Afrontando la realidad y los márgenes de juego que deja la escena mundial, caracterizadas por un multipolarismo asimétrico, donde las constelaciones políticas, económicas y militares cambian rápidamente, podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿cuál podría ser el papel de Europa en estas condiciones? La respuesta es inmediata: unirse en políticas comunes a nivel de política exterior, integrándose aún más a nivel de economía, industria, servicios, política fiscal, bancos y también militarmente, ya que los Estados nacionales estarán siempre más subordinados a los intereses de «potencias mayores» como China, los EE UU y en parte Rusia.
Aceptando esta lógica, la pregunta que sigue es: ¿quién podría beneficiarse con una Europa débil? Y la respuesta no tarda en llegar: China, los EE UU y Rusia. Esta observación banal, nos permite deducir cuales son los posibles intereses de las posiciones nacionalistas y la respuesta a esta pregunta sería automáticamente favorecer los intereses de las «potencias mayores» y entre ellas, principalmente Rusia, que en estos últimos años se ha jugado implementando una política de alianzas, donde se compra y paga el acceso al poder, como hemos visto en el video que muestra las ofertas del exvicepresidente austríaco Strache a una camuflada representante del poder ruso. Sin entrar en una descripción de las políticas de ultraderecha de este personaje, podemos afirmar que no es el único y que el círculo de políticos bajo la influencia rusa comprende varios títeres, tanto en Europa como fuera de Europa.
Un escenario político económico mundial, dominado en gran parte por China y los EEUU, donde cada uno, como metódicamente va haciendo, persigue sus propios objetivos, implicará nuevas relaciones comerciales por parte de la periferia hacia el centro, donde el rol del centro sería llevar a un plano mundial la desigualdad impuesta por el neoliberalismo y que en práctica significara, en pocas palabras el ceder excedentes, ganancias y márgenes de libertad a las potencias mayores, hasta determinar la muerte misma de lo que aún queda de democracia a nivel mundial.
Por este simple motivo en las próximas elecciones europeas, votaré por los que apoyan y refuerzan la Unión Europea, proponiendo una federación más fuerte y más amplia, que permita conservar márgenes de autonomía y de negociación, donde no se impongan los intereses unilaterales de la China y EEUU. Esta posibilidad de imponerse como un cuarto o quinto polo, ya que no podemos olvidar a la India, además de Rusia y que además podría contar con aliados fuera de Europa, como Japón y Canadá, es la única alternativa a una automarginación progresiva que empobrecería el continente.
Las preguntas que quedan son varias y, entre ellas, una de las más importantes es: ¿cuál será el futuro de los Estados nacionales en África y Latinoamérica? De la respuesta a esta pregunta dependerá en parte de lo que suceda en Europa. Lo que ha pasado en Siria, Irak, Afganistán y lo que podría acontecer a breve plazo en Venezuela e Irán, es en cierta medida una antesala premonitoria de lo que nos reserva el futuro. Yo por el momento votaré por Europa y mi candidato será una mujer de origen africano, que se postula al Parlamento en mi zona.