El título es categórico, pero no se trata solamente de un lugar específico como tal, sino lo que viene con él. Las Naciones Unidas designaron el 27 de enero de cada año como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, coincidiendo con el día de 1945 en que el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau fue liberado por las tropas soviéticas.
Este infame pero reconocido lugar tenía la doble función de ser un centro de trabajos forzosos para los prisioneros que llegaban, y al mismo tiempo campo de exterminio para aquellos que ya no eran «funcionales» al aparato gubernamental alemán. Con la frase Arbeit macht frei (el trabajo os hace libres) irónicamente se recibía a los prisioneros que sospechaban de su destino, pero ignoraban el momento oportuno en que sucedería.
Este campo se transformó en el símbolo por excelencia de la estructura destructiva del nazismo; aunque no fue el primero, ya que Dachau en 1933 comenzó con este sistema de aprisionamiento. Auschwitz-Birkenau se hizo conocido a través de sus controles meticulosos, donde se incluyó la orden de tatuar sobre la piel el número de los prisioneros y así poder llevar un registro más efectivo, ya que la administración burocrática fue parte de las manías nazis, queriendo tener todo funcionando cual reloj suizo.
El resultado nefasto se sigue recordando una y otra vez: en lugar de resaltar la exitosa carrera del actor y director alemán Kurt Gerron (1897 – 1944), o la del escritor ruso Itzhak Katzenelson (1886 – 1944) como ejemplos, por el contrario se deben sumar como parte de una larga lista de seres humanos exterminados ya sea en las cámaras de gas del campo de exterminio o producto de las condiciones inhumanas en las que les obligaban a sobrevivir.
Auschwitz fue una parte importante de ese retrato que dejó desnuda a la humanidad por el alcance de su esencia destructiva, el reflejo de un mundo en el que el propio ser humano decidió renunciar a su condición de hombre y se transformó en una vil bestia antigua probablemente extinta por su mismo espíritu arrasador.
Y quienes no hicieron nada por acabar con esta miseria o volvieron a ver hacia otro lado como si no fuera asunto suyo, no eran mejores que quienes lo perpetraron. Ciertamente tomaron una condición de pasividad que les hizo cómplices y copartícipes del desastre, no eran humanos tampoco, en el infierno desatado se convirtieron también en serviles de la destrucción.
En un mundo consciente y razonable, Auschwitz no debió existir nunca, el Holocausto nunca debió ocurrir, ni en la mente más atormentada de aquellos mensajeros del desastre podría haber pasado la magnitud de los hechos que año con año nos hace llorar, callar, reflexionar, que nos incomoda y desubica pensando que esto es imposible que pasara la realidad.
El nivel del dolor desatado solo cabría en aquellos que escriben crónicas fantasiosas de infiernos, demonios y juicios finales, pero no en el mundo real. Pero pasó, y algunos supervivientes tomaron años para hablar por primera vez ante el dolor y terror que les traía recordar lo que pasaron, o sencillamente porque pensaron que nadie les creería, porque simplemente esto no pudo pasar, y ojalá hubiera sido así.
Esta parecía ser una larga pesadilla durante la noche que parecía interminable, el sonido de los trenes, los gritos, el ruido de los fusiles y las botas militares, la sangre disipándose por las grietas del piso, el humo y fuego de los hornos crematorios, las fosas reventando por la cantidad de cadáveres; todo esto parece un anexo a los infiernos de la Divina Comedia, pero no, es la descripción corta de una historia que hoy no deberíamos contar, porque sencillamente no debió pasar.
Los que sobrevivieron y lograron hablar, sacaron de sí mismos parte de un gran peso que les atormentaba, aunque es evidente que hasta el día de sus muertes la carga nunca se aligerará. Los que guardaron silencio, en sus rostros y manos quedaron tallados los recuerdos de lo que con palabras no pudieron expresar, con su descanso se irá el dolor que se oculta en lo profundo de sus corazones, pero no termina con ellos el clamor de justicia y recuerdo que debe mantenerse latente por siempre.