Si hay algo que históricamente nos seduce a los hombres argentinos es escuchar hablar a una mujer francesa, y si es a nuestro oído, mucho más, o por lo menos esa idea esta en el inconsciente colectivo porteño. Y esto parece que le viene sucediendo hace muchos años a los tangueros en nuestro país, por eso mismo existe una cantidad increíble de tangos con nombres de mujeres francesas. También forman parte del repertorio tanguero las calles, barrios y plazas de París, como expresiones o frases en francés.
El tango llego a París a principios del 1900 y pronto los franceses se enamoraron de él, pero parece que el «metejón» fue mutuo, porque el tango se quedo a vivir en París y París se quedo a vivir en el tango.
Era un periodo muy especial el de París del 1900. Los franceses, desde la aristocracia al proletariado, estaban abiertos a incorporar a la cultura francesa, todo tipo de arte que ayude a embellecer el pasado europeo generando un periodo al cual se denominó La Belle Époque. Este movimiento imponía nuevos valores a la sociedad parisina. La expansión del capitalismo y la fe en el progreso y la ciencia eran benefactores de la sociedad. La Belle Époque se hizo notar sobre todo en la arquitectura de los boulevards, en los cafés y los cabarés, en los talleres y galerías de arte, en las salas de conciertos y en los salones frecuentados por una burguesía y una clase media. En ese contexto, el tango entro a París y fue aceptado como expresión social y cultural por la alta sociedad llegando tambien a los burdeles.
En la primera década del siglo XX comienzan a llegar a París los primeros tangos y gustan singularmente a los franceses que comienzan a demandarlos en las salas de baile. Viajan entonces decenas de músicos y bailarines argentinos, se forman orquestas y conjuntos de tangos y se montan academias por todo París. El tango se encontraba en dos contextos diferentes en ese momento, por un lado, en Buenos Aires, despreciado por la sociedad porteña y por la iglesia católica. Era la música de la baja sociedad, la música orillera y de los prostíbulos, condimentado con el vocabulario lunfardo que se estaba desarrollando en buenos aires entre tantos inmigrantes conviviendo en una misma ciudad. En el otro contexto, el tango en Paris era aceptado y amado por la alta sociedad parisina. Los comentarios de aquellos triunfos llegan rápidamente al Río de la Plata y, la alta sociedad argentina que lo había despreciado, comienza a mirar al tango con otros ojos y disfrutar de ese baile arrabalero que ahora vuelve a casa con patente de música culta.
Los historiadores dicen que en 1900 el tango arribó a los burdeles franceses de la mano de los marineros, los traficantes de blancas y los contrabandistas que anclaban en Buenos Aires y en Marsella. Al llegar la Primera Guerra Mundial, la crisis y el hambre en el 1914, quizá estos mismos traficantes de blancas, comenzaron a traer a Buenos Aires muchas de estas mujeres francesas que trabajaban en los burdeles de Paris, a trabajar a Buenos Aires con la promesa de un futuro mejor, y las hicieron trabajar en los burdeles porteños. Cabe destacar que para ese tiempo la sociedad porteña era mayoría de hombres inmigrantes sin mujeres. La sociedad había crecido terriblemente desde el 1880 a 1915 de 200.000 habitantes a 1.500.000. Todos estos hombres necesitaban en algún momento de sus días encontrarse con alguna mujer y lo hacían en estas casas de citas, donde muchas de esas mujeres eran francesas.
Obviamente estas mujeres no podían tener un amor incondicional con un solo hombre, por ese motivo creo que se han escrito tantas historias tangueras de decepción, traición, abandono de un hombre enamorado de una mujer que compartía su amor con otros hombres.
Hasta este momento, habían tangos dedicadas a las mujeres del Río de la Plata, como La Morocha, La uruguayita Lucia, La Paica Rita, Estercita, Malena, Ay Aurora, Rosarina linda, La pulpera de Santa Lucía, Estrella, María y muchas más, pero de pronto, llegaron las francesas y cambio la dirección de los tangos, decenas de ellos fueron dedicados a estas mujeres como Ivonne, Margot, Margarita Gauthier, Museta, Mimi, Manon, Ivette, Gigi, Lilianne, Vivianne, Claudinette, Renee, Ninon, Arlette, Gricel, Rosicler, Marion, Lucienne, fueron esas musas inspiradoras de tanta poesia.
Enrique Cadicamo describe en el tango Madame Ivonne, una historia que seguramente fue similar en mucha de estas mujeres que viajaron al Sur, a Buenos Aires a buscar un futuro mejor:
«Mamuasel Ivonne era una pebeta
que en el barrio posta de viejo Montmartre,
con su pinta brava de alegre griseta
animó la fiesta de Les Quatre Arts.
Era la papusa del barrio latino
que supo a los puntos del verso inspirar...
Pero fue que un día llego un argentino
y a la francesita la hizo suspirar».
Estas mujeres francesas eran tan deseadas por los argentinos que, finalmente, las mujeres argentinas comienzan a querer parecerse a ellas. Enrique Cadícamo sabía de eso y las retrató en Muñeca brava, una nativa de Villa Crespo a la que deschaba con un lunfardo tan expresivo:
«Che madam que parlás en francés
y tirás ventolín a dos manos,
que escabiás copetín bien frapé
y tenés gigoló bién bacán.
Sos un biscuit, de pestañas muy arqueadas...
Muñeca brava, bien cotizada.
¡Sos del Trianón, del Trianón de Villa Crespo...
Milonguerita, juguete de ocasión».
Antes de la influencia francesa, los tangos hablaban de los barrios de Barracas, La Boca, Boedo, Parque Patricios y cien barrios porteños como dice el Vals. Ahora aparecieron Montmartre, Montparnasse, el Barrio Latino. Los cafishios fueron el gigoló y el macró. Las bebidas fueron el champagne y el pernó. Los autos fueron la voiturette y la limousine. El bulín fue la garçonniere y los lugares de diversión fueron los cabarets y los café-concert, que se llamaron Chantecler, Armenonville, Pigall, Bataclán, Palais de Glace, Sans Souci.
Es decir que el metejón fue mutuo: así como Francia se había enamorado del tango, el tango también se había enamorado de Francia. Entonces las letras de tango se inundaron de señas de identidad francesas y fueron recogiendo retazos de París, del idioma francés y de la cultura francesa.
Es muy raro esto que estaba pasando por estos tiempos en Buenos Aires, sucedía algo que no existe un caso equivalente en ninguna otra música popular, de ninguna parte del mundo, en el que algunas piezas que la representan lleven su título en un idioma distinto del suyo propio. Nosotros bailamos y cantamos, con toda naturalidad, tangos que se llaman Chiqué, Comme il faut, El Marne, NP (No Placé), Palais de Glace, Pas de quatre, Sans souci, Place Pigall.
Esta alta sociedad parisina se escapa de la Primera Guerra y de Francia, entonces construyeron con sus mismos arquitectos su París en Buenos Aires. Solo basta dar un paseo por la Isla, un Barrio Recoleto de ocho manzanas con una rotonda como centro, la zona de capital con más aires parisinos. La Avenida de Mayo se abrió paso cortando las manzanas edificadas desde la Plaza de Mayo hacia el oeste según la idea del arquitecto Buschiazzo inspirada en el proyecto que el barón Haussmann había impuesto en París décadas atrás. Los edificios públicos y en especial las nuevas residencias adoptaron los cánones dictados por la Ecole de Beaux Arts francesa. La casa de la familia Ortiz Basualdo, hoy embajada de Francia, es otra expresión del mismo arte. El del Correo Central, el Palacio de Tribunales o el nuevo Colegio Nacional Buenos Aires se deben a proyectos de arquitectos de esa nacionalidad. Entre 1890 y 1920 se construyeron 140 palacios en la Avenida Alvear intentando replicar a París, pero con edificios de mayor tamaño.
La Argentina de estos tiempos tuvo dos presidentes que fueron elegidos como tales, cuando eran embajadores en Francia, Marcelo T. de Alvear y Roque Saenz Penia.
Pero también hubo argentinas ancladas en París. A la piba de Chiclana, que cambió el percal por el petit-gris y tiene un mishé que le paga el viaje, le dice: Sos del barrio de Chiclana, que no podrá engrupir a nadie:
«Hoy supe que a París
te vas con un mishé
y, con tu gigoló,
cuánto nos alegramos...
Cuando desfiles allá, por Longchamp,
la muchachada de aquí dirá al ver
tu linda estampa: "¡Milonga pur sang!"
Es tu Chiclana, no hay nada que hacer».
Ahora los adinerados de la sociedad porteña viajaban a París a estudiar, y a vivir, enamorados obviamente de la ciudad y de las mujeres parisinas, como cuenta el tango Buhardilla alegre de Paris:
«Buhardilla que era un poema
frente a las aguas del Sena,
la nieve que caía sin cesar
pintaba un cuadro triste en la ciudad.
Y allá en el barrio Latino
la voz de un tango Argentino
y aquellos ojos tristes de Mimi
llorando el día que partí».
Buenos Aires y Paris, amor mutuo.
Mujeres francesas, musas inspiradoras de los tangueros del 1900.
Como dijo nuestro gran compositor argentino Enrique Santos Discépolo:
«de una vez y para siempre, el tango atravesó los mares... y en un pernó mezcló a París con Puente Alsina».
(tango «El Choclo»)