediatos y no centrarnos en el trabajo constante. Es una crítica a nuestro falso idealismo que se caracteriza por soñar con un país perfecto que se obtiene en poco tiempo y con una acción heroica. De modo que tenemos una nación de mil proyectos que terminan abandonándose generando un cementerio de utopías chatarras. Muy posiblemente Gallegos ya lo había vivido al soñar con ser un famoso escritor (que al final lo logrará por ser perseverante), pero también lo percibía en todos los levantamientos caudillescos que terminaban en fracaso. Y los que lograban el poder realizaban obras que nunca recibían mantenimiento y se abandonaban por ser obra del gobierno o revolución anterior. De esa manera señala en palabras de uno de sus personajes:
Al cabo de cuatrocientos años hacemos lo que hacían los conquistadores, que desdeñaban poblar y colonizar, preocupados solamente de la eterna expedición al Dorado. (…) siendo hoy la fuga a Europa otro Dorado.
Y finaliza:
El amor a la aventura, el gran esfuerzo de un momento, por incapacidad para el pequeño de todos los días. Reinaldo Solar caracteriza perfectamente este caso nacional.
(Jornada I, capítulo IX)
En un momento al hablar del arte de la patria pareciera que se refieren a los venezolanos señalando que somos «la absoluta desolación (…), dolor, incurable melancolía, incapacidad, sin tradición, copia», etc. Y cuando Reinaldo se dedica a la política fundando la Asociación civilista, todo es malinterpretado por las gentes y es visto como una forma de conseguir un cargo en el gobierno pero no para trabajar sino para aprovecharse de este (corrupción). Reinaldo se siente frustrado y de esa forma aparece el dilema: partidos políticos que requieren un trabajo lento y constante versus el inmediatismo de la «Revolución» detrás de un caudillo y una montonera. El primero como vimos fracasa al nacer y del segundo Reinaldo dirá:
Este mal es incurable. Está en la sangre. Somos incapaces de la obra paciente y silenciosa. Queremos hacerlo todo de un golpe; por eso nos seduce la forma violenta de la revolución armada. La incurable pereza nacional nos impulsa al esfuerzo violento, capaz del heroísmo, pero rápido, momentáneo. Después nos echamos a dormir, olvidados de todo. ¡Todo o nada! Pueblo de aventureros que sabe arriesgar la vida, pero que es absolutamente incapaz de consagrarse a una empresa tesonera. Al fin nos quedamos sin nada.
(Jornada II, capítulo III)
Para Reinaldo-Gallegos, como para la sociología positivista de su época,
somos una nación de Pilatos (…) porque echamos la culpa de nuestros males a un vago personaje (…). Asumamos con valor nuestra responsabilidad (…), cada uno de nosotros ha sentido en su interior el podrido fondo de tendencias disolventes que hay en el corazón de este pueblo.
(Jornada II, capítulo VIII)
Y ante esta realidad, para otro personaje la solución no está en la expatriación sino que:
Nuestro deber está en quedarnos aquí, para sufrir con todo el corazón la parte que nos corresponde en el dolor de la patria, para desaparecer con ella, si ella perece; para tener la satisfacción de decir más tarde, si ella se salva y prospera: yo tengo derecho a este bienestar porque lo compré con mi dolor.
(Jornada I, capítulo IX)
Al final, como volverá a repetirse en buena parte de sus novelas termina realizando una especie de síntesis en el conflicto que plantea la trama. Después de condenar la inconstancia «reinaldina» y nacional señala que es entendible e incluso sana:
(…) prodigado inútilmente soñando empresas colosales. Es un buen síntoma porque quien a los veinte años no ha pretendido ser héroe o santo, no pasará jamás de ser hombre mediocre.
Pero «no hay vida insignificante si ha sido fecunda y útil» (Jornada II, capítulo I). Es decir, está bien equivocarse en estos grandes proyectos siempre y cuando terminan prontamente dirigiéndonos a la sencilla meta en el que seamos productivos: «Ya hemos dejado de oír el canto de la Sirena; pero hemos cumplido con la juventud, porque hemos sabido soñar, y con la Patria, porque hemos sufrido el dolor» (Jornada II, capítulo XI).
En la Venezuela que nos muestra Gallegos a través de su primera novela hay mucho de tradición pesimista, porque era la literatura que seguía los pasos del realismo que contemplaba el terrible siglo XIX de violencia y disgregación; y de su formación intelectual positivista que había establecido la barbarie como nuestro diagnóstico. Pero nos recomienda que mientras «la noche» permanezca podemos encontrar refugio en el arte, la vida sencilla, el trabajo constante, y en el paisaje que logra «el reposo y abandono».