La hambruna mundial es un problema que afecta a muchos, muchos países y es referente de los serios dilemas del siglo XXI, la desnutrición. El Programa Mundial de Alimentos asegura que hoy en día hay 925 millones de personas desnutridas en el mundo y ello no se debe a la escasez de comida, sino a la desigualdad en el acceso a los alimentos, producto de políticas que solo atienden a los intereses del 1% más pudiente del orbe.
De acuerdo a información del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (PMA), aproximadamente una de cada ocho personas en el mundo padece malnutrición; la mayoría de esas personas viven en países en desarrollo, donde la sufre el 13,5% de la población y, como si fuera poco, esta es la causa de casi la mitad (45%) de las muertes anuales de niños y niñas menores de cinco años en el mundo (más de tres millones de muertes cada 365 días).
Pero además, como muchos de los problemas del planeta, tiene una dimensión de género que es preocupante. Las mujeres son de las poblaciones más afectadas por la mala alimentación y el PMA señala que si tuvieran el mismo acceso a los recursos que los hombres, el número de personas con hambre podría reducirse hasta en 150 millones.
Más de 113 millones de personas en 53 países se enfrentaron a una grave crisis alimentaria en 2018, debido principalmente a conflictos armados, catástrofes naturales y crisis económicas, señala la última edición del informe mundial sobre crisis alimentarias elaborado por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Unión Europea (UE) el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Los países más afectados por la hambruna en 2018 fueron Yemen, República Democrática del Congo y Afganistán, Más de la mitad de las 113 millones de personas que sufren hambre en el mundo viven en 33 países africanos, incluyendo Etiopía, Sudán y Nigeria.
Los conflictos armados siguen siendo la principal causa de la inseguridad alimentaria en el mundo. Alrededor de 74 millones de personas, o los dos tercios de la población total que sufre hambre en el planeta, viven en 21 países o territorios afectados por conflictos, donde intervienen fuerzas extranjeras.
Yemen, uno de los países árabes más pobres del mundo, lleva cuatro años azotado por una cruenta guerra que ha dejado 85.000 niños muertos por malnutrición aguda. Los continuos combates han dejado al país al borde de una hambruna devastadora que, según Naciones Unidas, afecta a 14 millones de yemeníes.
El conflicto –que la prensa hegemónica trasnacional califica de guerra civil- escaló dramáticamente en marzo de 2015, cuando Arabia Saudita y otros ocho países árabes, mayoritariamente sunitas y apoyados por Estados Unidos, Reino Unido y Francia, lanzaron ataques aéreos contra los hutíes. Cada diez minutos muere un niño en Yemen, de enfermedades que se podrían curar o de hambre. Niños soldados, niñas vendidas, casadas a la fuerza. Faltan alimentos, medicamentos y agua.
Yemen sigue siendo el país más afectado por el hambre en el mundo, acicateado por la intervención de fuerzas extranjeras en un conflicto geopolítico del que la población yemenita es ajeno. A finales de 2018, la situación alcanzó un punto crítico con más de la mitad (53%) de la población total con necesidad de una ayuda alimentaria urgente, señala este informe anual.
Cifras sí, soluciones no
Pese a estas cifras alarmantes, el documento destaca una ligera mejora en el mundo con respecto a 2017 debido a que algunos países altamente expuestos a los choques climáticos sufrieron menos sequías, inundaciones y aumentos de temperatura en 2018. Así, en 2017, 124 millones de personas en 51 países sufrían hambre severa, once millones más que en 2018.
El hambre ha aumentado en los últimos tres años, volviendo a los niveles de hace una década. Este retroceso envía una señal clara de que hay que hacer más y de forma más urgente si se pretende lograr el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) de alcanzar el Hambre Cero para 2030.
La situación está empeorando en América del Sur y en la mayoría de las regiones de África, mientras que la tendencia decreciente de la subalimentación que caracterizaba a Asia parece estar ralentizándose de forma significativa.
El informe anual de la ONU señala que la variabilidad climática que afecta a los patrones de lluvia y las temporadas agrícolas, y los fenómenos meteorológicos extremos como sequías e inundaciones, se encuentran entre los principales factores detrás del aumento del hambre, junto con los conflictos y las crisis económicas.
«Los signos alarmantes de aumento de la inseguridad alimentaria y los elevados niveles de diferentes formas de malnutrición son una clara advertencia de que hay mucho trabajo por hacer para asegurarnos de no dejar a nadie atrás en el camino para lograr los objetivos de los ODS en materia de seguridad alimentaria y una mejor nutrición», advierte el informe.
Todos los informes coinciden en que se ha avanzado poco en la reducción del retraso del crecimiento infantil, con casi 151 millones de niños menores de cinco años demasiado bajos para su edad debido a la malnutrición en 2017, en comparación con 165 millones en 2012. A nivel global, África y Asia contaban con el 39 y el 55 por ciento de todos los niños con retraso del crecimiento, respectivamente.
La prevalencia de la emaciación (desnutrición aguda infantil) sigue siendo extremadamente alta en Asia, donde casi uno de cada 10 niños menores de cinco años tiene bajo peso para su estatura, en comparación con solo uno de cada 100 en América Latina y el Caribe.
El informe describe como «vergonzoso» el hecho de que una de cada tres mujeres en edad reproductiva en el mundo se vea afectada por la anemia, que tiene notables consecuencias para la salud y el desarrollo tanto de las mujeres como de sus hijos. Ninguna región ha mostrado una disminución de la anemia entre las mujeres en edad reproductiva, y la prevalencia en África y Asia es casi tres veces mayor que en América del Norte. Las tasas de lactancia materna exclusiva en África y Asia son 1,5 veces más altas que en América del Norte, donde tan solo el 26 por ciento de los lactantes menores de seis meses recibe exclusivamente leche materna.
Sindemia global
La revista médica The Lancet señala que la suma de obesidad, desnutrición y cambio climático representa la mayor amenaza global, y propone nuevas formas de combatirlas en favor de la salud de la humanidad y del planeta. En las dos últimas décadas se han tratado por separado las tres pandemias, lo que ha desembocado en políticas estériles que ahora se pretenden revertir con nuevas medidas.
La producción no controlada de alimentos no saludables está generando una doble carga de obesidad y desnutrición, que se verá agravada por el cambio climático. Esta «sindemia global» es la mayor amenaza para la salud humana en todas las partes del mundo, dice un nuevo informe de la Comisión de Obesidad de The Lancet.
Una comisión formada por 43 expertos procedentes de 14 países ha concluido que es «clave» establecer un nuevo acuerdo global de sistemas alimenticios que "limiten" la influencia política de las grandes industrias alimenticias. Los expertos indicaron que los líderes mundiales deben endurecer sus líneas contra los «poderosos intereses comerciales» y repensar los «incentivos económicos globales» para luchar contra la obesidad, la desnutrición y el cambio climático.
Se estima que el exceso de peso corporal afecta a dos mil millones de personas en todo el mundo, causando cuatro millones de muertes, a un costo de dos 2 mil millones de dólares anuales, o el 2.8% del PIB mundial.
Los expertos exigieron un tratado mundial para limitar la influencia política de la industria alimenticia (también conocida como Big Food), un proyecto de convenio marco sobre sistemas alimentarios, basado en las convenciones mundiales sobre el tabaco y el cambio climático; la redirección de cinco mil millones de dólares en subsidios gubernamentales lejos de los productos dañinos y cerca de las alternativas más sostenibles; y la incidencia de la sociedad civil para romper décadas de inercia política.
Estos tres problemas comparten factores comunes que conviven en el tiempo y en el espacio, lo que debe derivar en soluciones compartidas.
La realidad latinoamericano-caribeña
En América Latina y el Caribe, se contabilizaron en 2018 4,2 millones de personas que padecen inseguridad alimentaria y que necesitan ayuda urgente (Haití con 2,3 millones), América Central (El Salvador, Guatemala, Honduras y el «Corredor Seco» de Nicaragua con 1,6 millones), y América del Sur (0,4 millones).
La FAO expresó su preocupación sobre la migración venezolana y centroamericana, pero se detuvo especialmente en la situación en Colombia, que tiene todavía 487.000 personas vulnerables desplazadas por décadas de conflicto armado dentro del país. En Colombia se desperdicia más de un millón de toneladas de comida por año, mientras que 5,5 millones de colombianos sufren de hambre.
Al igual que en el resto del mundo, las personas más afectadas son los niños, niñas y las mujeres: un ejemplo dramático es la hambruna que padecen desde 2010, ante la vista y la inacción de todos, el pueblo indígena wayú, donde han muerto cientos de niños. Paradójicamente, Colombia quiere entrar a la OCDE (el club de los países más ricos) cuya «misión es promover políticas que mejoren el bienestar económico y social de las personas alrededor del mundo», mientras es incapaz de garantizar alimentos a su población, donde, de acuerdo al Instituto Nacional de Salud, cada 33 horas muere un niño de hambre.
También en América Latina el informe advierte sobre una crisis alimentaria importante en Haití, el país más pobre del continente y golpeado por dos huracanes devastadores en 2017. En total, 2,3 millones de haitianos (32 por ciento de la población) están al borde de la hambruna, y prevé que la crisis se intensifique en Haití este año tras una cosecha inferior a la media el año pasado, debido principalmente a sequías.
Entre las otras zonas de la región que levantan preocupación está el Corredor Seco Centroamericano, que se extiende desde el noroeste de Costa Rica por el litoral Pacífico hasta Guatemala, y que es una de las más susceptibles al cambio climático en el mundo.
La frecuencia e intensidad de las sequías e inundaciones ha ido en aumento en los últimos años. «Las perspectivas para 2019 son aún peores que las de 2018, cuando el fenómeno de El Niño provocó condiciones extremadamente secas y una ola de calor prolongada», señala el informe.
La alimentación y el futuro
Hoy, con políticas que cada vez favorecen menos a las soluciones de alimentación, salud y educación del 99 por ciento de la población mundial, ¿cómo se pueden diseñar políticas para asegurar la alimentación de una población de 8.500 millones de personas para 2030? La prensa hegemónica, que transmite el ideario de los thinks thanks neoliberales, señala que la única forma de lograrlo es mediante la agricultura comercial de gran escala, que hoy domina el mercado mundial de alimentos.
Pero, como dice el economista Alejandro Nadal, ésa es la respuesta equivocada, porque de nada sirven la planificación a futuro, si la lucha por los alimentos de mañana no comienza hoy garantizando no solo la forma de producirlos que no afecte a la producción de una alimentación nutritiva y un medio ambiente saludable en el futuro.
La agricultura comercial de gran escala, de la que hablan las grandes trasnacionales y repiten algunos documentos de los organismos internacionales, intensiva en capital y en insumos agroquímicos, pone en peligro el abastecimiento alimentario mundial del futuro. Y, entonces, pareciera urgente revalorizar la que se rige por los principios de la producción agroecológica, la agricultura de pequeña escala, que hoy sigue dominando la producción mundial de alimentos (70 por ciento de los producidos en el planeta proviene de la agricultura campesina).
La que se desarrolla en unidades pequeñas, y aunque con frecuencia se trata de tierras que no son de la mejor calidad las técnicas de manejo de suelos, agua y recursos genéticos, permiten –basándose en la sabiduría milenaria basada en la agrobiodiversidad. obtener rendimientos suficientes para satisfacer las necesidades familiares y llevar excedentes al mercado. Sí, esa forma de producción va en contra de casi todos los principios de la producción capitalista, que prefiere la uniformización (monocultivo), la mecanización y el uso intensivo de agroquímicos (fertilizantes y plaguicidas).
La producción comercial en grandes unidades privilegia la generación de ganancias antes que la de alimentos, dejando un rastro tóxico en el medio ambiente, augurando una catástrofe ecológica y social. El complejo de la agroindustria sigue degradando acuíferos con nitratos, plaguicidas, patógenos, desechos farmacéuticos y hormonas.
Aún cuando las unidades de producción sean propiedad de un núcleo familiar, éstos no controlan el proceso productivo y muchas de ellas viven bajo el nivel de pobreza y han perdido, incluso, sus tierras. La mezcla de producto (agrícola y ganadero), los insumos, la colocación de lo producido en los mercados son decisiones controladas por las grandes corporaciones, que determinan las líneas de producción y la combinación de insumos. Están integradas verticalmente (Monsanto, Dupont, Syngenta, Cargill, Archer Daniels, Tyson, Smithfield), y dominan los mercados de semillas, granos, carne, fertilizantes y plaguicidas.
La política agrícola de Estados Unidos y de los países dependientes de modelos neoliberales, desde hace años viene castigando la pequeña agricultura con privilegios exorbitantes para las grandes corporaciones. El costo es muy alto, pues está en juego la sustentabilidad de la producción de alimentos en todo el planeta. No se trata de cifras, estadísticas, números, denunciología de los organismos internacionales que los medios de comunicación transmiten urbi et orbi, sino de la necesidad de cambiar el sistema de producción capitalista, para hacerlo más justo e inclusivo, única forma de tratar de frenar la gran hambruna que se nos viene... mucho antes del 2030.