Breve escala nuevamente en Francia. Estos días, Alemania y Francia sellaron un tratado en Aquisgrán (Francia), en busca de impulsar la construcción de una estrategia de defensa y un ejército europeo. ¿Compromiso efectivo? ¿Mera promesa para apaciguar las enemistades internas? El mismo contenido del acuerdo deja esbozar la respuesta : escasa ambición, lineamientos borrosos, voluntades difusas. Una gotita más en el vaso medio lleno de una Unión Europea de los 28 que, pese a la crudeza de Donald Trump, el uppercut del brexit o el potencial renovador de la dupla Macron-Merkel, parece seguir en plena posesión de sus contradicciones y renunciamientos.
Lo más sorprendente en estas contradicciones cuando uno lo examina más desde afuera es tal vez la distancia que separa al gigante comercial europeo de su estatus de «enano geopolítico». En sesenta años, la Unión Europea logró dotarse del segundo PBI a nivel mundial después de China, sostenido por una población de 520 millones de habitantes (y un crecimiento más que modesto desde los años 2000 que se aproxima al 1,5%).
Ahora, en el mapamundi, cómo no asombrarse del rol supletorio ocupado ahora por una Europa que ya no tiene prisa por determinar las grandes lineas geopolíticas, tanto de su vecindario como a nivel internacional. En concreto, el papel de Europa es inexistente frente al belicismo norteamericano que se manifiesta por ejemplo hacia Irán, en América Latina, en África o en Rusia. Ausente en la delicada diplomacia del Medio Oriente, queda paralizada frente al expansionismo chino, activo ahora en Europa del este y en Grecia. También fue inexistente al momento de frenar los propios reflejos imperiales franceses e ingleses en Libia (sostenido logísticamente por los Estados Unidos).
¿Cuáles son los factores que explican este anacronismo? Uno de ellos, poco divulgado y central para una región que se recuperó de un colapso generalizado, tiene que ver con el contraefecto de la prosperidad que se instaló durante un largo periodo de paz. Si la Unión Europea logró reorientar exitosamente todas las brújulas nacionales hacia la construcción de paz, eso no quita que cuarenta años de crecimiento no hayan servido para crear las condiciones ideales sobre las que encarar los nuevos retos estratégicos que se presentan a la región. Al contrario, todo indica que las élites europeas descansaron sobre los «dividendos de la paz», sin interpretar seriamente las reconfiguraciones del mundo exterior y sin estar obligadas, con las espaldas en la pared, a operar las rupturas necesarias. Tanto las crisis petroleras del 1973 y 1979, el fin de la bipolaridad o los conflictos de la antigua Yugoslavia, como la crisis de las subprimes de 2008 y la reciente salida del Reino Unido (iniciado básicamente por un error de perspectiva de David Cameron) no bastaron como factores disparadores. Y hemos de pensar que no se llegó todavía a un umbral suficiente de crisis como para generar mayor avances.
Otro factor tiene que ver básicamente con la modificación radical del panorama de la primera bipolaridad global. Si limitar la autonomía del bloque europeo y ponerlo al servicio de la contención de la antihua Unión Soviética fue una prioridad durante la Guerra Fría (en la concepción de Zbigniew Brzezinski), las preocupaciones para los Estados Unidos se han trasladado hacia Asia y China en la última década. De hecho, Europa contribuyó de pleno al traslado de este centro de gravedad geopolítica al integrar la OTAN y sobre todo al incentivar un modelo de globalización liberal que fue favorable a la emergencia asiática. Casi treinta años después del final de esta primera bipolaridad, es impactante comprobar cómo los imaginarios europeos siguen todavía asociando Rusia a la vieja Unión Soviética, con toda la carga demonizadora que esto conlleva y como si nada hubiese pasado después de 1990. En la práctica, Rusia no podrá volver a ser potencia mundial, pero sí a ser un actor significativo en el juego internacional (como lo demuestra actualmente en Siria). ¿La realidad no demandaría, por lo tanto, que Europa considerase a Rusia como un aliado de su proyecto (pancristiano y paneuropeo) en pos de hacer frente a una China que ya es polo de una nuevo equilibrio geoestratégico? Por ahora, las diplomacias en Europa parecen estar lejos de esta sensibilidad y el conflicto en Ucrania no facilita el asunto.
Al interior de las fronteras europeas, la situación de punto muerto de la profundización del bloque obliga a barrer las gesticulaciones y ser más honestos sobre los desafíos de fondo. La misma ampliación a nuevos países miembros ha jugado precisamente en contra de esta profundización. Por un lado, cabe recordar que no existe un protagonismo ascendente de las poblaciones europeas para diseñar la arquitectura y las políticas europeas. La confusión que se generó alrededor de casi todos los referendos ciudadanos da una muestra de eso, el brexit siendo el último avatar. Con una borrosa articulación entre soberanía nacional y unidad política regional, el mercado común ha sido el destilador de lo que ha sido percibido como una suerte de injerencia política en las prerrogativas nacionales. La unificación económica generó un desequilibrio entre los centros industriales y sus periferias, sin poder abordar las cuestiones de desempleo, de migración, de deudas estructurales que se amplían vertiginosamente desde la crisis financiera de 2008. En concreto, mientras Berlín impone su Diktat sobre las cuotas de migrantes o humilla los Estados miembros atravesando dificultades financieras, las multinacionales chinas o estadounidenses aprovechan la dispersión fiscal interna para evadir y los ejércitos europeos compran equipamientos estadounidenses en vez de recurrir a la producción regional. Una Europa a doble o triple barra ya existe en la práctica. En este panorama y con otros ejemplos, el auge de los partidos euroescépticos y ultranacionalistas (presentes ahora en las capitales políticas europeas) no sólo tienen fundamentos fascistoides.
El debate para una Europa más federal e integrada va mucho más allá de la divisoria un poco cómoda entre neoliberales, soberanistas, progresistas y populistas europeos. El mundo no es Europa y es muchas veces agresivo, brutal y violento. Si Europa no se concibe con un modelo y una responsabilidad propia, se verá irremediablemente tirada hacia abajo en un escenario donde nuevas potencias reclaman su cuota de poder (Turquía y Rusia siendo actualmente dos de ellas en el vecindario inmediato). Ahora que varias perspectivas de evolución de la Unión europea se discuten en los espacios políticos y mediáticos (incluyendo la de una desintegración del bloque), se trata de no diferir la actualización del proyecto y del modo de construir unidad política. La preservación de las soberanías nacionales, reavivadas por el mercantilismo actual, es ineludible. El tema de la seguridad y al interior de ella el proyecto de ejército europeo y la seguridad migratoria son centrales. Lo que más se podría esperar en estos tiempos de fragmentación y querellas internas, es dar un paso positivo sobre estas cuestiones temáticas.