Los yanomamis conforman el pueblo indígena relativamente aislado más numeroso de América del Sur. Durante miles de años, los yanomamis han vivido en las selvas y montañas del norte de Brasil y del sur de Venezuela y Guyana, pero hoy el nuevo Gobierno ultraderechista de Brasil, además de la minería, la ganadería y una caótica atención sanitaria, amenaza su supervivencia .
En Brasil, la Tierra Indígena Yanomami (TIY), establecida por ley en 1992, se extiende por más de 9,5 millones de hectáreas entre los estados brasileños de Roraima y Amazonas. Como parte de su política fuertemente antiindígena, el presidente Jair Bolsonaro la mira con creciente molestia.
Mientras tanto, la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), fuertemente debilitada por el nuevo Gobierno, no defiende a la TIY de las invasiones de miles de garimpeiros (mineros ilegales) que destruyen el territorio y la selva amazónica, lo que genera contaminación por mercurio, violencia y enfermedades en la población indígena.
Muchos en el mundo supieron de la existencia de los yanomami recién cuando los visitó el rockero inglés Sting, quien utilizó su segunda visita a Brasil en 2009 para pedirle al Gobierno que escuche las quejas de los indígenas frente a la propuesta de construir una nueva presa hidroeléctrica en la región amazónica. Se reencontró, además, con el dirigente indígena Raoni Metyktire, quien lo acompañó en una campaña similar 20 años antes.
Los yanomamis (gente que se visita entre sí), es un grupo independiente (raíz idiomática propia), internado en la selva, con todos sus patrones ancestrales, habitantes de las riberas del Orinoco en su parte alta y del Padamo, Ocamo y otros ríos. A comienzos del siglo XIX Humboldt hacía referencia a los waica, nombre que ellos rechazan por considerarlo despectivo (gente que hace la guerra, los que matan).
Pacíficos en condiciones normales, han sido bravos guerreros y se cree que desplazaron de su territorio a los ye’cuana o makiritares, fuerte grupo caribe que logró mantenerse intacto frente a la agresión de los conquistadores europeos y los de nuevo cuño.
Como la mayoría de los pueblos indígenas del continente, posiblemente emigraron hace unos 15.000 años a través del Estrecho de Bering que une Asia y América, y poco a poco fueron asesntándose en Sudamérica. Hoy en día, su población total está en torno a las 35.000 personas.
El territorio yanomami en Brasil es de unos 9,5 millones de hectáreas, dos veces el tamaño de Suiza. En Venezuela, los yanomamis viven en la Reserva de la Biósfera del Alto Orinoco-Casiquiare, que tiene 8,2 millones de hectáreas. Estas dos áreas juntas conforman el mayor territorio indígena selvático del mundo, que hoy intentan destruir.
Amenazas sobre los yanomamis
Miles de garimpeiros o buscadores de oro que trabajan ilegalmente en la tierra yanomami les transmiten enfermedades mortales como la malaria y contaminan los ríos y los bosques con mercurio, mientras los terratenientes ganaderos están invadiendo y deforestando la frontera este de su territorio. Y ahora con el aval del Gobierno brasileño, que amenaza con despojarlos de sus tierras ancestrales.
Cambios recientes en el modelo de gestión de políticas para la salud indígena, impulsados por el Gobierno brasileño, accionaron el alerta en el movimiento indigenista, desde el anuncio de la extinción de la Secretaría Nacional de Salid Indígena (Sesai), que repercute en la disminución de los médicos en los distritos sanitarios indígenas, sobre todo desde que los cubanos debieran abandonar el programa Más Médicos que prestaba servicios en zonas donde pocas veces había llegado un galeno brasileño.
La bancada ruralista constituida por más de 230 legisladores entre diputados y senadores busca reglamentar el apartado 6 del artículo 231 de la Constitución, tratando de someter las tierras indígenas al «interés público superior del Estado brasileño», anulando el derecho a la posesión y el uso exclusivo de los pueblos indígenas, para justificar el latifundio y abrir las puertas a carreteras, oleoductos, centrales hidroeléctricas, ferrocarriles, minería, asentamientos humanos.
Esta bancada también trata de poner bajo el control del Congreso que ella domina la demarcación de las tierras indígenas, hasta ahora garantizada por la Constitución. La realidad es que un pequeño número de blancos –no sólo brasileños- se ha apoderado de enormes extensiones de tierra y domina el Gobierno a través de ‘sus’ representantes.
La vasta extensión del país, la confusión en la propiedad de la tierra y el poder económico han prevalecido sobre el sentido común y sobre la ley. Una ley que, si es favorable a los pueblos indígenas, se la cambia, como está sucediendo ahora. A fin de cuentas, quienes las han hecho y por tanto quienes pueden modificar las leyes, no son precisamente los indígenas.
Los grandes propietarios agrícolas, grupos empresariales de la agroindustria y de la minería, además de los medios de comunicación hegemónicos, sostienen que 113 millones de hectáreas del territorio brasileño (13,3% del total) en manos (teóricamente) de los pueblos indígenas son demasiados. «Demasiada tierra para pocos indígenas», señalan. Ganaderos, mineros, comerciantes de maderas preciosas, traficantes de la biodiversidad, las invaden y depredan cotidianamente.
Incentivadas por la impunidad, las invasiones se multiplican. Si los infractores fuesen los indígenas, muy rápidamente actuarían las fuerzas del orden para reprimirlos, incluso con violencia. Muchas veces ni siquiera el Estado respeta los territorios indígenas, como con las 201 megaobras previstas por el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), obras devastadoras para el medio ambiente y para la existencia de decenas de pueblos indígenas, dan testimonio además de la falta de respeto al Convenio 169 sobre pueblos indígenas y tribales de la Organización Internacional del Trabajo.
«¿Por qué — se pregunta Carlo Zacquini, misionero italiano de la Orden de la Consolata que vive desde hace medio siglo en el estado de Roraima — cuando se piensa en el ‘progreso’, no se piensa casi nunca en las tierras de los latifundistas, a menudo sin cultivar, sino siempre y solamente en las indígenas?». En Brasil, cerca de 70.000 personas son propietarias de 228 millones de hectáreas de tierras improductivas, según datos del estatal Instituto Brasileño de Geografía y Estadística.
El Congreso brasileño está actualmente debatiendo un proyecto de ley sin haber siquiera consultado a los pueblos indígenas, y, en caso de aprobarse, permitiría la minería a gran escala en sus territorios, lo que sería extremadamente perjudicial para los yanomamis y para otros pueblos indígenas remotos de Brasil, Guyana y Venezuela.
Tierra y medio ambiente
Davi Kopenawa, portavoz de los yanomamis y presidente de la asociación Hutukara, avisa de los peligros:
«Nuestra tierra tiene que ser respetada. Nuestra tierra es nuestro patrimonio, un patrimonio que nos protege. La minería sólo destruirá la naturaleza. Destruirá los arroyos y los ríos y matará a los peces y al medioambiente: y nos matará a nosotros. Y traerá enfermedades que nunca existieron en nuestra tierra».
Los propios yanomamis han avistado en su territorio a otros grupos aislados, a los que llaman moxateteus, que viven en el área con mayor concentración de buscadores de oro ilegales, y se teme que todo pueda derivar en un violento conflicto. El contacto con los buscadores de oro podría ser muy peligroso para los moxateteus y podría derivar en un violento conflicto.
Kopenawa indica que
«Hay muchos indígenas no contactados. Yo no los conozco, pero sé que están sufriendo igual que nosotros… Quiero ayudar a mis familiares aislados, que tienen nuestra misma sangre. Es realmente importante para todos los indígenas, incluidos los no contactados, permanecer en las tierras donde han nacido».
Socialización, igualdad
Los yanomamis viven en grandes casas comunales de forma circular llamadas yanos o shabonos, que alcanzan a alojar hasta a 400 personas. La zona central se usa para actividades rituales, fiestas y juegos. Cada familia tiene una hoguera propia donde prepara y cocina la comida durante el día. Por la noche cuelgan las hamacas cerca del fuego, que mantienen encendido hasta la mañana para permanecer calientes.
No conocen los términos democracia ni socialismo, pero creen firmemente en la igualdad entre las personas. Cada comunidad es independiente de las otras y no reconocen a ninguno como «jefe». Las decisiones las toman por consenso, normalmente después de largos debates en los que todos pueden opinar. Como la mayoría de los pueblos indígenas amazónicos, las tareas se dividen según el sexo: los hombres cazan pecaríes, tapires, monos y un tipo de cérvidos, y a menudo usan curare (un extracto de plantas) para envenenar a sus presas.
A pesar de que la caza sólo produce el 10% de la comida de los yanomamis, entre los hombres es considerada una habilidad de gran prestigio, y todos valoran mucho la carne. Ningún cazador come nunca la carne que ha cazado. Por el contrario, la reparte entre sus amigos y familiares. A cambio recibirá carne de otro cazador.
Las mujeres cuidan de los huertos, en los que cultivan cerca de 60 tipos de grano de los que obtienen casi el 80% de su comida, y recolectan frutos secos, moluscos y larvas de insectos. La miel silvestre es muy apreciada y los yanomamis cosechan 15 variedades. El suelo amazónico no es muy fértil, lo que les obliga a despejar trozos de selva cada dos o tres años.
Los yanomamis poseen un vasto conocimiento botánico y utilizan cerca de 500 plantas para comer, elaborar medicinas, construir casas y otros artefactos. Su sustento se basa en la caza, la recolección y la pesca, pero también tienen grandes huertos que obtienen de talar partes de selva.
Tanto los hombres como las mujeres pescan, y utilizan el timbó o veneno para los peces en los viajes de pesca comunales. Grupos de hombres, mujeres y niños machacan haces de vid que dejan flotar en el agua. El líquido atonta a los peces, y salen a la superficie donde los recogen en cestas. Utilizan nueve especies de vid sólo para el veneno de los peces.
El mundo espiritual es una parte fundamental de su vida. Cada criatura, piedra, árbol y montaña tiene un espíritu. A veces estos son malignos, y atacan a los yanomami y se cree que les provocan enfermedades. Los chamanes controlan a estos espíritus inhalando un polvo alucinógeno llamado yakoana. A través de su trance visionario, se encuentran con los espíritus o xapiripë.
«Sólo aquellos que conocen a los xapiripë los pueden ver, porque los xapiripë son muy pequeños y brillan como la luz. Hay muchos, muchos xapiripë, miles de xapiripë como estrellas. Son preciosos, y están decorados con plumas de loros y pintados con urucum (annatto), y otros tienen oraikok, otros llevan pendientes y utilizan tinte negro y bailan de una forma preciosa y cantan de una forma diferente»,
explica Kopenawa.
Los yanomamis trabajan menos de cuatro horas al día de media para satisfacer todas sus necesidades materiales. Les queda mucho tiempo libre para el ocio y las actividades sociales. Son frecuentes las visitas entre comunidades, incluso traspasando fronteras de países. Se organizan ceremonias para celebrar acontecimientos como la recolección de los pejiballes (especie de melocotón de la fruta de la palma) y el reahu (fiesta funeraria), que conmemora la muerte de un individuo.
Creen firmemente en la igualdad entre las personas, algo que choca con los preceptos del Gobierno de Bolsonaro y las elites brasileñas. Cada comunidad es independiente de las otras y no reconocen a nadie como “jefe”. Las decisiones las toman por consenso, normalmente después de largos debates en los que todos pueden opinar.
En 2004, se reunieron yanomamis de 11 regiones de Brasil para formar una organización propia, Hutukara (que significa la parte del cielo de la que nació la tierra), que defendiera sus derechos y dirigiera sus propios proyectos. En 2011, los yanomamis de Venezuela crearon su propia organización, llamada Horonami, para defender sus derechos.
Sting, la estrella de rock británica, dijo que Brasil estaba en la primera línea de la lucha contra el cambio climático y que hoy era aún más importante que hace 20 años escuchar las voces de aquellos que viven ahí. En su campaña anterior, Sting y el jefe Raoni visitaron muchas partes del mundo en oposición a un proyecto hidroeléctrico en el río Xingu, en la Amazonia, el que fue abandonado pero sobre el cual vuelve el actual régimen.
«Necesitamos salvar este bosque. La deforestación es la mayor contribución a los gases con efecto de invernadero. Mucho más allá de la polución industrial, mucho más allá que el uso de combustibles fósiles para el transporte o para calefacción. Sin mdio ambiente, no hay economía»,
agregó Sting.
Intrusos depredadores: oro y genocidio
Acusada de espionaje y violaciones a la cultura indígena, el gobierno venezolano expulsó a los misioneros evangelistas de Nuevas Tribus, institución asociada al Instituto Lingüístico de Verano (ILV), cuya labor se concentró en los pueblos yanomami, ye'kuana, panare y otras del sur del país.
El propio presidente Hugo Chávez, coincidiendo con el Día de la Resistencia Indígena, el 12 de octubre de 2005, los expulsó tras acusarlos de trabajar para organismos de inteligencia de Estados Unidos y de espionaje económico a favor de empresas transnacionales. Era larga la historia negativa de Nuevas Tribus en Venezuela, como fachada para labores de prospección geológica y mineral.
También ha existido controversias éticas relacionadas con la extracción de muestras de sangre yanomami tomadas por científicos como Napoléon Vhagnon y James Neel para estudiarlas. Aunque las tradiciones religiosas de los yanomamis prohíben guardar cualquier parte del cuerpo después de la muerte de la persona, no se avisó a los donantes que estas muestras de sangre iban a ser guardadas para experimentos.
El día del ataque a la comunidad de Irotatheri (a cinco horas en helicóptero de Puerto Ayacucho, capital del estado venezolano de Amazonas y a 15 días a pie), en julio de 2012, la mayoría de los yanomamis estaban en la casa comunal donde se encontraron «cuerpos carbonizados y los restos del 'shabono' quemados».
Sólo tres yanomami sobrevivieron; habían ido a cazar. Los mineros ilegales atacaron desde un helicóptero, dispararon a matar a los 16 indígenas que se encontraban allí y lanzaron explosivos contra la casa comunitaria que quedó completamente calcinada.
Desde la matanza contra los yanomamis en 1993, el Gobierno venezolano asumió la obligación de controlar la entrada de buscadores de oro en el país. Sin embargo, la escasez de personal para controlar la zona, la inaccesibilidad y la transformación del modus operandi de los mineros han hecho prácticamente imposible ejercer algún tipo de control sobre la minería ilegal en la zona. El garimpeiro ya no desforesta, trabaja bajo los árboles y es difícil verlos desde el aire.
En Brasil, los yanomamis entraron en un contacto continuado con foráneos en 1940, cuando el Gobierno mandó trabajadores para delimitar la frontera con Venezuela. Pronto se establecieron allí el Servicio Estatal de Protección de los Indígenas y grupos de misioneros. Este flujo de personas provocó las primeras epidemias de sarampión y de gripe, por las que murieron muchos yanomamis.
A comienzos de los 70, el Gobierno militar decidió construir una carretera a través del Amazonas y a lo largo de la frontera norte. Sin aviso previo, las excavadoras atravesaron la comunidad de Opiktheri. Dos comunidades enteras fueron aniquiladas por completo como consecuencia de enfermedades contra las que no poseían inmunidad.
Los yanomamis continúan sufriendo los impactos devastadores y duraderos de la carretera que introdujo colonos, enfermedades y alcohol. Actualmente, los terratenientes y los colonos la utilizan como punto de acceso para invadir y deforestar el área de los yanomamis.
Durante los años 80, los yanomamis sufrieron enormemente cuando cerca de 40.000 buscadores de oro brasileños invadieron su tierra. Estos buscadores les dispararon, destruyeron muchas comunidades y les expusieron a enfermedades contra las que no tenían inmunidad. El 20% de los yanomami murió en sólo siete años.
Después de una larga campaña internacional, la tierra yanomami de Brasil fue demarcada finalmente como «Parque Yanomami» en 1992 y los buscadores de oro fueron expulsados, pero retornaron un año después: un grupo de mineros entró en la comunidad de Haximú y asesinó a 16 yanomamis, entre ellos a un bebé.
La invasión de la minería de oro en la tierra de los yanomamis continúa. La situación en la zona fronteriza es muy grave, y algunos yanomamis han sido envenenados y han estado expuestos a violentos ataques durante años.
Los indígenas brasileños aún no tienen derechos territoriales adecuados sobre su tierra. El Gobierno rechaza reconocer el derecho territorial de los indígenas, a pesar de haber ratificado el derecho internacional (Convenio 169 de la OIT) que lo garantiza. Además, la clase dirigente brasileña presiona al gobierno de Jair Bolsonaro para que se reduzca el tamaño del área yanomami y se permita allí la minería, la ganadería y la colonización.
El Ejército brasileño ha establecido cuarteles en el corazón de tierra yanomamis, lo que ha aumentado las tensiones, violando y prostituyendo a sus mujeres, e infectándoles enfermedades de transmisión sexual. Y ahora el Gobierno de Jair Bolsonaro amenaza con expulsarlos de sus tierras, apoderarse de ellas para entregarlas a grandes empresas nacionales y trasnancionales para su explotación.