Orwell participó en la Guerra Civil española y también leyó una novela rusa en los años veinte: Nosotros, de Yevgueni Zamiatin. Esos dos factores, además de trabajar en la BBC durante le primera guerra mundial, le llevaron a escribir una estupenda distopía, que es una de las más difundidas y populares.
En 1984 se habla del Gran Hermano, de lavados de cerebro, el dominio de las masas a través de la transformación del léxico o de «telepantallas» y otros medios físicos y sicológicos para controlar a las masas. Demasiado moderna para ser una novela escrita entre 1947 y 1948, cuya idea surgió en 1945 y finalmente se publicó en 1949. Muchos analistas detectan paralelismos entre la sociedad actual y el mundo de 1984, la sociedad orwelliana o más bien zamiatina: donde se manipula la información y se practica la vigilancia masiva y la represión política y social. La idea original surgió en los años veinte con Zamiatin en Rusia, la popularizó Orwell desde el Reino Unido en los cincuenta y la actualizó Murakami con 1Q84 en los dos mil.
¿Hay que seguir actualizándola para darnos cuenta de que vivimos en una distopía?
No es necesario.
La sociedad del siglo XXI es gris
Aunque haya grupos de personas (cada vez más numerosos) luchando por la igualdad, por los colores y la alegría de la vida, hay que asumir que esa lucha está perdida desde el momento en el que vemos una campaña electoral de cualquier país del mundo. Por más desarrollado que creamos que está, hasta el más ignoto puede detectar los hilos de las marionetas. Los políticos van y vienen, se escoran hacia izquierda centro y derecha y no hacen más que prometer versiones actualizadas de lo mismo que vienen prometiendo desde los tiempos de Orwell. Es gracioso ver como su Winston, el personaje principal de la novela, se parece a un político inglés y como ese político ingles se parece a otros millones de políticos a través de los tiempos.
La policía del pensamiento está a la orden del día y, hoy por hoy, todo el mundo se cuida de decir tal o cual cosa. No hay libertad de expresión. Es más, me atrevería a decir que en los oscuros y depresivos años ochenta y noventa, había más libertad para decir lo que te viniera en gana, que hoy.
Tracked to the bone
Twitter, FB, Instagram son medios de expresión donde (casi) no hay filtros, y aun así, hay más denuncias (y hasta condenas) por lo que se dice en esas redes sociales que por lo que un periodista o divulgador social pueda decir en la anticuada televisión.
Las «telepantallas» de Orwell están por todos lados: las cámaras de tráfico, en las aceras, en las tiendas, las direcciones IP de nuestras conexiones a internet y nuestros códigos MAC de cada dispositivo que compramos. Estamos trazados, trazados. No hay forma de esconderse. Las cookies de las páginas web son solo un indicio.
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El poder
Los políticos son como marionetas, algo más poderosas que nosotros que vamos a pie. Ellos, desde el caballo, ven un metro por encima de nosotros y con eso les basta. ¿Les basta? El Gran Hermano controla los Gobiernos, las corporaciones y no es una paranoia o una teoría estúpida. Zamiatina lo vivió en los 20 con el Zar, Orwell sabía lo que venía en la posguerra, Murakami lo plasmó con esas sectas ocultas. Las masas se mueven como lava, avanzan cubriendo lo que hicieron generaciones anteriores, devorando los logros de los años sesenta y setenta, de los ochenta y noventa.
En teoría hemos avanzado en este nuevo milenio, en teoría somos más friendly y más happy, aceptamos a todos, sean del color y la condición sexual que sean y todo es tan maravilloso que los partidos de ultraderecha aparecen en las instituciones de los Gobiernos europeos y Trump gana y le apoyan en su imperialismo y defensa de los suyos primero a costa de (y arrasando) lo que venga por delante.
El poder del siglo XXI está incontrolado, ¿esta distopía en la que vivimos está tan bien preparada que solo vemos lo que quieren que veamos?
Los rebeldes
No todo son malas noticias. Si antes decía que la sociedad del siglo XXI es gris, eso es porque al negro de la distopía oscura lo encontramos junto al blanco, que a su vez es la mezcla de todo el espectro de colores. La diversidad está enmascarada y latente en este gris oscuro que a veces se hace más claro. En los años setenta se vivió una época no tan oscura, algo más evidente en su colorido signo de la rebeldía contenida durante tantos años. En la década del diez vivimos una temporada oscura y no por eso tenemos que dejarnos caer en la tentación de olvidar la rebeldía innata que tiene el ser humano.
Hay muchas historias y aventuras rebeldes para contar, no están a la orden del día, pero sí están ahí, ocultas, latentes, candentes. Los rebeldes somos los que le damos ese tono claro al negro, esos matices que puede que, un día, quién sabe, nos hagan salir a la luz.
La reescritura del presente y del pasado
Y ese en ese mundo de matices ocultos en el que quiero acabar este artículo, con una luz de esperanza. ¿No será que no aparecemos en las noticias porque ellos son los que las escriben? Nuestra distopía es mucho más clara y viva de lo que nos la pintan. Vivimos en cuevas cavando para extraer el minal que necesitan que compremos, que consumamos en este mundo hecho para tenernos subyugados, cavamos y cavamos con pico y pala, pero no somos solo eso. El mineral brilla y ese brillo nos hace recordar que detrás del esfuerzo está la recompensa y que la recompensa no es solo comprar lo que nos mandan comprar.
Las telepantallas están ahí, los móviles consumen nuestras retinas solo si los dejamos hacerlo, si nos consumimos a nosotros mismos siendo robots. Orwell no tenía razón en el final de la historia, ni siquiera Murakami en su versión renovada 1Q84. Nuestra distopía tampoco acaba en utopía, pero es mucho más compleja de lo que pueden expresar esos dos conceptos. Somos seres evolutivos y como tales, impredecibles. No hay nada escrito si nos proponemos cambiarlo. La rebeldía está en ese gesto tan difícil y tan humano a la vez.