La escucha explorativa, tema del que trataré de aquí en adelante, es una de las mejores formas de estar con los demás. Escuchar es de las actitudes más positivas y significativas que tenemos ante la vida. Quien sabe escuchar, percibe hasta los silencios. Y es que si hablar es una necesidad humana, escuchar es un arte de entendimiento que no todo humano posee.
Escuchamos para responder, reza un dicho anónimo. Lo que más nos encontramos en la comunicación con otros, es lo que podemos denominar como escucha receptiva, cuyo propósito principal es el intercambio de información o la resolución de problemas, y en sí misma se manifiesta a través de patrones de retroalimentación, permutacionales. Es decir, en las respuestas. Desde la neurociencia, sabemos hace ya mucho tiempo que, cuando nuestro interlocutor nos hace una proposición verbal, en la tercera parte de su frase, ya estamos formulando una respuesta en nuestra mente. Es fácil que, en ese momento, desconectemos de mucha de la carga emocional con la que la otra persona se está queriendo expresar. En la escucha receptiva, que no es mala, incluso si es superficial, fijamos nuestro espacio de interés personal. No es el tipo de interacción más adecuado cuando nos aventuramos en un territorio más emocional.
La interacción, la intimidad emocional, implica una forma de escucha más profunda: la escucha exploratoria. La investigación ha definido este tipo de escucha de diferentes maneras, por ejemplo, y entre otras, como escucha atenta, escucha activa o escucha empática interpersonal. Llámesela como se la llame, en la escucha exploratoria destaca, como su principal requerimiento, poner el foco en la otra u otras personas, con exclusión temporal del yo en ese proceso. Se trata, en consecuencia, de una actitud poderosamente empática, que requiere el uso de señales verbales y no verbales, que establezcan claramente la percepción de atención, comprensión y ausencia de enjuiciamiento. Curiosidad sin juicio es una buena manera de definirla, también.
Con demasiada frecuencia y frecuentemente sin intencionalidad manifiesta, desarrollamos una escucha desatenta. En diferentes momentos a lo largo del día, en los que tengo ocasión, me paro a observar a personas que hablan y conversan juntas. Soy intuitivo y percibo con facilidad quienes escuchan y quienes no – naturalmente con el nivel de error que esto conlleva. Pero en los intercambios informativos se descubren actitudes de espera – acción que se resuelven con intervenciones de respuestas autodirigidas más o menos reflexivas. O, dicho con otras palabras, demasiada gente no sabe, o no acepta, que escuchar es incluso más importante que hablar. De igual manera que reconocemos una sonrisa falsa o forzada, de una sonrisa sincera o entrañable, a veces se finge escuchar. Escuchar, y esta es otra de las características singulares de la escucha exploratoria, es la parte activa de la comunicación. Agradecería te quedaras, al final de leer este artículo, con esta idea: *«Escuchar significa saber exactamente dónde estás».
En los distintos escenarios en los que podemos utilizar la exploración empática, la conversación ha de quedar libre de objetivos personales, expectativas sobre la otra persona, o cualquier necesidad autointeresada que aflore en el transcurso de la conversación. La escucha exploratoria se basa en la comunicación asertiva de las respuestas alentadoras, no prejuiciosas, de carácter adicional. Esto es, nuestro interlocutor percibirá que le estamos escuchando «de verdad», si nuestras expresiones verbales o gestos no verbales, nuestro control visual y postura corporal, le sugieren e indican disposición de tiempo, sosiego, calidez, relajación y aceptación. La riqueza de la escucha exploratoria es acompañar al hablante, más allá de los caprichos del diálogo y de las ansias de intervención, con actitud propioceptiva, o lo que es lo mismo, desde la propia conciencia de favorecer la disposición de la otra persona a manifestarse con seguridad y desinhibición.
El oyente explorativo refleja la posición física de su interlocutor, combina sus tonos vocales en tonos más suaves, le ofrece serenidad desde su quietud silenciosa, establece de forma efectiva el escenario para el componente homónimo de la escucha explorativa: la exploración en sí misma. Este proceso no siempre es fácil, y requiere que el oyente explorador se alíe activamente contra el “egoísmo” presente en la escucha receptiva. No, no es fácil. Imagínese lo que sucede cuando, al animar al otro a explorar sus vivencias con nuestra actitud de tolerante atención, supone en nosotros un recuerdo de nuestros propios conflictos. Nuestro enfoque, en el otro, no excluye nuestras propias cosas, pero si se las ha de poner en modo espera, hasta que el otro se sienta cómodo dejando de hablar.
Saber escuchar es un arte que requiere de esfuerzo y paciencia. Quien se siente escuchado lo vive como un regalo. ¿Con qué frecuencia se nos permite la libertad de explorar el desorden de nuestros pensamientos confusos? ¿Cuántas veces podemos expresarnos sin medir nuestras palabras? Cuando nos encontramos con alguien que practica la escucha exploratoria, que da mucha importancia a la forma en como nos escucha, y que lo hace porque es consciente de que una de las necesidades más importantes del ser humano respecto a la comunicación es sentir que es escuchado. Por eso lo es, la escucha explorativa, un regalo, quiero decir. ¿No? ¿Con qué frecuencia nos regalamos la presencia y el testimonio de otra persona sin las interrupciones que supone la escucha receptiva? Para la mayoría de nosotros, la respuesta sería «no lo suficiente».
Para practicar la escucha explorativa no se necesita ninguna habilidad sobrehumana, aunque la falta de costumbre, la impaciencia y los bajos niveles de empatía la pueden hacer imposible. Cuando realmente queremos escuchar a alguien, tenemos que estar abiertos a los impactos de los sentimientos que estarán presentes en esa conversación. Es importante hacer hincapié en esto. Nos guste o no (y esto es especialmente significativo para profesionales) lo que nos cuenta la otra persona, esa persona, en todo momento, ha de percibir que nuestro interés está en ella y no en nosotros mismos. Para quien le gusta hablar más que escuchar, y sobre todo, hablar primero y tener la última palabra, la escucha explorativa requiere de un periodo de aprendizaje inevitable. Quizá, por si no lo sabías, entenderás porque un buen psicólogo escucha mucho y habla lo necesario.
Escuchar no es oír, por lo tanto, la escucha activa requiere del interés del receptor. El carácter exploratorio de la escucha reside en el lenguaje, en las emociones y en la corporalidad. El respeto y la paciencia le son intrínsecos. Es inevitable que, como seres lingüísticos que somos, la escucha, tal y como aquí la estamos planteando, no está exenta de que hagamos interpretaciones sobre lo que observamos. Sin embargo, su diferencia, consiste en transformarnos en observador de ese observador que somos. Ser conscientes de ello y administrarlo, para conectarnos legítimamente con quien estamos escuchando.
Saber escuchar es muestra de inteligencia y sabiduría. Un arte, sin duda. Además, es un excelente ejercicio de salud y bienestar psicológico. Casi nadie duda lo que dificulta que se produzcan malentendidos. Por propia salud relacional todos deberíamos aspirar a ser buenos escuchantes. Como todo arte, la escucha exploratoria también se perfecciona.