Cuando los pescadores traen sus redes a las playas, en la mayoría de las veces dentro de su captura aparecen las conocidas rayas. En general, el tamaño de estas ronda el metro escasamente. Mucho menos frecuente, en cambio, es poder contemplar la mantarraya gigante (Manta birostris); este pariente de los tiburones logra tallas de hasta 6 metros.
No viven enterradas en la arena, tampoco poseen un rígido aguijón como las de fondo y carecen de aletas pectorales. Solo muestran esas grandes alas con que surcan los mares y dos lóbulos o proyecciones frente a su boca que aparentemente sirven para dirigir el alimento planctónico que consumen. De allí que estos animales, como su primo el tiburón ballena, son filtradores de esa diminuta pero abundante materia viviente que forma el pasto de los mares hasta donde la luz del sol penetra. Comúnmente son negras en su dorso y blancas en su vientre. Aunque se han catalogado muchas de color gris oscuro con motas, estas manchas han sido usadas para identificar individuos.
¿Son peligrosas? Pues claro que sí. Un animal de más de dos metros y unos 300 kilos puede aplastar a cualquiera. Hay reportes, aunque anecdóticos, acerca de pescadores que las han arponeado y las mismas reaccionan lanzándose al bote. Por ello en nuestro país, y más en el estado Sucre, donde abundan en la península de Paria, los peñeros las evitan cuidando de que sus redes o mecates de anclaje no se enreden con uno de estos leviatanes. Muchos lancheros conocidos me han dicho que lo menos grave por ocurrir al pegarse con un bicho de estos es que arrastre el bote durante varios minutos o voltear el mismo si no cortas el mecate antes. Reportes científicos de ataques leves sí se han documentado sobre submarinistas que intentan cabalgarlas o aproximárseles demasiado.
Las mantas son conocidas en el oriente venezolano como pez diablo porque cuando se divisan en la superficie del mar se nota primero dos cachitos que emergen del agua, y estos son las puntas extremas de sus alas (o mejor dicho aletas). Sin embargo, estos grandes peces casi vuelan cuando se las ve saltando distancias de más de diez metros y hasta haciendo piruetas. Yo he tenido la suerte de ver este espectáculo mar adentro del Océano Pacifico, en Paria, a pesar de la frecuencia con que se las observan; únicamente las observé en junio del 2003, cuando un grupo de tres ejemplares de más de 4 metros cada una nadaban tranquilamente en la bahía de Obispo cerca del pueblo de Macuro. Son unas alfombras oscuras que intimidan al solo verlas.
Por lo general se las encuentra solas, pero se han fotografiado grupos de hasta más de 50 ejemplares. Los saltos se cree que los hacen para escapar de depredadores como su gran enemigo, el tiburón tigre, que las persigue como su principal alimento o para liberarse de parásitos o quizás hasta por diversión o ritual de apareamiento.
En Venezuela no son un recurso pesquero, primero por el temor que se les tiene. Los pocos que han atrapado exitosamente una critican el sabor de su carne en comparación con su hermano menor y mas gustoso: el chucho con el cual se hace el apetitoso pastel de chucho. En los años 90, Filipinas y la costa Pacífica Mexicana diezmaron sus poblaciones. Debido a esto esta pesquería se suspendió durante la década siguiente. Las capturas incidentales de manta rayas se mantienen en todos los países, no obstante son escasamente reportadas.
Pocos acuarios del mundo las pueden mantener, aunque es una de las mejores formas de que el público general aprecie estos gigantes del mar. En Venezuela, que yo sepa nadie las ha estudiado en profundidad y a nivel mundial se sabe poco de ellas. Muy pocos ejemplares han sido marcados para conocer probables migraciones y se desconoce su papel ecológico exacto. Claro es que el mundo sería menos diverso sin estas bellezas del océano.