Ayer pasé por una librería especializada en libros en lengua extrajera y compré los cuentos completos y las poesías reunidas de Bolaño en español. Dos tomos de una cierta dimensión que había buscado por un tiempo. El primero me interesaba más que el segundo, ya que para mí, Roberto Bolaño es más un narrador que un poeta y sus poesías están fuera del territorio que personalmente me interesa. Por otro lado, no podía dejar de comprar sus poesías para conocer mejor su modo de escribir y estilo personal. Estas dos obras han sido publicadas después de su muerte, ya que el autor, se hizo más conocido póstumamente, como a menudo sucede.
De la librería fui al supermercado y después de estacionar el coche me puse a hojear sus libros, deteniéndome más en sus poesías, que se presentan como pequeñas narraciones, fragmentos de prosa, que nos hablan de impresiones sobre la vida vivida, ofreciéndonos, a través de ellas, una ventana para observar desde afuera hacia adentro, la sensibilidad y modo de ser del autor. Hojeando el libro, me percibí, como lector, en un dialogo directo con una persona ausente que se mostraba ante mis ojos, con un carácter ligeramente provocador, con una curiosidad y vitalidad evidente y también como un personaje dispuesto a experimentar.
Bolaño vivió gran parte de su vida fuera de su país natal, se expuso a nuevas situaciones, fue un transgresor y, al mismo tiempo, una persona que vivía de modo independiente y con coraje, cruzando varias veces y en ambas direcciones esa línea dudosa que separa la «normalidad» de la «marginalidad» en búsqueda de emociones, vivencias y referencias. En uno de sus poemas, habla de haber poblado los guetos de Europa y en otro, dedicado a su hijo Lautaro, lo invita a leer los clásicos de la poesía y lo hace en un modo completamente ajeno de como escribirían los mismos, diciendo, sin decirlo, que en poesía hay que conocer la forma y los moldes antes de poder transgredirlos y superarlos.
Leyendo rápidamente algunos de sus poemas en forma de prosa, sentí que estos eran una llave preciosa para descubrir al personaje, las cosas que llamaban su atención, sus inquietudes, reacciones, sentimientos y reflexiones, como si yo, lector, en ese momento me encontrase de frente a un mosaico de muchos colores y formas, tratando de descifrarlo. Salí del coche, dejando atrás los libros y sentí alegría de haber comprado sus «poesías reunidas». Ya que estas me permitirían, entre otras cosas, poder conocer mejor al autor desde una perspectiva, más personal, profunda y directa de lo que había esperado. Cada escritor tiene sus fantasmas y al leerlo uno se acerca a ellos hasta tocarlos.
Bolaño en uno de sus versos habla de alguien que lo llama gritando chileno y él baja la escala corriendo con un cuchillo en la mano o una botella de cerveza para descubrir, al llegar a la calle, que nadie lo estaba esperando. En otros poemas habla de amores del pasado, de piernas pecosas, de mujeres que no volverá a amar y de soledades sin fin, donde lo único que desea es seguir relativamente sano. Sano en ese frágil sentido de poder sobrevivir y seguir soñando.