A comienzos del mes de agosto, el Gobierno iraní presentó tres bombas inteligentes guiadas con precisión que podría utilizar en caso de un enfrentamiento por la escalada que ha ido en aumento en las últimas semanas en la región del Golfo. Según fuentes de prensa la bomba llamada Balaban posee alas y además un sistema de guía para precisar el impacto contra enemigos: el dispositivo se coloca debajo del avión desde donde se hacen los lanzamientos.
El otro aparato es la bomba Yasin, que puede ser lanzado, según el ministro de defensa Amir Hatami, desde una distancia de 50 kilómetros, además de tener la capacidad de ser lanzada en medio de condiciones climáticas adversas. Finalmente, la tercera bomba Qaem, sirve para destruir fortificaciones y zonas cerradas.
A estas tres bombas inteligentes se les suma el vehículo Falaq, que posee una instalación de radar móvil que es la versión mejorada del sistema Gamma con tecnología rusa y que, según Alireza Sabahifard, comandante de la unidad de defensa aérea de Irán, tiene la posibilidad de detectar misiles y aviones no tripulados.
La función de las tres bombas, más el sistema Falaq, tienen la intención de poder defender el territorio iraní, ante el temor de una eventual escalada contra el territorio iraní, principalmente de los Estados Unidos y algún grupo aliado occidental: en estos momentos, el careo militar tiene como fin la persuasión para evitar un aumento en los niveles de tensión de la zona. Se debe tomar en consideración que, según el presidente Hassan Rouhani, un ataque contra la soberanía del territorio iraní se transformaría en la madre de todas las guerras.
En la zona de Yemen y en la frontera iraní cercana a Ormuz ya se ha ido experimentando con nuevos equipos de defensa y de espionaje que podría ser catalogado como un enfrentamiento no declarado de «bajo impacto», por cuanto los efectos colaterales no son sucesivos o continuos.
Por parte de Irán hay hipotéticamente una carta de la cual podrán echar mano para lograr un frente por empatía y es eventualmente realizar ataques contra Israel en las zonas fronterizas con este país donde han logrado colocarse en los últimos años, esperando que la respuesta militar israelí cause las suficientes bajas civiles que genere la desviación de la atención de la situación cercana al Golfo.
En una mano está la frontera sirio – libanesa desde donde intentan penetrar el espacio aéreo israelí para robar información a través de aviones no tripulados y espionaje, y a la vez complementarlo con el frente militar que ha fortalecido a lo largo de estos 13 años en la zona al sur del Líbano a través del Hezbollah.
Por otra parte, hay un frente ocasional que podría abrirse en la región de Gaza a través del grupo islamista Hamás; a quien el Gobierno de Teherán pese a la crisis económica que acarrean desde las sanciones provenientes de Washington prometió brindarle ayuda de al menos 30 millones de dólares mensuales a cambio de lealtad (e información), o pueden echar mano de la agrupación Yihad Islámica palestina, fieles aliados del régimen de los ayatolás.
Si optaran por la carta palestina, eventualmente, podría generar que los grupos islamistas envíen partidarios de su agrupación a intentar romper el cerco de seguridad en la frontera con Israel, procurando que el ejército israelí mate civiles y de este modo lograr volcar a la opinión pública contra el Gobierno en Jerusalén, desviando la atención de otros temas en las zonas de tensión y redirigir la maquinaria mediática y diplomática desde el Golfo hacia Israel, permitiéndole a Irán acomodar las fichas.
Por otro lado, si aun así se diera un eventual enfrentamiento contra el Gobierno de Teherán, lo cual no se considera entre los escenarios más inmediatos para la zona, el régimen iraní, al igual que Sadam Hussein durante la guerra en el Golfo de 1991, podría optar por atacar a Israel y procurar empatías desde una perspectiva religiosa en contra de los «infieles sionistas» utilizando además el simbolismo de Jerusalén y la liberación de la Palestina histórica para lograr afinidad entre la población, presionando a los Gobiernos árabes de no acceder a una alianza con Occidente contra el Gobierno iraní.
Otras opciones más arriesgadas sería llevarse el conflicto lejos de sus fronteras como ocurre con Yemen, fortalecer por ejemplo su presencia en Siria, lo cual cuenta con una serie de dificultades por cuanto han perdido el beneplácito ruso de seguir teniendo un músculo militar tan determinante en el territorio gobernado por Bashar Al Assad, y por supuesto que no cuentan con el visto bueno de los Estados Unidos y sus aliados para permanecer en el territorio, sino que buscan su repliegue y ante la competencia que compromete a los rusos como bien señalaría el Doctor Paulo Botta en un artículo:
El Gobierno ruso favorecerá un escenario postconflicto donde el Gobierno central sirio ejerza el monopolio de la fuerza, y para eso desarmar o integrar a las milicias que han participado en el conflicto y favorecer el retiro de las fuerzas extranjeras es una prioridad. No permitirá una situación como la libanesa con Hezbolá…
En otras palabras, los rusos mantendrán el Gobierno de su aliado, con la venia de israelíes y estadounidenses; a regañadientes, con la condición de que los iraníes pierdan terreno en la influencia que han ganado desde el inicio de los enfrentamientos en 2011.
Las opciones que tienen los iraníes para sacarlos del ojo de la tormenta se hacen cada vez más difícil y por el contrario la situación compromete más su capacidad de reacción sujetándola a eventuales traspiés de aquellos que buscan sacarlos de la dinámica regional, por lo que dependen no solo de sus propias cartas, las cuales podrían ser considerablemente bajas, sino de las acciones de los otros actores involucrados en las circunstancias actuales.