Hace apenas semanas mi sobrino Jorge Alejandro me envió una noticia que comenzaba a circular en el mundo. Se refería al impresionante grupo de montículos de comejenes descubierto al noreste de Brasil, conformando una red más grande que toda Gran Bretaña. Horas más tarde, mi amigo Rafael Herrera «Potoy», me envió la misma información circulada por otra agencia. Poco a poco otros amigos me enviaban tan interesante nota. Poco sé de comejenes, pero siempre me han parecido curiosos e interesantes, de manera que comencé a indagar sobre estos bichos y sus montículos. El investigador principal del hallazgo es el entomólogo Stephen Martin. Unos 200 millones de montículos han sido construidos por comejenes de la especie Syntermes dirus. Estos montículos cubren 230.000 kilómetros cuadrados del bosque seco tropical Caatinga (en tupi significa Bosque Blanco), ecosistema exclusivo de Brasil caracterizado por una flora desértica y xerófila, con árboles pequeños, caducifolios, cactos y pastos adaptados a la extrema aridez. Muchas plantas son efimerófitas, es decir, crecen, florecen y mueren durante la estación lluviosa, que suele ser muy corta.
Se estima que algunos de esos montículos pueden tener casi 4.000 años de antigüedad. La primera persona que comenzó a estudiarlos fue el biólogo Roy Funch, quien los vio por vez primera en los años 70 y escribió una nota sobre ellos en los 80, la cual no recibió mucha atención. La casualidad lo llevó a encontrarse con Martin. Ambos caminaban hacia un pozo que usan los turistas de la zona, cuando el azar los llevó a entablar una conversación.
«He was walking up the river with a friend, and I was walking up the river to go swimming (...), the entomologist (...) looked like, obviously, an outsider, Funch said 'hello', and asked Martin what brought him to Brazil the termite mounds, Martin said, lamenting that nothing about them turned up in Google Scholar. Funch replied 'Hey, you just met the only guy in Brazil who's working on these mounds'».
Comenzó así la historia del artículo que le ha dado la vuelta al mundo. Resulta curioso que estos montículos no son los nidos de las colonias de comejenes. Han sido generados por la excavación de una red de túneles interconectados, resultando en aproximadamente 10 kilómetros cúbicos de suelo depositados en esos millones de montículos cónicos que tienen, cada uno, unos 2,5 m de altura y cerca de 9 m de diámetro. Los comejenes Syntermes dirus siguen presentes en la capa inferior que rodea a cada montículo, formando una compleja red de túneles construida para acceder a las hojas que caen de manera episódica, optimizando así la eliminación de tierra de desecho. Cientos de años han permitido formar un patrón espacial de montículos dispersos. Ciertamente, estos montículos tienen una función diferente a los Heuweltjies del suroeste del cabo en Sur África, construidos por el comején Microhodotermes viator o alguna otra especie, ya extinta. También son diferentes a los montículos de hasta 10 metros de altura y 15 metros de diámetro, construidos por varias especies de Macrotermes en Angola, Congo, Mozambique, Tanzania, Zambia y Zimbabue.
No hay duda que los comejenes prosperan en todo el mundo. Constituyen uno de los grupos de insectos más exitosos. Sus colonias varían en tamaño desde unos pocos cientos de individuos hasta gigantescas sociedades con varios millones. Sus reinas tienen la vida útil más larga conocida entre insectos, algunas viven hasta 50 años. Muchas especies son consideradas manjares por varias culturas humanas. Yo no dejo de recordar el ligero sabor a limón de cierta especie de comején que alguna vez probé en Yutajé, en el Amazonas venezolano. O un ligero sabor a almendras que noté en otros comejenes del sur de Georgia, aquí en USA.
Desafortunadamente, decenas de especies de comejenes son económicamente significativas y se han constituido en plagas destructivas de casas, edificios, cultivos y hasta plantaciones forestales. Muchas empresas de control de insectos, basan su economía en un alto porcentaje de tiempo y esfuerzo dedicado a intentar eliminar a estos bichos. Pero detengámonos un momento, habrán notado que yo no las llamo «termitas» nombre que siempre he tratado como un anglicismo aunque es, ciertamente, aceptado por el Diccionario de la Real Academia Española, que los define como
«Insectos del orden de los Isópteros [¡algo que quizás la Academia debería cambiar, ya que taxonómicamente pertenecen al Orden 'Blattodea', es decir, son, en realidad, cucarachas, muy avanzadas y sociales, pero cucarachas al fin y al cabo!], que vive en colonias y que roe madera, de la que se alimenta [¡pareciera errar la Academia! Si bien es cierto los comejenes roen madera, estos dependen de ciertos microbios en su intestino para digerir los azúcares complejos de la madera y convertirlos en moléculas simples que puedan usar como alimento), por lo que puede ser peligroso para ciertas construcciones».
Termita es un término derivado del latín moderno termes (gusano de la madera, hormiga blanca) derivado a su vez del latín antiguo tarmes. Sin embargo, prefiero siempre usar el término comején, más vernáculo de mi país de origen y derivado del arawak o lokono comixén, que identifica a dicho insecto.
Pero regresemos a Brasil. El noreste no es el único lugar donde encontraremos «construcciones» atribuidas a comejenes. En el Parque Nacional das Emas, ubicado entre los estados de Goiás y Mato Grosso do Sul en el centro-occidente del país, encontramos el ecosistema de Cerrado. Una sabana sin árboles con una variedad muy interesante de vida silvestre: osos palmeros, lobos de crin, cachicamos gigantes, ciervos de las pampas y de los pantanos, báquiros, dantas, araguatos negros, chigüires, ocelotes, pumas, una pequeña población de jaguares y las enormes aves paleognatas nativas de Suramérica que le dan nombre al parque, las emas o ñandúes. Otro aspecto distintivo de este ecosistema es la presencia de enormes comejeneras, altas como torres, duras como el cemento. Estos montículos erigidos por la especie Cornitermes cumulans pueden tener diámetros de hasta 30 metros y alturas de siete metros o más. No solo son el hogar de hasta varios millones de comejenes, sino que también son utilizados por otros animales, como una especie de martín pescador, que los usa para construir sus nidos. También funciona como hogar temporal de miles de larvas de escarabajos de Pyrophorus nyctophanus. Aunque ver de día a estos enormes montículos, con seguridad despierta la admiración de muchos, es de noche cuando se convierten en un espectáculo especial.
Esos escarabajos son cocuyos bioluminiscentes (conocidos en inglés como headlight beetles). Los adultos emiten luces distintivas, pero son sus larvas las que sin duda impresionan debido a su luminosidad. Los adultos depositan sus huevos a los lados de los montículos. Una vez eclosionan, las larvas se mueven hasta las ranuras y túneles externos. Desde allí, brillarán cada noche con una luz verde muy brillante. Aunque los adultos son herbívoros, las larvas son carnívoras activas y la luz que emiten son un señuelo. Numerosos insectos son atraídos hacia estas luces, para ser capturados y convertirse en alimento de las voraces larvas. Curiosamente, el ciclo de crecimiento de las larvas está programado para aprovecharse de las migraciones de comejenes y muchos terminan convirtiéndose en alimento de tan desconsiderados huéspedes. Estos montículos se iluminan principalmente durante las noches del verano, en las zonas de sabanas del Parque principalmente, aunque no es raro encontrarlos en las zonas boscosas.
Aunque leí sobre el fenómeno siendo niño, algunas particularidades de la bioluminiscencia las estudiaría en una de mis clases de Ecología de Poblaciones con Juan «Juancho» C. Gómez Núñez (1924-1987). Luego, ahondaríamos en el concepto en Ecología de Insectos dictada por Aquiles Montagne, materia del Posgrado en Entomología que me permitieron tomar, aunque yo aún estaba en pregrado. Además de estos cursos, numerosas noches en Rancho Grande y otros lugares de Venezuela me permitieron disfrutar del fenómeno. La bioluminiscencia puede definirse como la emisión de luz por un organismo vivo y funciona tanto para su supervivencia como su propagación. Es una luz «fría», resultado de un mecanismo bioquímico que involucra varios procesos, a menudo específicos para ese organismo. Dependiendo del organismo que posea bioluminiscencia, ésta servirá como defensa, señuelo, comunicación, apareamiento, camuflaje y otras funciones más.
Años más tarde, en la Universidad de Georgia, haciendo la maestría bajo la tutoría de Robert W. Matthews, en su curso Insect Behavior, estudiaría el concepto con mucho más detalle. Para eso, viajaríamos a Gainesville, Florida, y tanto Bob como sus estudiantes pasaríamos toda una tarde y una noche con James «Jim» E. Lloyd quien nos ilustraría sobre sus experimentos e investigaciones relacionados con la comunicación entre luciérnagas. Numerosos estudios pioneros se enfocaban en la fisiología y la bioquímica de la luminiscencia en luciérnagas, sin embargo, nuestro anfitrión investigaba la función comunicativa de las señales enviadas por estos insectos. Esa noche en Gainesville pudimos apreciar como algunas especies de Photinus, Photuris y Pyractomena resaltaban el anochecer con ráfagas de luces amarillas, anaranjadas y verdes.
Revisaríamos entonces varios conceptos comportamentales relacionados con luciérnagas. Las hembras de esas especies emiten señales en respuesta a las señales de apareamiento emitidas por los machos de su misma especie. Pero se da el caso que las hembras de Photuris son capaces de emitir señales correctas de respuesta ante señales emitidas por machos de otras especies. Una vez el macho «desprevenido» de alguna otra especie, se acerca a la que supuestamente se convertirá en su pareja, la hembra de Photuris lo atrapa para alimentarse con él. El uso de esta «copia» de señales de otras especies por parte de hembras de Photuris, se ha llamado «mimetismo agresivo». El distinguido explorador, taxónomo e investigador de comportamiento de insectos Francis Xavier Williams (1882-1967) observó y reportó, sin definirlo, el singular comportamiento:
«The fact that victims were always males … and that the feeders were invariable females, strongly suggests that the weak 'Photinus' males were drawn to their untimely ends by the lure of the greenish-yellow light of the female ''Photuris'».
El también entomólogo Herbert Spencer Barber (1882-1950) fue el primer investigador en preguntarse específicamente si esas señales de decepción eran efectivamente la táctica utilizada por las voraces hembras de Photuris.
«Sometimes the familiar flashes of a small species of 'Photinus' … are observed excitedly courting a female, supposedly of the same species, whose response flashes appear normal to its kind, but when the electric light is thrown upon them one is startled to find the intended bride of the 'Photinus' is a large and very alert female 'Photuris' facing him with great interest. Does she lure him to serve as her repast?».
Tal pregunta fue respondida, nos decía Jim Lloyd, cuando una hembra de Photuris versicolor fue observada atrayendo a un macho de Photinus macdermotti al emitir destellos iguales a los de las hembras de esta última especie. La hembra de Photuris versicolor atrapó al macho de la otra especie una vez estuvo cerca, e inmediatamente procedió a comérselo.
Estas luciérnagas, Photuris y Photinus, pertenecen a la familia Lampyridae y la luz que emiten la podemos observar en la región ventral del ápice de sus abdómenes. Los cocuyos, como el Pyrophorus de las comejeneras del Parque Nacional das Emas, emiten luz también, pero ésta la encontramos en su tórax y base del abdomen. Tal diferencia me obliga a comentarles sobre un cuento de la mitología Pemón recopilado por Fray Cesáreo de Armellada (Jesús María García Gómez) (1908-1996) a quien tuve la suerte de conocer cuando buscaba información sobre Theophile Raymond (¿? -1922) para Francisco Fernández Yépez (1923-1986). El cuento referido es El Cocuyo y la Mora, simpática historia de la cosmogonía Pemón recopilada por Fray Cesáreo y reproducida, con excelentes dibujos, por la editorial venezolana Ekaré. De la pequeña biblioteca de libros infantiles que logramos juntar para mis dos hijas Daniela y Andrea, este cuento fue, y aún es, el favorito de ambas. Recientemente, con la llegada de los nietos Manuel Mauricio y Rodrigo Antonio, ya ambos cuentan con un ejemplar cada uno. Sin embargo, a pesar de los hermosos dibujos y la agradable narración, el ilustrador cometió un error garrafal. Ciertamente, el dibujo del insecto es un cocuyo, típico de la familia Elateridae. Los cocuyos que poseen la propiedad de la luminiscencia, lo hacen gracias a un par de «puntos» que se localizan dorsalmente, siempre a los lados del protórax. También poseen otro punto luminoso en la región anterior dorsal del abdomen, que a veces se refleja ventralmente, a continuación del tórax. La luz de los cocuyos no destella o titila, sino que cuando brillan, su luz es constante. El cocuyo del cuento, en los dibujos referidos, emite su luz desde los segmentos terminales del abdomen, en su región ventral. Esta característica no es encontrada entre cocuyos, sino que es típica de las luciérnagas (como Photuris y Photinus) pertenecientes a la familia Lampyridae. Error taxonómico del dibujante o del diagramador, quienes, sin duda, poco sabían de la bioluminiscencia en estos dos grupos de escarabajos.
Curiosamente, en Puerto Rico llaman cucubano al cocuyo y a las luciérnagas las denominan ahora cucullos. Pero, etimológicamente kukuyo, palabra de origen taino, define a la especie Pyrophurus luminosus (hoy Ignelater luminosus), un Elateridae. Es muy posible que la confusión fue creada hace algún tiempo. Cayetano Coll y Toste (1850-1930) en su Prehistoria de Puerto Rico nos indica:
«Cucubano: Insecto fosfórico de Puerto Rico, especie de luciérnaga. Viene a ser el cocuyo».
¿Notan la confusión? Luciérnaga y cocuyo son dos bichos diferentes. Bartolomé de las casas (1484-1566), mucho antes, en su Historia de las Indias al hablar de lo observado en La Española (hoy Haití y República Dominicana), nos indica que:
«Hay en ella (La Española) unos gusanos ó avecitas nocturnas, que los indios llamaban cocuyos».
Me atrevo a asegurar que los taino distinguían claramente ambos tipos de insectos bioluminiscentes. Podemos constatarlo al revisar dichos nombres entre otros grupos indígenas. En Venezuela, los arekuna (pemón del noroeste del Roraima y valle de Kavanayén), llaman al cocuyo mateu y a la luciérnaga ka-n-viu-viu. Mientras que los kamarakoto (pemón de los ríos Karuay y Caroní, la Paragua y el valle de Kamarata) los llaman matöu y kanwiuk, respectivamente, según me comenta Paul Stanley, luego de consultarle a Dulce Berti, de Kamarata. Entre los ye’kwana (o makiritare), me apunta Charles Brewer Carias, el cocuyo es conocido como koko’io (¿precursor o derivado de kukuyo?) y la luciérnaga como kan’susurí, según la clasificación zoológica recopilada por Marc de Civrieux (1919-2003). Da la impresión entonces que fueron posteriores visitantes a estas tierras quienes ayudaron a crear la confusión.
Luciérnaga proviene del latín lucerna y del antiguo español luziérnaga, define a los insectos de la familia Lampyridae. Existen unas dos mil especies y entre ellas encontramos también a las «luciérnagas sincronizadas». Estas coordinan sus patrones de destellos y se encuentran en varios, no muchos, lugares alrededor del mundo. Uno de esos lugares está en el Parque Nacional de las Grandes Montañas Humeantes (Great Smoky Mountains en inglés), específicamente en la zona de Elkmont, en la frontera entre Tennessee y Carolina del Norte. La entomóloga Becky Nichols ha estado estudiando el fenómeno por más de 20 años:
«We have 19 species of fireflies in the Smokies. They all have their own individual flashing pattern, but 'Photinus carolinus' is our only synchronous species».
Esto sucede durante la temporada de apareamiento, en primavera, en plena oscuridad nocturna, luego de las 21:00 o 22:00 horas, a menos que haya luna llena. Los machos comienzan a emitir su luz de manera arbitraria, seis a ocho destellos en unos ocho segundos, mientras vuelan. Este ciclo se repite varias veces hasta que la noche esté totalmente oscura. Las hembras responden, desde el suelo, entre hierbas, con un doble destello, sin ningún intervalo específico. El destello de los machos se va haciendo más y más dramático hasta que todos emiten sus luces en una oleada. Un fenómeno digno de verse.
Existen varias especies de luciérnagas sincronizadas en Asia. En Japón hay dos del género Luciola, comúnmente llamadas hotaru, significativas en el folklore de la región. Son consideradas símbolos del hitodama, las almas de quienes han muerto recientemente. En Malasia, Pteroptyx malaccae y Pteroptyx tener, tienen importancia económica indiscutible, atrayendo a numerosos turistas. No emiten resplandor en «oleadas» como en las Smokies, sino que se posan sobre árboles desde donde, simultáneamente, irradiarán sus destellos para atraer a sus parejas. Se «apagarán» al mismo tiempo, para «prenderse» todas de nuevo, segundos después.
Sin duda, cuando vemos la noche de cualquier época del año iluminada por las luciérnagas, podríamos fácilmente imaginar que estamos en una noche de diciembre... totalmente cubierta de luces de Navidad.