Hace ya un cierto tiempo, en un determinado Gobierno venezolano, lejos en el tiempo, había un político que había nacido en una determinada provincia de Venezuela pero que vivía en Caracas. Recibe una llamada del presidente de la república del momento para que fuera a su despacho en uno de los días subsiguientes. Esto fue a mediados del Gobierno de un presidente del cual él era compañero de partido.
Para ese momento el presidente de la república, nombraba a dedo a los gobernadores de estado. Por razones que desconocemos, a este señor se le mete en la cabeza que el presidente lo está llamando para ofrecerle que sea gobernador de su estado natal. Pues bien, previo a la reunión con el presidente, este señor empieza a ensayar cómo le iba a decir al presidente que por favor lo excusara pero que él no le podía aceptar el ser gobernador de su estado natal, entre otras cosas, porque tenía un tiempo considerable viviendo en Caracas y por lo tanto no le era nada cómodo el tener que mudarse de Caracas a su estado natal.
Y llegado el día, entra en el despacho presidencial y luego del saludo de rigor, le dice al presidente lo siguiente:
«Señor presidente, le ruego me excuse pero lamentablemente no le puedo aceptar la gobernación de mi estado natal que usted me va a ofrecer ya que para eso me llamó».
El para entonces presidente enmudece por breves segundos y a continuación le dice lo siguiente:
«Es que yo no te llamé para que fueras gobernador sino ministro».
Y a continuación le ofrece el ministerio de tal cosa, que lo aceptó. Y fue ministro y lo hizo muy bien, y por lo tanto, siguió viviendo en Caracas
Lo anterior no fue un chiste un cuento o un invento, fue algo que sucedió. Hemos preferido no dar nombres. Sin embargo, a los amigos de la curiosidad, en este caso, curiosidad lógica y comprensible, les daremos una pista:
Siendo ya ministro, se cayó de un caballo. El accidente no fue mayor. Solo se fracturó una pierna y hubo que ponerle un yeso. Quien quiera saber quién fue, que investigue.
Analizando los hechos
Lo que ha debido de haber hecho el futuro ministro que no quería ser gobernador era antes que nada escuchar lo que el presidente le tenía que decir y no precipitarse. En mucha alta estima lo ha debido de haber tenido el presidente del momento porque a pesar de semejante precipitación, lo nombró ministro. Se trataba de un hombre que no sabía escuchar y que obviamente se precipitaba. A lo mejor alguien le dio un mal pitazo pero aunque hubiera sido así, obviamente que así no se procede, ya que corrió el peligro que al el presidente, ver semejante reacción, le hubiera dicho lo siguiente:
«De verdad que lo siento, nombraré a otro que sí me acepte el cargo de gobernador que tú rechazas»,
y de paso, no le hubiera ofrecido el ministerio ya que además se lo hubiera ofrecido a otra persona (su precipitación al no escuchar pudo haber hecho que ni siquiera hubiera sido ministro).
El punto central de esta anécdota es el no saber escuchar. Escuchar es la virtud más escasa que existe. Un gran amigo me dijo una vez que Dios nos había dado dos orejas para escuchar y una sola lengua para hablar, que de acuerdo a eso había que escuchar el doble de lo que se habla. El asunto está que la inmensa mayoría de los seres humanos hablamos el doble de lo que escuchamos y a veces lo hacemos el triple, el cuádruple, el quíntuple, el séxtuple
No sabemos escuchar porque muchas veces en vez de estar concentrados en lo que nos dicen, estamos concentrados en lo que vamos a responder y por lo tanto no le ponemos atención a nuestro interlocutor.
Es muy cierto el dicho de autor anónimo que dice que «el gran problema con la comunicación es que no escuchamos para comprender, escuchamos para responder».
Otro de los problemas con la comunicación es que no sabemos escuchar porque interrumpimos. No compartimos el criterio que dice que para resolver los conflictos, no hay que hablar de ellos, sino ignorarlos y dejar que el tiempo haga todo. El tiempo ayuda pero creemos que también hay que ayudar al tiempo y no dejarle todo al tiempo. Creemos que las cosas hay que hablarlas, hay que dialogar, pero dialogar de verdad requiere escucharse mutuamente y creemos que no siempre hemos sabido dialogar porque el diálogo ha sido sin escucharnos.
Escuchar con asertividad y eficiencia requiere no interrumpir. Escuchar todo lo que el otro tiene que decir. Esperar que el otro termine de hablar. Si el interlocutor dice que 2 más 2 son 5, esperar que termine de decir todo lo que está diciendo y cuando sea el turno de hablar, se le dice que 2 más 2 son 4 y no son 5. De la misma manera la otra parte debe hacer lo mismo cuando le toque escuchar. Si se interrumpe al escuchar, al final cada parte se puede sentir insatisfecha porque lo que decía «quedó a medias ya que no fue completamente escuchado». El no escuchar, o el no escuchar completo, puede traer malos entendidos y sobre entendidos.
Dos ejemplos históricos: de la Primera Guerra Mundial a la «crisis de los misiles»
Se dice que la Primera Guerra Mundial se debió a lo que la historia reconoce como el magnicidio de Sarajevo, que fue el atentado que acabó con la vida del heredero de Austria: el archiduque Francisco Fernando y su esposa. Este incidente tuvo lugar el 28 de junio de 1914 en Sarajevo (Bosnia).
El crimen fue obra de militantes de un grupo terrorista serbio conocido como »la Mano Negra», cuya cabeza principal era el jefe del Servicio de Inteligencia del Estado Mayor. Este crimen produjo esta escalada: Rusia apoyó a Serbia, Alemania se puso del lado de Austria pero a la vez declaró la guerra a Rusia y a su aliada Francia.
En un principio Gran Bretaña se mantuvo neutral, pero cuando a comienzos de la guerra los alemanes invadieron Bélgica y se establecieron en Amberes, se sintió amenazada y entró en el conflicto al lado de serbia, Francia y Rusia.
Por otra parte, hay un libro que se escribió titulado El verano de 1914: ahí se explica que la verdadera causa de los enredos belicosos antes dichos fueron fruto de sobre entendidos diplomáticos debido a los malos manejos de las respectivas cancillerías. Lo del asesinato contra el archiduque Francisco Fernando y su esposa fue simplemente la gota que derramó el vaso.
A su vez el libro explica que si las respectivas cancillerías hubieran sido más asertivas en los debidos manejos de los sobrentendidos diplomáticos, muy probablemente la guerra se hubiera evitado. Es obvio que muchos de los sobrentendidos, en buena medida, se pudieran haber debido a no escuchar. Lo que se llama «el diálogo de sordos», en que cada parte no escucha lo que dice la otra ya que está demasiado aferrada en lo que va a contestar o en defender a ultranza su punto de vista.
Pues bien, el presidente Kennedy leyó ese libro y cuando le tocó la crisis de los misiles de Octubre de 1962, lo tuvo muy presente, y es como si se hubiera dicho a sí mismo: «si aquí estalla la Tercera Guerra Mundial no será debido a sobrentendidos diplomáticos, será por otra cosa, más no por un sobrentendido diplomático con Rusia».
Y para eso, Kennedy sabía que tenía que escuchar. Kennedy tenía la humildad para saber que tenía que escuchar.
La crisis de los misiles se debió a que los soviéticos querían instalar misiles atómicos en Cuba; dicha crisis fue entre los Estados Unidos y Rusia, el presidente americano era John Fitzgerald Kennedy y el ruso era Nikita Khrushchev.
No olvidemos que la eventual Tercera Guerra Mundial hubiera sido a la vez nuclear. Las bombas atómicas que tiraron en agosto de 1945 en Hiroshima y Nagasaki eran unas bombas de juguetes en comparación con el arsenal atómico que ya tenían para ese momento tanto Rusia como Los Estados Unidos.
Kennedy necesitaba un asesor a quien escuchar y por lo tanto se buscó al que para ese momento era en aquel momento y en aquella circunstancia, el mejor asesor del mundo y no era otro que Dwight «Ike» Eisenhower.
Eisenhower conocía muy bien a los rusos, los conocía muy bien tanto como militar (ya que no olvidemos que en la Segunda Guerra Mundial los rusos y los americanos fueron «aliados»), tanto como presidente (ya que Eisenhower había sido presidente desde enero de 1953 hasta enero de 1961). Fue el propio Eisenhower el que le traspasó la presidencia a Kennedy. Eisenhower era miembro del partido republicano y Kennedy lo era del partido demócrata, y no por eso Kennedy dejó de llamarlo, consultarlo y por lo tanto escucharlo.
Se pudiera decir que, de alguna manera, en aquella crisis Eisenhower fue una suerte de coach para Kennedy. Eisenhower le recomendó a Kennedy que manejara aquel conflicto con las dos manos, tal cual un boxeador que pega con las dos manos:
Que con la mano derecha fuera muy agresivo en insistir que Rusia tenía que retirar inmediatamente los misiles en Cuba ya que llegó un momento en que el presidente Kennedy no aguantó más, tenía la convicción que los rusos tenían que desmantelar los misiles y por lo tanto que les dio ultimátum a los soviéticos para que en 48 horas comenzasen a desmantelar los misiles en Cuba.
En dos palabras, les dijo: «o retiran los misiles de Cuba, o vamos a la guerra». Así de sencillo. Y que con la mano izquierda buscara dialogar pero dialogar escuchando, no un diálogo de puro bla, bla, bla y en el que todos hablan y hablan pero en el que nadie se escucha, en un diálogo de sordos. Y tanto fue esto así, que el mismo presidente Kennedy se entrevistó varias con el canciller ruso Andrey Gromiko, en cuyas entrevistas ambos mutuamente se escucharon y la vez encomendó a su hermano Robert Kennedy, fiscal general y ministro de Justicia, como su emisario personal para que secretamente se entrevistara con el embajador ruso en USA como en efecto hizo y que también fueron entrevistas en las que ambos también se escucharon.
Felizmente y a pesar de los trece días de extrema angustia, aquella crisis se solucionó pacíficamente y no hubo Tercera Guerra Mundial ya que a Khrushchev no le quedó otra que convencer a los restantes jefes soviéticos que la única salida posible a aquella crisis era el desmantelamiento y retiro de los misiles de Cuba, como en efecto fue.
Gracias a Dios y a Kennedy supo escuchar, no tuvimos la Tercera Guerra mundial, guerra que hubiera sido aún mucho peor que la Segunda.
La humanidad se salvó. Imaginemos lo que pudiera haber podido pasar en el mundo, si los rusos y hasta los cubanos, en algún momento, pudieran haber puesto el dedo en un botón de arsenal nuclear, a 90 millas de Florida, lo cual hubiera traído una respuesta inmediata por parte de los americanos, todo ello de consecuencias impredecibles. La 'crisis de los misiles' terminó muy bien para los Estados Unidos de América y para el mundo. El mundo le debe mucho a Kennedy el poder haber salvado a la humanidad de una eventual catástrofe nuclear entre Rusia y los Estados Unidos, así algunas subjetividades y apasionamientos, todavía al día de hoy, impidan ver con claridad histórica, lo que verdaderamente pasó en la 'crisis de los misiles de octubre de 1962 y lo importante de la determinación de Kennedy en haber logrado el dar marcha atrás en la locura y la insania mental de la existencia de misiles rusos en Cuba. Y todo este éxito fue porque Kennedy supo escuchar a Eisenhower. Cómo se ve, la diferencia entre la guerra y la paz pudiera ser el mal manejo o el buen manejo entre el escuchar o el no escuchar.
Los consejos de Dale Carnegie
Dale Carnegie escribió varios libros, entre ellos Cómo hablar bien en público e influir en los hombres de negocios, Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida, Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, Resolver conflictos en el trabajo, Estrategia de ventas, Lincoln el desconocido, etc.
De sus libros y conferencias salió un curso llamado Comunicación efectiva y relaciones humanas, curso de 14 sesiones que se da en muchos países y que lo han hecho miles de personas. Del libro Cómo ganar amigos e influir sobre las personas e igualmente de Lincoln el desconocido, vamos a citar el siguiente párrafo:
«Durante las horas más sombrías de la Guerra Civil, Lincoln escribió a un viejo amigo de Springfield, Illinois, pidiéndole que fuera a Washington. Lincoln decía que tenía algunos problemas que tratar con él. El viejo vecino fue a la Casa Blanca y Lincoln le habló durante horas acerca de la conveniencia de dar una proclama de liberación de los esclavos. Lincoln recorrió todos los argumentos en favor y en contra de tal decisión, y luego leyó artículos periodísticos y cartas, algunos de los cuales lo censuraban por no liberar a los esclavos, en tanto que otros lo censuraban por el temor de que los liberara. Después de hablar y hablar durante horas, Lincoln estrechó la mano de su viejo amigo, se despidió de él y lo envió de regreso a Illinois, sin pedirle siquiera una opinión. Lincoln era el único que había hablado. Esto pareció despejarle la mente: "Pareció sentirse mucho más a sus anchas después de la conversación", relataba después el amigo. Lincoln no quería consejo. Sólo quería un oyente amigo, comprensivo, ante quien volcar sus ideas. Eso es todo lo que nos hace falta cuando nos vemos en dificultades».
Hasta el presidente de los Estados Unidos de América puede llegar a tener hambre y necesidad de ser escuchado y tan necesitado puede llegar a estarlo, que hasta tuvo que apelar al amigo de la infancia, que son los amigos que aunque a veces uno los vea poco, son los amigos que quedan para toda la vida.
En el libro titulado Estrategia de ventas, Carnegie da consejos para vender y hay dos estrategias que nos llamaron poderosamente la atención y que son las siguientes:
Una es información. Es decir el vendedor debe conocer muy bien el producto que vende. Carnegie dice que innumerables veces la estrategia entre vender o no vender está directamente relacionada con el hecho que el vendedor conozca o no conozca el producto que pretende vender.
Y curiosamente la otra estrategia es escuchar. Carnegie dice que también muchas veces se vende más escuchando que hablando y a tal efecto pone innumerables ejemplos que sugiere a lo largo de sus libros. Veamos algunos de ellos:
«Isaac F. Marcosson, que es probablemente el campeón mundial de las entrevistas de celebridades, declaraba que muchas personas no logran causar una impresión favorable porque no escuchan con atención. "Están tan preocupados por lo que van a decir, que no escuchan nada... Hombres famosos me han dicho que prefieren buenos oyentes a buenos conversadores, pero que la habilidad para escuchar parece más rara que cualquier otra cualidad humana." Y no solamente los grandes hombres desean tener buenos oyentes, sino que también ocurre lo mismo con la gente común. Ya lo dijo la revista Selecciones del 'Reader's Digest' cierta vez: "Muchas personas llaman a un médico, cuando lo que necesitan es alguien que los escuche".
(«Cómo ganar amigos e influir sobre las personas»)
Igualmente Carnegie dice lo siguiente:
«Todos queremos un oyente amigo, comprensivo, alguien ante quien volcar nuestras ideas. Eso es todo lo que nos hace falta cuando nos vemos en dificultades. Eso es, frecuentemente, lo que quiere el cliente irritado, o el empleado insatisfecho, o el amigo disgustado. Uno de los más grandes en el arte de escuchar, en los tiempos modernos, fue el famoso psicólogo Sigmund Freud. Un hombre que conoció a Freud describió su modo de escuchar: "Me impresionó tanto que no lo olvidaré jamás. Tenía cualidades que nunca he visto en ningún otro hombre. Yo nunca había visto una atención tan concentrada. Y no se trataba en absoluto de una mirada penetrante y agresiva. Sus ojos eran cálidos y simpáticos. Su voz era grave y bondadosa. Gesticulaba poco. Pero la atención que me prestó, su captación de lo que yo decía, aun cuando me expresara mal, era extraordinarias. Es indescriptible lo que se siente cuando uno es escuchado así'».
»Si quiere usted que la gente lo eluda y se ría de usted apenas le vuelve la espalda, y hasta lo desprecie, aquí tiene la receta: Jamás escuche mientras hablen los demás. Hable incesantemente de sí mismo. Si se le ocurre una idea cuando su interlocutor está hablando, no lo deje terminar. No es tan vivo como usted. ¿Por qué ha de perder el tiempo escuchando su estúpida charla? Interrúmpalo en medio de una frase. ¿Conoce usted a alguien que proceda así? Yo sí, desgraciadamente; y lo asombroso es que algunos de ellos figuran destacadamente en la sociedad».
»Majaderos, esto es lo que son: majaderos embriagados por su propio yo, ebrios por la idea de su propia importancia. La persona que sólo habla de sí, sólo piensa en sí. Y la "persona que sólo piensa en sí mismo -dice el Dr. Nicholas Murray Butler, presidente de la Universidad de Columbia- carece de toda educación". "No es educado -dice el Dr. Butler-, por mucha instrucción que tenga"».
»De manera que si aspira usted a ser un buen conversador, sea un oyente atento. Para ser interesante, hay que interesarse. Pregunte cosas que su interlocutor se complacerá en responder. Aliéntelo a hablar de sí mismo y de sus experiencias… Piense en eso la próxima vez que inicie una conversación».
(D. Carnegie)
El arte de escuchar: recordando a Emilio Borberg Andersen
Se ha escrito mucho y muy bien sobre el arte de amar, el arte de la oratoria y mucho más; libros muy buenos, útiles y fascinantes pero se ha escrito casi nada por no decir nada, sobre el arte de escuchar.
El escuchar hace que logremos cumplir con el proverbio sueco que dice que una alegría compartida es doble, una tristeza compartida es media.
Bien decía Steve Jobs que antes de usar la lengua, usa primero tu cerebro. Pues bien, una de las mejores formas de llevar a cabo esto es escuchando ya que mientras se escucha no se usa la lengua.
De mucha inspiración me sirvió la memoria de Emilio Borberg Andersen para escribir este artículo. Dios lo tenga en su gloria. Emilio tenía un seminario para enseñar a escuchar y es curioso pero por esto, a lo largo de su vida, tuvo mucha incomprensión e incluso lo llegaron hasta creer loco. Le sugirieron que fuera a ver a un psiquiatra y personalmente me dijo «voy a ir al psiquiatra para invitarlo a que venga a uno de mis cursos».
En una oportunidad me dijo habla sin interrumpir. Lo hice y en consecuencia no lo corté, lo dejé hablar corrido, luego hablé yo y él también me dejó hablar corrido, sin interrumpirme. Al final me dijo lo siguiente:
— Me siento muy bien porque me escuchaste y me dejaste hablar todo lo que quise. ¿Cómo te sientes tú?.
— También muy bien, le respondí.
Por último me dijo lo siguiente:
— Trata de practicar esto siempre: el escuchar sin interrumpir. Verás como en todos los aspectos, te va a ir mucho mejor en la vida.
Confieso que si bien siempre he tenido este consejo presente en mi mente, no siempre lo he llevado a cabo.
Hay un punto que es bueno recalcar y que nos lo contó el propio Emilio Borberg. Emilio dice que aprendió la importancia de escuchar leyendo el cuento El diente roto, de Pedro Emilio Coll.
El personaje de este cuento es Juan Peña que lo único que este personaje hacía era darse con la punta de la lengua en el diente roto. La mamá lo lleva al médico, los exámenes salen perfectos y al médico no le que queda sino sentenciar que
«su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible -continuó con voz misteriosa- es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez… pasaron meses y años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua. Y doblaron las campanas y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar».
(«El diente roto», Pedro Emilio Coll)
El apostolado de escuchar
Para finalizar, vamos a citar algunos pasajes, entre muchos, que salen en la Sagrada Biblia sobre el apostolado de escuchar:
El que tenga oídos, que oiga (Mateo 13.9).
Hermanos muy queridos, sean prontos para escuchar, pero lentos para hablar y enojarse (Santiago 1: 19).
El que responde antes de haber escuchado pasa por un estúpido y queda en ridículo (Proverbios 18: 13).
Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano (Juan 10. 27-28).
*Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Juan 18: 37).
En mi angustia clamé a Yavé, invoqué a mi Dios, desde su templo oyó mi voz, y mi clamor llegó a sus oídos. (Samuel 22: 7).
En definitiva, quizá sea el momento de que dejar de hablar tanto de uno mismo y empezar a escuchar a los otros. ¡Sería un magnífico propósito de Año Nuevo!