Hace apenas semanas nos dejó físicamente Teodoro Petkoff. Venezolano excepcional, uno de los grandes protagonistas de la historia política venezolana de la segunda mitad del Siglo XX y estos primeros años del XXI. Reconocido por decir lo que pensaba, ir directo al grano, sin esconder dobles intenciones. Gabriel García Márquez (1927-2014) llegó a definirlo como:
«… un político audaz, de una energía que se le siente hasta en un apretón de manos, pero todos sus actos están comandados por el sentido común».
Cuando la mayoría del partido político que él mismo había fundado decidió apoyar a «un autócrata populista», Teodoro renunció a dicho partido sin «que le quedara nada por dentro» Quizás se ha ido físicamente, pero debemos recordarlo como alguien que siempre se rebeló contra la antidemocracia y desde las tarimas de la inteligencia, la honestidad y la ética, atacó a esa filosofía mediocre, criminal y nefasta con la que el mitómano e inescrupuloso «comandante galáctico» y sus adláteres han dejado en Venezuela un legado de miseria, crimen y corrupción, inéditos en la historia de América Latina. Crimen histórico que apropiadamente se nos presenta en el documental Chavismo: la peste del siglo XXI escrito y dirigido por el activista político Gustavo Tovar Arroyo, pero que cuenta, además, con los testimonios de personalidades de diversas naciones, de venezolanos que se opusieron al «psicópata fascistoide» y otros que alguna vez formaron parte del régimen que instauró.
...Y, hablando de peste, recuerdo que siendo un zagaletón, en temporada de vacaciones en casa de mi tío Isilio, en Maracaibo, leí por vez primera un volumen completo sobre insectos de la Biblioteca Barsa, recientemente comprada a mis primos. Con esa obra me fasciné y horroricé al leer sobre «la peste», palabra que poco uso por parecerme de connotaciones terribles. Por un lado, muchos hispanohablantes en vez de utilizar la correcta palabra plaga, se deciden por castellanizar la palabra inglesa pest. Daño que le hacen al idioma. Pero, más terrible que el acto de flojera idiomática es la palabra peste cuando se refiere a tan agresiva enfermedad infectocontagiosa que afecta a humanos y es causada por la bacteria Yersinia pestis. Esta bacteria fue la responsable de una pandemia de peste que asoló a Europa durante el siglo 14, de tal manera que se estima que causó la muerte a 50 de los 80 millones de personas que vivían en ese continente para la época.
Años después de aquella primera lectura, en otra de mis visitas vacacionales a la casa del tío, para compartir con primos y otros familiares, me compré la colección completa de cuentos de Edgar Allan Poe (1809-1849), traducidos por Julio Cortázar (1914-1984) y editados por Alianza. Dos volúmenes que aún poseo y considero uno de mis más preciados tesoros. Poe se convertiría así en uno de mis escritores favoritos. Entre esos cuentos leí ávidamente La máscara de la Muerte roja, una fascinante alegoría de lo inevitable de la muerte. Este cuento de tonos góticos narra cómo un grupo de nobles se refugia en una abadía propiedad del Príncipe Próspero para escapar de la «muerte roja». El selecto grupo de cortesanos se dedica a festejar totalmente indiferente a los sufrimientos de la población en general. Los pobladores, al ser afectados por tal enfermedad padecen
«...agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte [...] la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora».
Contando con suficientes suministros para pasar dentro muchos meses, una vez todos los invitados habían llegado a la abadía, el Príncipe Próspero ordenó soldar las puertas para que nadie más entrara. Así esperarían el fin de la enfermedad. Luego de varios meses de aislamiento, «cuando la peste hacía los mayores estragos en el mundo exterior» Próspero decide ofrecer a sus mil invitados «un baile de mascaras de la más insólita magnificencia» La fiesta sería realizada en siete salones contiguos. Cada uno decorado con un color particular, incluyendo sus ventanas. Cada estancia carecía de candelabros y se iluminada con braseros que armonizaban con el color circundante: azul, púrpura, verde, anaranjado, blanco y violeta. La séptima habitación está decorada de negro y sus ventanas «eran escarlata, tenían un profundo color de sangre».
Pocos invitados se atrevían a entrar a esta última sala en la cual se encontraba, además, un reloj de ébano que resonaba cada hora, enervando a todos, quienes paraban de hablar o bailar. Una vez que el reloj dejaba de repicar, se reanudaba el jolgorio. En el repique de la medianoche, los juerguistas y Próspero notan entre el público, una figura trajeada de oscuro, salpicado de sangre, que asemeja una mortaja. La máscara de la figura luce como la cara rígida de un cadáver y exhibe los rasgos de la muerte roja. Enfurecido, Próspero pide que inmediatamente se le desenmascare para conocer la identidad del misterioso huésped. Los invitados, demasiado aterrados para acercarse a la figura, lo dejan pasar a través de las seis cámaras. El príncipe le persigue con una daga mientras que el enmascarado atraviesa los salones sin nadie que le cierre el paso, hasta llegar a la séptima habitación. Cuando la figura se vuelve hacia Próspero, el príncipe deja escapar un grito agudo y cae muerto. Los juerguistas, enfurecidos y aterrorizados convergen en el cuarto negro e intentan todos juntos retirar por la fuerza la máscara y el traje, sólo para descubrir con horror que no hay nada debajo. Sólo entonces se dan cuenta que este personaje es la misma Muerte Roja, y todos los huéspedes contraen y sucumben a tan horrorosa enfermedad. Una vez todos han muerto, el reloj deja de sonar y los braseros se extinguen. La última línea del cuento es una frase inquietante, apropiada para definir también a cómo el chavismo ha, desafortunadamente, dejado a Venezuela: «Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo».
Por alguna extraña razón, el sufrimiento asociado a esa «peste” inventada por Poe, siempre me pareció que podría ser tan real como el padecer de la verdadera «peste». Según el historiador árabe Ibn al-Wardi (1291-1349) la también llamada «peste negra» o «peste bubónica» se originó en territorio del hoy Uzbekistán. Desde allí se distribuyó hacia las costas del Mediterráneo hasta llegar a Europa, donde se extendió en muy poco tiempo gracias a las pobres condiciones higiénicas, la mala alimentación y los limitados conocimientos médicos.
«La peste tuvo un impacto pavoroso: por un lado, era un huésped inesperado, desconocido y fatal, del cual se ignoraba tanto su origen como su terapia; por otro lado, afectaba a todos, sin distinguir apenas entre pobres y ricos. Quizá por esto último, porque afectaba a los mendigos, pero no se detenía ante los reyes, tuvo tanto eco en las fuentes escritas, en las que encontramos descripciones tan exageradas como apocalípticas».
Esta peste infecta el sistema linfático. Generalmente se debe a la picadura de la pulga parásita de ratas tanto domésticas como silvestres, Xenopsylla cheopis infectada con la bacteria Yersinia pestis. Existen tres presentaciones clínicas de la enfermedad: la peste bubónica, la peste septicémica primaria y la peste neumónica primaria. La peste bubónica es la más común (cercana al 90% de casos) y aparece tras un periodo de incubación de dos a seis días después de la picadura de la pulga. Cerca de 10% de los casos pueden iniciarse como una peste septicémica. También está la rara peste neumónica, cuya transmisión es por vía respiratoria y causa casi segura de muerte.
Una vez muerto el infectado roedor sobre el cual vive, la pulga buscará otro huésped del cual alimentarse. Las bacterias, inofensivas para la pulga, forman agregados en su intestino. Eventualmente, la pulga regurgitará la sangre ingerida, infectada, en el sitio donde esté picando a su huésped, sea otra rata o un ser humano. Una vez dentro del nuevo huésped, las bacterias se propagarán rápidamente a los ganglios linfáticos para multiplicarse. De no tratarse a tiempo, la muerte acaecerá en días.
Pero las pulgas, además de estar asociadas a esta mortífera enfermedad, podrían estar involucradas en la transmisión de otras incluyendo el tifus, la Bartonella, o la Borrelia burgdorferi causante de la enfermedad de Lyme. Podrían también ser vectores de gusanos como la tenia del perro. A pesar de esto, muchos hogares frecuentemente albergan a especies tales como Ctenocephalides canis y Ctenocephalides felis, de común ocurrencia entre perros y gatos.
Esto pareciera decirnos que el mundo no siempre ha visto a las pulgas como seres peligrosos. Estos insectos hematófagos son capaces de ejecutar grandes saltos en proporción a su tamaño, particularidad que les ha permitido causar sorpresas, pero también alegrías. Es ese el caso de los circos de pulgas. Este espectáculo cuyos protagonistas son pulgas, llegó a gozar de una gran popularidad, aunque ciertamente quedan algunos por allí, atrayendo aún a un público quizás incrédulo, siempre curioso.
La primera referencia conocida sobre el uso de las pulgas como divertimento data del siglo XVI. Para esta época, expertos relojeros, hacían diminutas cadenas con la intención de demostrar sus habilidades. En 1578, Mark Scaliot se jactaba de haber fabricado una cadena con un pequeño candado que pudo colocar entre la cabeza y el cuerpo de una pulga.
«… a lock consisting of eleven different pieces of steel, iron, and brass which, together with the key belonging to it, weighed only one grain».
Varios creativos personajes llegaron a fabricar pequeños carruajes y aparatos que podían ser movidos por pulgas. Pero no sería sino hasta principios del siglo XIX cuando el empresario italiano Louis Bertolotto (1802-1887) presentó su «extraordinaria exhibición de industriosas pulgas» en Regent Street, en Londres, y así el circo de pulgas comenzó a cobrar prestigio.
Las pulgas, en general, viven apenas unos meses y en realidad no son entrenadas, como algunos pudieran pensar. Sin embargo, quien manejaba tal tipo de circos, seleccionaba entre muchas pulgas colectadas, cuáles de ellas tenían mayor predisposición para saltar o caminar. Las pulgas escogidas era preferentemente hembras, por su mayor tamaño. Una vez seleccionadas, eran ataviadas con cuidado colocándoles un alambre de oro muy delgado alrededor de su cuello. Una vez colocado este alambre, no se le quitaba. Dicho alambre seria atado por el extremo opuesto a algún objeto. Las fuertes patas de la pulga le permitirían mover pequeños carruajes y vehículos o hacer girar alguna rueda de la fortuna o un pequeño tiovivo. Las pulgas saltadoras pueden ser utilizadas para que pateen pequeñas pelotas. Existen reportes de pulgas a cuyas patas le fueron pegados pequeños instrumentos, estando ellas colocadas en algún contenedor a manera de sala de orquesta. Al calentar ligeramente dicho recinto, las pulgas intentan escapar y mueven sus patas, dando la impresión que tocaban los instrumentos a ellas adheridos.
Pero esta asociación que desde tiempos inmemoriales hemos tenido con las pulgas, se puede notar en el bestiario azteca. Estos nativos de Centroamérica y el sur de Norteamérica le daban una especial relevancia al mundo natural, no solo en su vida diaria, sino también en su mundo espiritual. Los aztecas llegaron a crear hermosas esculturas de numerosos animales. De este fascinante bestiario azteca conocemos esculturas de pulgas cuyos detalles son tan realistas que solo un cuidadoso y observador artista fue capaz de hacerla. La pulga, para los aztecas, era un símbolo de vida gracias a su natural inclinación de alimentarse de sangre.
Quizás esta relación y respeto (¿?) por las pulgas llevó a los mexicanos a establecer una tradición que algunos pocos aún mantienen. Esta tradición llamada pulgas vestidas está ciertamente enraizada en la cultura indígena y se basa en la decoración de estos insectos, dándole vida a diminutas recreaciones de seres humanos. Grethel Delgado comenta que, en tiempos pasados, hoy es ciertamente menos común, era posible encontrar pulgas en los mercados «ataviados a la usanza española o como novios en el día de la boda». En realidad, no están las pulgas vestidas, sino que ellas son la cabeza de una figura diminuta sorprendentemente detallada, mejor apreciada al verla con una lupa.
Nathaniel Charles Rothschild (1877-1923), mejor conocido como Charles, banquero y entomólogo, dedicó tiempo y energía al estudio de las ciencias naturales. Logró acumular una enorme colección de unas 260.000 pulgas, describiendo unas 500 especies. Una de estas fue justamente la pulga de la rata Xenopsylla cheopis colectada en expedición que realizara a Sudan, publicando su hallazgo en 1903. Sus pulgas forman hoy parte de la colección Rothschild del Museo de Historia Natural de Londres. Su hija, Miriam se convertiría en una de las autoridades más respetadas en cuanto al estudio de las pulgas. Ella fue quien detalló por vez primera el mecanismo de salto de las pulgas, cuyas articulaciones poseen «resortes» de resilina, la proteína más elástica conocida. Igualmente, Miriam estudió al detalle el ciclo reproductivo de estos insectos determinando que está ligado a cambios hormonales de su huésped.
Volviendo al padre de Miriam, nos reporta en Flea News que, a principios del siglo XX, alguien le ofreció una colección de pulgas de México. Por aquellos días era poco lo conocido sobre estos sifonápteros en el Nuevo Mundo. Seguramente el honorable Charles Rothschild recibió divertido tan curioso envío:
« … the collection proved to consist of twelve dressed fleas, known as pulgas vestidas. They consisted of two "peasants", a man carrying wood and a woman with a basket which form one of the more popular exhibits in the public galleries at Tring Museum. The other is a set piece comprising two brides and bridegrooms with a Mexican band that now reside in the Entomological collections of the British Museum (Natural History) in London».
Algunos aseguran que el arte de vestir a las pulgas nació del tedio y el aburrimiento. Aparentemente las monjas se entretenían de vez en cuando jugando con pulgas. Con algunas representaban actos de circo. Una vez las pulgas morían las bañaban en alcohol, para luego cubrir con esmalte y colocar en pequeñas cajas. Eventualmente, comenzaron a hacer diminutos vestidos cuya cabeza sería entonces la pulga muerta. Algunos artesanos copiarían y convertirían en tradición tan interesante curiosidad. El muy respetado escritor, poeta, filósofo y diplomático mexicano Octavio Paz (1914-1998) hablando sobre la literatura llegaría a decir algo así como:
«… sobresalimos en el arte difícil, exquisito e inútil de vestir pulgas. … jamás sería capaz de menospreciar esta habilidad asombrosa, donde la salud espiritual está involucrada. Construir un rascacielos o embellecer una pulga es cada uno tan impresionante como el otro».
Hoy las pulgas están en nuestro vocabulario diario, queramos o no. Gracias a estos insectos también nació el Mercado de las Pulgas o Flea Market, sitio al que vamos en busca de ofertas y curiosidades. El primero de estos mercados, el Marché aux Puces de Saint-Ouen, establecido en un suburbio del norte de París, era un gran bazar al aire libre y recibió su nombre gracias a la procedencia dudosa de algunas ropas viejas, que allí se vendían hasta con «pulgas incluidas».
Quisiera seguir hablando de las fascinantes pulgas, pero con seguridad nuestro editor no nos lo perdonaría, de manera que no me queda más que terminar con una jocosa digresión. Una chanza sobre una libidinosa pulga atribuida al extraordinario dramaturgo español Lope Félix de Vega Carpio (1562-1635), el Fénix de los Ingenios.
«Picó atrevido un átomo viviente
los blancos pechos de Leonor hermosa;
Granate en perlas, arador en rosa,
breve lunar del invisible diente.
Ella dos puntas de marfil luciente,
con súbita inquietud bañó quejosa,
y torciendo su vida bulliciosa,
en un castigo dos venganzas siente.
Al expirar la pulga, dijo: “¡Ay, triste,
Por tan pequeño mal dolor tan fuerte!”
¡Oh pulga!, dije yo, “dichosa fuiste,
Detén el alma, y a Leonor advierte
que me deje picar donde estuviste,
y trocaré mi vida con tu muerte».