Se calcula que lo máximo que podría vivir un ser humano son 130 años. El máximo de vida oficialmente reconocido y registrado fue de 122 años y 164 días y le perteneció a Jeanne Louise Calment, una francesa supercentenaria que nació el 21 de febrero de 1875 y murió de senilidad el 4 de agosto de 1997. Ella es considerada la persona más longeva de la historia. Destaco lo de oficialmente porque históricamente hay al menos una persona que vivió mucho más que eso. Se trata de Li Ching-Yuen, quien dijo haber nacido el 3 de mayo de 1736 —durante la dinastía Qing, la última dinastía imperial de China, que gobernó entre los años 1644 y 1912—, y supuestamente murió el 6 de mayo de 1933. Al menos, así lo informó un artículo publicado en el New York Times, el propio día de su muerte. De ser cierto, habría vivido 197 años y 3 días; no obstante, el mismo artículo menciona que:

En 1900, el profesor Wu Chung-Chieh, decano del departamento de educación en la Universidad de Chengdu, encontró supuestamente en los registros imperiales del gobierno de China dos felicitaciones del emperador para Li Ching-Yuen: en 1827, para su 150 cumpleaños, y también por haber alcanzado los 200 años.

Pero esa información no pudo ser comprobada ni verificada oficialmente.

Entonces, ¿cuál podría ser el verdadero y real máximo de años que podría llegar a vivir un ser humano? Irónicamente, la respuesta a eso no depende de la naturaleza o la condición del ser humano, sino del tipo de células que lo componen. Más específicamente y valga la redundancia, de una parte muy específica de las células eucariotas: los telómeros.

Los telómeros, del griego τέλος [telos], “final”, y μέρος [meros], “parte”, son literalmente los extremos de los cromosomas; son regiones de ADN no codificante, altamente repetitivas, cuya función principal es la de dar estabilidad estructural a los cromosomas y dirigir la división celular y el tiempo de vida de cada estirpe celular: una estirpe celular es un conjunto de células, pertenecientes al mismo organismo, que presentan rasgos y características propias y comunes, determinadas genéticamente, sin constituir una variedad o subespecie.

En ese sentido, un cuerpo humano está compuesto por cerca de 200 linajes celulares diferentes. Dicho eso, y en relación con el tiempo de vida, no todos los tipos de células o linajes viven lo mismo. Por ejemplo, las células de nuestra piel (epidermis) mueren y son reemplazadas cada 2 o 3 semanas; en contraste, las células del cristalino (nuestro lente ocular) estarán con nosotros toda nuestra vida; y nuestras neuronas, si pudieran ser extraídas y conservadas vivas, durarían más del doble de una vida promedio humana, unos 200 años.

Pero ¿qué determina esas diferencias tan abismales? Dos procesos celulares que se contraponen: 1) la morfogénesis, que es la capacidad de una célula para diferenciarse y especializarse, lo que lleva a la célula a adquirir una morfología especializada y terminar siendo parte de un órgano o tejido, pero, como todo especialista, no poder formar parte de otro “gremio celular”, es decir, otro órgano especializado. 2) La capacidad de regeneración celular, que es justo eso, en relación con lo anterior, entre más especializada sea una célula, más larga será su vida, pero, a cambio de eso, o más bien a costa de eso, no podrán regenerarse.

La vinculación o relación entre 1 y 2 tiene que ver con lo que se conoce como el límite de Hayflick, que es el número de duplicaciones (divisiones celulares) que puede sufrir una célula eucariota antes de entrar en senescencia; es decir, antes de llegar a la muerte celular. Pero ¿y sí el límite de Hayflick pudiera extenderse o incluso eliminarse?, ¿qué pasaría?, nuestras células podrían continuar duplicándose indefinidamente y transformarse en lo que se conoce como una línea celular inmortalizada. Quizás algunos de ustedes hayan escuchado hablar de Henrietta Lacks o de las células HeLa. Pues justo de eso se trata.

Entonces, como humanos que somos, surgen las preguntas: ¿es posible extender significativamente el límite de Hayflick?, ¿o eliminarlo del todo? La respuesta a lo primero es sí, con un modo de vida sano y muy equilibrado, lo que impone una sana alimentación y hábitos saludables toda la vida. No obstante, solo hay dos posibles formas de eliminarlo. Y las dos son igual de malas: una es la carcinogénesis u oncogénesis, que literalmente es generalizar el proceso por el cual una célula normal se transforma en una cancerígena. La otra es perdiendo por completo nuestra identidad celular y, por ende, de ser humano, a través de la indiferenciación celular, para convertirnos en una masa de células madre, con únicamente la capacidad de autorrenovarse para producir más células madre.

¿Existirá alguna forma alternativa que permita una expresión génica que nos lleve a adquirir tanto la morfología celular como las funciones celulares específicas para formar y conformar todos los tipos y estirpes celulares que dan forma al organismo humano? Bueno, actualmente solo hay forma de hacerlo, mediante lo que se conoce como células madre pluripotentes inducidas o iPS, por sus siglas en inglés. No obstante, una vez “reprogramadas” esas células por reprogramación genética, vuelven a ser células especializadas que forman parte un tejido o un órgano que, tarde o temprano, entrará en senescencia.

¿Existirá alguna otra alternativa? En teoría, sí. La regeneración de la longitud de los telómeros; más concretamente, evitar que los telómeros se acorten, manteniendo siempre activa la enzima telomerasa, una enzima formada por un complejo proteína-ácido ribonucleico con actividad polimerasa que está presente solo en células eucariotas de la línea germinal como: células madre, tejidos fetales y en células que expresan totipotencia. La telomerasa es reprimida en las células somáticas maduras después del nacimiento, eso produce un acortamiento del telómero después de cada división celular. Eso se debe a que, durante la replicación de ADN, las cadenas cortas de ADN que se sintetizan en dirección 5'→3' a partir de cebadores de ARN, que después son eliminados, conocidos como fragmentos de Okazaki, presentan el problema de que acortan el telómero después de cada replicación. Ese acortamiento se debe a que, al eliminar el cebador de cada fragmento de Okazaki del extremo 5' de la cadena retardada durante el proceso de replicación del ADN, se produce un “hueco” que no puede rellenar la acción de la ADN polimerasa; en otras palabras, tras la eliminación del cebador, no puede completar la síntesis del último fragmento de Okazaki.

Tristemente, a pesar de los esfuerzos científicos y de los grandes avances en genética y medicina celular que se han logrado hasta el día de hoy, no se ha conseguido un activador genético para la enzima telomerasa. Tampoco se ha encontrado la manera de “rellenar el hueco” del cebador de ARN para permitir que la acción completa de la ADN polimerasa complete, termine y alargue hasta el final el telómero respectivo. Esperemos poder verlo en un futuro no muy lejano.