La capacidad de sobrevivir e innovarse de un grupo, comunidad o sociedad dependerá de la cantidad de ideas válidas que en un momento dado este pueda generar. Esta afirmación tiene infinitas implicaciones y seguramente las más importantes son: apertura mental, diálogo constante, estímulo para pensar, respeto de las opiniones, método y validación y también capacidad de debatir, discutir, discernir y reflexionar colectivamente.
Detrás de estas palabras y actitud encontramos la esencia de la democracia y del desarrollo humano, cultural, económico y social. Podríamos afirmar que nuestra potencialidad está determinada por el total de las ideas que en un momento específico se debaten y discuten, evaluando obviamente la validez de estas. En este sentido, la plaza griega, el lugar de encuentro de los viejos filósofos, el ágora, dio las bases de este concepto, creando la idea de república, democracia y diálogo como infraestructura social capaz de mejorar continuamente las condiciones de vida de los ciudadanos. Es decir, la «polis», noción que dio origen al concepto de política, que era, entonces, el arte de administrar y decidir el quehacer mediante el debate público, y su espacio físico era la plaza, el mercado, con la participación de todos los ciudadanos.
Desgraciadamente, lo que hemos vivido en las últimas décadas es la degradación progresiva del debate público, hasta reducirlo a simples técnicas de manipulación social, donde predominan las mentiras y el engaño. Esto ha afectado negativamente la vida pública y pone en peligro nuestra capacidad de convivencia y sobrevivencia, por no mencionar el bien común. Uno de los motivos, detrás de esta tendencia, es el hecho que bastan unos pocos segundos para proclamar una mentira y un esfuerzo mental desproporcionado para desenmascararla. Hoy, el punto débil es la falta de instrumentos para discernir entre lo improbable y lo probable y siendo así nos «venden» argumentos sin sustancia, que solo favorecen a unos pocos, como las reducciones de impuestos presentadas como un beneficio social o la incomprensible falta de interés en los problemas ambientales y climáticos.
La clase política se ha habituado a métodos de manipulación que han tenido la grave consecuencia de empobrecer la opinión pública y reducir la democracia a unos pocos rituales desprovistos de sentido, base real y función. No se participa, no se informa, se ha perdido el hábito de discutir y pensar en grupo y los partidos políticos, culturalmente, han dejado de nutrir y alimentarse del debate público, pensando exclusivamente en sus mezquinos intereses y el poder.
Esta situación explica por qué los gobiernos son cada vez más huecos, populistas en su modo de actuar y comunicar, reduciéndose exclusivamente a la defensa de los intereses de pequeños grupos y lobbies sin reconocerlo abiertamente. El resultado inmediato de todo esto es que hemos perdido la capacidad de orientarnos socialmente, de definir las prioridades y desgraciadamente también de pensar y actuar. Siendo así, podemos declarar la muerte oficial de la democracia como sistema de gobierno, ya que afirmar el contrario, que la democracia florece y es siempre más sólida y robusta sería un rotundo, irónico autoengaño.
Un ejemplo claro que evidencia este juego nefasto son las políticas de jubilación. En muchos países los fondos de pensiones son privados y políticamente se posterga cada vez más la edad de jubilación. E independientemente de lo pagado se recibe siempre menos para garantizar los márgenes de ganancia de los fondos mismos, que ya eran altos. Es verdad, que proporcionalmente, la gente vive más y esto es positivo. Pero fijar la edad pensionable pasados los 70 años de vida o más, es negar descaradamente la función social del retiro laboral. Jubilación como palabra proviene de júbilo, es decir alegría o satisfacción y esto ya demuestra cómo ha cambiado todo en una farsa sin nombre, consenso ni discusión.
La democracia sin debate público ni control es vulnerable por definición y una de sus trágicas consecuencias es poner la ganancia de unos pocos sobre el bienestar de todos y los ejemplos de esto son incontables en una cantidad creciente de países en el mundo donde prevale la corrupción.