De acuerdo al Latinobarómetro, 2018 fue el annus horribilis de la democracia en la región. El peor desde la crisis del 2001. Hoy apenas un 48% de los latinoamericanos creen en la democracia. El 52% cree en salidas autoritarias, o simplemente no les interesa la política.
¿Cuál es la causa? ¿Cómo corregir este rumbo? La hipótesis de este artículo es que el principal problema de América Latina es la desideologización, el fracaso y la caricaturización de los partidos políticos tradicionales. La social-democracia y la democracia cristiana han desparecido y han sido tragados por grupos de interés económico y/o religioso. El centro político se ha difuminado y hay un gran espacio que hoy lo llenan otros: desde el populismo cerril e ideológico de Maduro y Ortega, en la izquierda, hasta la plutocracia neofundamentalista de Jair Bolsonaro, en la derecha. Y muchos otros de nuestros países están en la mira, acercándose al precipicio.
¿Cómo vacunarnos y no seguir cayendo en ese péndulo? Como se dice al final de esta nota, en la enfermedad está la medicina. Por más desagradable que nos parezca hoy día, la clave está en la política. En refundar el sistema de partidos. Ese será el único antídoto.
Venezuela como caso de estudio
Venezuela fue el caso de estudio típico en los años 80 y 90. El ascenso de Chávez, y después, de Maduro, estuvo precedido por muchos de años de corrupción del partido socialdemócrata (AD) y el socialcristiano (COPEI), quienes dominaron la vida política por tres décadas y el pillaje a manos llena de la riqueza petrolera llevó al país al salto populista. Sin el fracaso de aquellos, la pesadilla ideológico-autoritaria de Chávez ni Maduro no hubiese encontrado caldo de cultivo. De Carlos Andrés Pérez a Herrera Campins, hasta Rafael Caldera, quien se obstinó por una última presidencial letal, muchos fueron los responsables de esa debacle.
Pero la lista es larga y también afectó otros países.
La socialdemocracia latinoamericana devino en una caricatura. De la época de oro de grandes nombres como Figueres, Bosch, Haya de la Torre, Arévalo, quienes tuvieron partidos políticos permanentes ideológicos y orgánicos, lo que queda hoy son vestigios light y descafeinados. Ni el PRD dominicano, ni el PLN costarricense son hoy partidos orgánicos ni ideológicos, apenas una copia al carbón de lo que fueron, y mucho más una turbia mezcla de grupos de poder y cacicazgos económicos.
Lo mismo sucedió con el social cristianismo, que tuvo nombres respetables en los 70 y 80, como Frei Montalva, Patricio Alwyn o Napoleón Duarte en El Salvador. Lo que vino después fue una dramática caída en barrena. El social cristianismo en el camino perdió su apellido social y hasta los orígenes de la Rerum Novarum y hoy está muy lejos de pensamiento social fransciscano o jesuita que lo inspiró, y mucho más cerca de pensamiento benedictino del Opus Dei y sus socios económicos.
Finalmente, la izquierda marxista latinoamericana nunca se percató de la caída del Muro en 1989. En buena parte, sigue pensando con la lógica de la Guerra Fría. El santiguamiento a hinojos que siguen profesando sus representantes con la Habana, y últimamente con Caracas, demuestra que nunca se modernizaron ideológicamente. También ellos han contribuido al descrédito de la política en América Latina.
De El Salvador a México
Cualquier elección es un salto al vacío. En El Salvador, el cansancio con el FMLN y ARENA dio lugar a la elección de un joven candidato, prácticamente sin partido, que tendrá la tarea de devolverle esperanza en la política a un electorado escaldado, y sobre todo a un enorme porcentaje de jóvenes que se sienten lejanos de la política y del mundo formal de la representación del poder. Aunque recelosos, más del 65% de los jóvenes del país votaron por el nuevo presidente Nayib Bukele.
Caso opuesto, López Obrador representa en México un político veterano, curtido, que nace de las cenizas de todo lo anterior pero en sentido distinto: del PRI, del PAN, y del propio PRD que ayudó a formar. Es decir, del fracaso del sistema de partidos políticos mexicanos de las últimas décadas. Sin embargo, Lopez Obrador viene de allí, es un hijo del propio sistema. ¿Podrá vencerlo y no caer en los extravíos del Ogro Filantrópico que describió en su día Octavio Paz?
El caso de Costa Rica
Ningún país está inmune: en Costa Rica los restauradores religiosos perdieron la elección presidencial de 2018, pero hoy hacen alianza en el Parlamento con PLN, el PUSC, y el propio PAC en el gobierno, para empujar el país a un escenario peligroso de fantasmas y dogmatismos ideológico-económicos, en el cual se demoniza todo lo que tenga que ver con el Estado Social de Derecho (desde las universidades públicas donde estudiaron los propios líderes políticos y empresarios quienes hoy las atacan y les quieren quitar fondos, hasta la Seguridad Social). Y, paradójicamente, se condona a los empresarios que nunca han pagado impuestos. Es la ley de la selva. El país perdió los frenos y contrapesos: el PLN y el PAC se comportan hoy como partidos conservadores en materia económica. Mientras tanto, Costa Rica pasó del ser el 30º país más equitativo del planeta en 1990 a estar hoy en puesto 122, es decir, el 15avo más desigual del mundo en sólo dos décadas y media. Hay una bomba de tiempo que está incubando.
En la enfermedad está la medicina
Con América Latina deberá suceder algo paradójico, al igual que en la Europa post brexit. El sistema político, hoy tan desprestigiado, será el único capaz de recomponer las sociedades y alejarlas de los fantasmas populistas. La única forma de corregir esto, será reinventar la política y el sistema de representación y de partidos.
América Latina requiere, de nuevo, de políticas de largo plazo, eficacia en las instituciones, una sana mezcla entre el mercado y el Estado. Pero para ello se requieren partidos políticos ideológicos, permanentes, que definan la lógica del poder, las relaciones entre la sociedad y sus instituciones. Ello supone nuevos partidos socialdemócratas, liberales, democristianos, de izquierda o derecha moderna. Quizá con nombres y acuñamientos ideológicos más acordes con este siglo XXI. Pero partidos políticos de largo plazo que definan las partituras de la sociedad.
A puro pulmón de grupos de interés económico y de fundamentalismos religiosos no iremos a ningún lado. Nuestra América Latina extraviándose con espejismos, vidrios de colores y demás superchería populista.