Después de siglos de sequía, los economistas terminaron por descubrir algo: el libre mercado es cojonudo, un poderoso aliciente para los intercambios económicos, el progreso mundial, la acumulación de riqueza y el bienestar universal… siempre y cuando los EEUU lo dominen y hagan lo que les sale de las narices con el dólar, los aranceles, las fronteras, los sistemas de espionaje informático, los guiones de las series de televisión, el fraude impositivo y los pinches gobiernos.
Esto es un requisito sine qua non, una condición de posibilidad, un dato de la ecuación, algo así como la Primera Causa del Principio de Causalidad combinada con el Segundo Principio de la Termodinámica. Si no me crees, pregúntale a los expertos de Harvard.
Para defender y proteger el futuro de la Humanidad, el Sundae Ice Cream, el Double Cheese Burger, la libertad, la democracia y el libre mercado, sobre todo el libre mercado, los EEUU han seguido escrupulosamente el sendero de la evolución técnica, luego tecnológica, lograda gracias a la inagotable fuente de innovaciones que es el cacumen del personal.
De ese modo el garrote — big stick para los expertos — le cedió el lugar a las lanzas, la honda a las flechas, los arcabuces al M-16, los cañones a la artillería reactiva, los cohetes a los misiles Tomahawk, y la bomba atómica a los aranceles y las sanciones económicas.
Todo esto gracias a un descubrimiento jurídico que hizo dar un respingo a Bernard Manin, gran estudioso de la Convención de Filadelfia, y a Alian Supiot –profesor del Collège de France– que de Derecho entiende un puñao.
Servidor perdió años estudiando Derecho de Comercio Internacional y los arcanos de la Cámara de Comercio Internacional de París, sin hablar del pinche Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), eminente institución del Banco Mundial con sede en Washington, para encontrarse con que los EEUU decidieron –por cojones– simplificarse la vida extendiendo al mundo entero el imperio de su propia jurisdicción: lo que fallan los tribunales yanquis debe valerle a todos, americanos, africanos, europeos, asiáticos, australianos, micronesios, aliens y klingons.
Donald tiene mucho que ver en eso: si Newton se le pusiera en el camino no dudaría en abolir la Ley de la Gravedad Universal remplazándola útilmente por la Levitación a peaje o Toll Levitation.
Cuando la URSS se puso falla al caldo, el buen Gorbachov aceptó la reunificación de Alemania y la dislocación del imperio del Este, rogando que ningún país se integrase en la OTAN. Reagan dijo «Faltaría más… You’re welcome, would you have another cup of tea?». Lo malo es que al buen Gorbi se le olvidó poner eso por escrito y que Ronald firmase abajo.
Ahora la OTAN integra a Croacia, a Bulgaria, a la República Checa, a Grecia, a Hungría, a Luxemburgo, a Rumania, a Polonia, a Albania, a Montenegro, a Turquía, a Estonia, a Lituania y a Letonia, países que hasta nuevo aviso no tienen costas en el Atlántico Norte, o bien no he leído el último tuit de Donald. Mejor aún, ahora Trump quiere integrar a Ucrania y a Brasil. Todo lo cual prueba, por si hiciese falta, lo agresivos que son los rusos y lo malo que es Putin.
Para convencerte mira ver lo que pasó en Crimea, que ya era parte del Imperio ruso en tiempos de Caterina la Grande, o sea allá por el siglo XVIII. Algo más tarde, la intervención militar de Francia y el Reino Unido –aliados al Imperio Otomano en la Guerra de Crimea (1853-1856)– hizo declinar la influencia rusa en la región. Pero… en 1917 ocurrió la Revolución Rusa y la tortilla de rescoldo hizo un giro en 180º.
En 1954, Nikita Kruschov, ucranio de nacimiento (nacido en Ucrania, no en Nacimiento - Chile), en ese momento mandamás de la URSS, tuvo la brillante idea de donarle –mediante simple decreto– la Península de Crimea a Ucrania (1954). El tema traía tela: para la URSS primero, y luego para la Federación Rusa, Sebastopol fue y es el mayor centro naval militar. Privar a Rusia de Crimea equivale a quitarle el Estado de Virginia a los EEUU.
Cuando un puñado de neonazis, preparados con el amable patrocinio de la CIA, dio un golpe de Estado en Ucrania (2014), la Federación Rusa estimó que se estaban pasando de rosca y reintegró en su territorio la Península de Crimea, consagrando ese hecho con un plebiscito ampliamente mayoritario.
Los EEUU reaccionaron imponiéndole sanciones económicas a Rusia, el arma letal de última generación (paciencia, ya te explico). Los caniches europeos hicieron lo de costumbre: seguir al amo. Francia por ejemplo dejó de exportar quesos y productos agrícolas a Rusia. Pero como dicen los economistas «una crisis es una oportunidad de negocio»: un par de rusos se asoció con empresarios galos y ahora Rusia exporta quesos y productos agrícolas. Hay patadas en el culo que se pierden…
Como te decía, las sanciones económicas y la imposición de aranceles superaron a la bomba de neutrones. Esta última joya tenía, según sus impulsores, una enorme virtud: lanzada contra un ejército mataba a todo dios, y dejaba el armamento, los blindados y la munición intactos.
Ni siquiera tuvieron la ocasión de probarla. Algún coronel algo menos asopado que el promedio se dio cuenta que la bomba a neutrones era un contrasentido económico: mataba a los consumidores e impedía la venta de armamento y otros pertrechos militares. Y como la economía de los EEUU gira en torno a la industria militar…
Pero Donald es Trump. Peor aun, Trump es Donald. De modo que por menos de quítame allá estas pajas, y cualquiera sea el supuesto conflicto, Donald aplica sanciones económicas y le impone aranceles a las exportaciones de sus incontables enemigos.
Comenzó con Rusia, como queda dicho, y siguió con el Alena, o sea México y Canadá. Para su gran sorpresa, los siguientes en la lista fueron los caniches europeos. No satisfecho, Donald tuvo la excelente idea de matar en el huevo el TTA y el TTP, sendos tratados económicos transoceánicos que dejaban los países suscriptores a la altura de lo que son: simples terrenos de juego de las multinacionales.
En eso estaba cuando alguno de los faucons –halcones, en francés, cuya libre interpretación fonética quiere decir también «huevones falsos» o «falsos huevones»– que lo aconseja le hizo ver que entretanto China ‘atacaba’ como en una etapa de montaña del Tour de France.
En claro, los EEUU se están quedando atrás, la pendiente es ruda, y para no perder hasta la manera de andar (a lo John Wayne) conviene tener pulmones y pantorrillas. O bien ganar como Lance Armstrong, mediante el dulce método del doping, tan en boga en el país de la DEA (una vez más, si no me crees, mira ver la crisis de los opioides en yankilandia).
Donald, que es un empresario, sabe que lo que cuenta es el resultado. Los métodos…
De modo que, como Armstrong (literalmente brazo fuerte en inglés), Donald comenzó a hacer trampas y a utilizar el arma letal de los aranceles y las sanciones económicas como Charles de Gaulle utilizaba la disuasión nuclear: tous azimuts, o sea de manera panorámica, in all directions, sin exceptuar a nadie, ni siquiera a los caniches. De ahí viene la muy mentada guerra comercial.
Poco a poco el asunto se fue envenenando, al punto que hasta el mismísimo Felipe Larraín se bajó como Pacheco y reconoció que en materia económica «el camino está un poco más pedregoso». En el país de los *rankings al pedo ya es decir.
La última andanada tiene como víctima, una vez más, a México. Si Donald tiene ‘una piedra en el zapato’, si le duele algún callo, si lo atormentan los juanetes, la respuesta es la misma: aranceles y sanciones económicas.
El tema va de sancionar a México en razón de la inmigración ilegal que viene de Centroamérica y el Caribe. Dicha inmigración tiene como origen principal las atroces condiciones políticas y económicas que prevalecen en la región, todas ellas generadas a lo largo de siglos por la dominación ejercida por el gigante del norte. De modo que México sufre la aberración jurídica de la «doble pena» a manos del defensor en jefe del libre mercado, sistema que ordena enviar a los EEUU las riquezas, guardando rigurosamente a los pobres en su país de origen.
Cualquier politólogo, o un politólogo cualquiera, diría que aún no tenemos elementos suficientes para determinar cuál será el resultado de esta guerra de nuevo tipo en la que las armas de gilipollez masiva sustituyeron la pólvora y el Semtex.
En todo caso «los mercados», que de esto entienden un puñao, ya se proveyeron de abundantes cantidades de sulfaguanidina, lo que no deja de ser un indicador de alta confiabilidad.
Yo que tú, compraba una jartá de papel p’al culo, que en Chile llaman pudorosamente «tissue» (sic).