Seis muertos, más de mil heridos, miles de detenidos. Es el balance, al día de hoy, de la crisis francesa. Los muertos son chalecos amarillos. Como casi todos los heridos. Miles de detenidos, muchos de ellos a título preventivo, antes de manifestar: no es el parche antes de la herida, es Minority Report. Es duro ser la patria de los derechos humanos.
Toneladas de basura arrojada sobre los miserables, por opinólogos, economistas, sociólogos y periodistas venales. De algo sirve controlar los medios: la verdad proviene de la verborrea tarifada. «Los chalecos amarillos luchan contra otros franceses, sus reivindicaciones son contradictorias, no tienen jefes, no se conforman con nada…».
La verdad es que les manants (los zafios, los villanos…) luchan contra los privilegios del riquerío, no contra otros franceses. Sus reivindicaciones no son contradictorias: quieren inmiscuirse en las decisiones que les conciernen. Es verdad que no tienen jefes: aborrecen la democracia representativa y quieren representarse ellos mismos. No se pueden conformar con las sobras, porque son seres humanos con derechos. Eso proclama la República.
Macron anunció un aumento de 100 euros para el salario mínimo. Mintió. Aumentó la «prima de actividad», financiada por las cotizaciones sociales, no por las empresas. Solo una minoría de los smicards (trabajadores pagados al mínimo) califica para la «prima de actividad». ¿Cómo hacer para que todos los smicards reciban los 100 euros? Ante la premura de calmar los ánimos, el Gobierno decidió bajar las cotizaciones sociales que pagan las empresas, para que éstas integren los 100 euros en el salario. Primeras beneficiadas: las empresas, que ven bajar el costo del trabajo.
Las cotizaciones constituyen un ‘salario diferido’ y le pertenecen a los trabajadores. Los 100 euros los pagarán pues los contribuyentes, o sea los asalariados. El secretario general de la CGT –principal central sindical francesa– estima que se trata de una estafa.
Mientras las demandas se limitaron a la baja de los impuestos, la derecha simpatizó con el movimiento: les evocaba un cierto Donald Trump. Más de algún intelectual, filósofo o gran pensador ante el Eterno, alabó la «modernidad» del movimiento, cubriendo al mismo tiempo de lodo los «cuerpos intermediarios», o sea sindicatos, asociaciones y partidos políticos. Apenas los chalecos amarillos precisaron que la cuestión de fondo es el poder adquisitivo, la redistribución de la riqueza creada con el esfuerzo de todos… los mismos intelectuales, filósofos y grandes pensadores ante el Eterno declararon que las reivindicaciones son absurdas, inadmisibles, desatinadas (sic).
La voluntad de autorrepresentarse, sin admitir intermediarios, es rechazada como una forma de anarquismo. Los opinólogos, que gastan litros de saliva acusando a los sindicatos y a la izquierda de «ideologismo», ahora le reprochan a los chalecos amarillos su falta de estructura intelectual, y les exigen dotarse de alguna ideología.
El lenguaje utilizado por los manifestantes molesta. No hablan ‘bonito’, no citan a nadie, no practican las muletillas del lenguaje político-académico-filosófico-snob. Dicen simplemente lo que viven. Eso le resulta intolerable a quienes han profesado durante años que la clase obrera ya no existe, que la pobreza y la miseria no son de este mundo o son, simplemente, «une vue de l’esprit».
Cada manifestante ha estado un mes en la calle: sus acciones no se limitan a los sábados. Quienes trabajan han hecho uso de sus vacaciones para participar en la lucha. Toda esta semana, con todo tipo de argumentos falaces, el gobierno y los medios han intentado disuadir los chalecos amarillos de continuar el movimiento. Una verdadera campaña del terror busca amedrentarles. La descripción minuciosa del dispositivo policial pasa en bucle en radios y televisiones. Es un tópico: en cada guerra la primera víctima es la verdad. La prensa miente: es un arma de intoxicación masiva.
Entretanto la vida continúa: un terrorista mata cuatro personas en Estrasburgo y hiere gravemente a otras 12. El Gobierno aprovecha la ocasión para exigirle a los chalecos amarillos el cese de toda manifestación. Ford decide cerrar una fábrica de cerca de Burdeos. Rehúsa venderla y deja a más de 900 personas sin trabajo. El ministro de Finanzas truena en la Asamblea Nacional: «¡Es intolerable, es una traición! ¡Estoy indignado, asqueado!». El ministro había buscado una empresa que retomase la actividad y la había encontrado, pero Ford prefiere liquidar la empresa: sale más barato. Business is business….
Un economista le recuerda al ministro que allí donde el capitalista arriesga su dinero, manda el capitalista. Olvidó decir que Ford había recibido decenas de millones de euros de ayudas públicas, estatales y regionales. En fin, un economista...
Hoy sábado Francia vive el Acto V del enfrentamiento entre los miserables y la casta en el poder. Hay una difusa consciencia de que esta batalla es anunciadora de combates venideros. La comunidad financiera no pierde nada por esperar. La Revolución Francesa se dio en dos tiempos: 1789 y 1792. La contrarrevolución también: el 9 de Termidor y el 18 de Brumario. La Revolución Rusa conoció a su vez dos episodios: febrero y octubre de 1917.
Avances y retrocesos. La cuestión de fondo no ha sido resuelta. Los chalecos amarillos plantean en realidad la cuestión de fondo: ¿quién, en nombre y en beneficio de quienes, ejerce el poder? Las palabras de Abraham Lincoln aparecen como un telón de fondo, algo deslavado, casi ilegible: «La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo».
Abraham Lincoln… ¿era anarquista?