Ayer fui a un cine abierto a ver la última película de Pedro Almodóvar: dolor y gloria. La función comenzó a las 22.00 y la temperatura en esos momentos era de unos 32 grados. Afortunadamente, soplaba una frágil brisa y el lugar estaba lleno. Me sorprendió que la edad de los espectadores fuese alta y que no hubiera jóvenes en el cinema. Me senté al lado de una señora, quien me contó que era profesora de liceo y que enseñaba ciencias. Ella esperaba a una amiga que tenía que llegar de un momento a otro. Las butacas no eran numeradas, por lo que había llegado antes para sentarse en un lugar cómodo y poder ver mejor la película. Le pregunté por qué no habría jóvenes presentes en el cine, me respondió con pena, que los jóvenes no frecuentan los cines, que viven en otro mundo, desgraciadamente. Uno pocos minutos después llegó su acompañante, una profesora ya jubilada que había visto todo de Almodóvar. En esos momentos comenzó el espectáculo.
El protagonista, Antonio Banderas, representaba un cineasta que había ya superado los 60 años de edad y que sufría de fuertes dolores de espalda y cabeza. Además, padecía de depresión y otros problemas. Tenía dificultad al moverse y esto lo había llevado a aislarse completamente de sus actividades, amigos y admiradores. La reproducción de una de sus películas, filmada 32 años atrás, lo catapulta en el pasado y revive los conflictos con el actor principal de la película que no había visto desde entonces. Una amiga en común, le da los datos para poder encontrarlo y lo contacta para que participen juntos en una entrevista con el público, después de la representación del film. Alberto, el actor, consumía heroína e invita a Salvador, el protagonista, a probarla, iniciando un proceso que lo lleva hacia el pasado. Su niñez, su madre y la relación con Federico, su amigo y amante, que también había sido adicto a la heroína. Salvador y Federico no tenían contactos algunos y Salvador desconocía completamente su suerte.
Después de unos incidentes con Alberto, Salvador acepta que éste represente su obra teatral, un monólogo que hablaba de su amigo adicto, aquí llamado Marcelo. La obra tiene éxito y por casualidad del destino, Federico (Marcelo) sin conocer el tema de la obra, se encuentra entre los espectadores y después contacta a Alberto en su camarín para saber de Salvador.
Durante la película, seguimos la vida de Salvador niño y también su relación con la madre. Salvador de niño enseña a leer y escribir a un joven albañil, Eduardo, que como retribución acepta pintar y terminar la casa de la familia de Salvador. Eduardo pinta un cuadro de Salvador leyendo un libro y desaparece de la historia. El cuadro posteriormente aparece en una muestra y Salvador, que se reconoce a sí mismo, decide comprarlo. Al mismo tiempo vuelve a escribir y cuenta su historia en un guion que a continuación es filmado. La película misma termina con la última escena de guion filmado de Salvador Mallo.
Se dice que el tema de la película es en gran parte autobiográfico y que nos cuenta la vida de Pedro Almodóvar, construida por fragmentos que convergen alrededor de la vida del protagonista, Salvador Malla, representado por Antonio Banderas, representando a su vez, Pedro Almodóvar, sus dramas, problemas, conflictos, vida y creatividad, arrastrándonos a una visión de la realidad y existencia, donde todo se manifiesta indirectamente en la contraposición de cientos de narrativas, historias y planos, donde el ser y el sentido está en la convergencia e integración y a su vez se muestra también como la fuente misma de la creatividad. Seguramente no podríamos entender al artista sin conocer su vida y el artista nos la muestra, con su dolor y conflictos, como una expresión genuina de su arte y ser íntimo. El proceso vivido por Salvador Malla en la película es un viaje en la enfermedad y sanación, en la desesperación y creatividad, en el dolor y la gloria.
Volviendo a los jóvenes de nuestros días, quizás la diferencia entre mi generación y los muchachos de hoy, es la relación con el dolor que se impone y nos define como parte subordinada a una realidad innegable y dura. La primera escena del filme muestra a Salvado Mallo, sentado y sumergido en una piscina, la escena dura unos minutos, representando simbólicamente la vuelta y búsqueda del origen, de las raíces y de lo que no podemos dejar atrás o simplemente olvidar, convirtiéndose en una red de historias, que conforman nuestra historia personal.