Arthur Miller, hombre de izquierda quien fue obligado a confesar su comunismo en los años 50 y el de sus amigos por el Gobierno reaccionario de la época de los Estados Unidos (macartismo; en inglés: McCarthyism) y no lo hizo, tomó el caso de las brujas de Salem para denunciar la histeria política colectiva.
En la aldea de Salem, Betty Parris, de 9 años y su prima Abigail Williams, de 11 años, la hija y la sobrina respectivamente del reverendo Parris, empezaron a tener ataques que fueron descritos como «más allá de ataques epilépticos o de cualquier cosa natural» por John Hale, ministro religioso de la aldea cercana de Beverly, Massachussets. Las niñas gritaban como locas, tiraban las cosas al suelo y emitían sonidos extraños y más aún, se ponían en «posiciones muy peculiares», escribió el antiguo pastor del pueblo, Deodat Lawson.
Estos ataques de histeria se empezaron a diseminar en el pueblo. Los aledaños que creían en las brujas, empezaron a sospechar que estaban siendo poseídos. La gente empezó a tener ataques similares y a mirar conspiraciones. Culparon de sus miserias a la brujería. Veían brujas volando en escobas de día y de noche; acusaban a estas de controlar el comercio; decían que querían dominar el mundo; gritaban que manipulaban hasta el periódico del pueblo y a los medios de comunicación.
Hoy día sabemos que la explosión de histeria colectiva era producto de la incapacidad de los líderes por mejorar la situación económica del pueblo. Los habían elegido y estos no cumplían con ninguna de las promesas. Es más, habían formado una argolla de beneficio propio que monopolizaba los puestos del gobierno local. Su líder principal era un veleta que no sabía gobernar y la corrupción era evidente. Ante este desastre, ¿qué mejor espectáculo que una cacería de brujas, que como circo romano, idiotizara a las masas?
En la licencia poética de Miller, las muchachas habían sido halladas en el bosque bailando, algo que era visto como una vulgaridad. Al ser sorprendidas por el reverendo Parris, las chicas se asustan y enferman. Mister Hale, otro reverendo, es requerido para el caso y, sin saberlo, ofrece a las chicas una manera (Did someone force you to do this?) para salir del lío y escapar del castigo —una paliza—: la caza de brujas.
Mister Hale de hecho les dice que deben decir si vieron a alguien con el diablo, y que si hacen esto estarán haciendo el trabajo de Dios. Esto tiene un gran impacto en las chicas. La escena que más claramente muestra esto es justo antes de que Abigail empiece a gritar nombres al final del primer acto: «Abigail se levanta, como inspirada, y grita...».
¿A quién denuncia ella? Pues a las minorías del pueblo, a las personas que no eran del mismo pensar de todas, a las que no se conformaban con quedarse como amas de casa. Sarah Good, una de las primeras acusadas era una pobre vagabunda; Sarah Osborne no iba a la Iglesia (usaron como evidencia el testimonio de su hija de cuatro años en que afirmó que su madre era una bruja) y luego siguieron hasta que 150 personas fueron acusadas y más de veinte llevadas a la horca.
Abigail ha pasado a la historia como aquella persona que empieza a acusar y a culpar sin tener nada más que un poco de histeria y de mala voluntad. Ella con tal de no enfrentar la paliza, optó por traicionar a sus conciudadanos.
Salem nunca fue la misma. Aún hasta hoy día el pueblo tiene una maldición que no lo deja recuperarse.
Sin embargo, existe un aprendizaje. Unos meses después de los juicios de Salem, una adolescente en un pueblo cercano de Massachussets tuvo otro ataque de histeria. La muchacha sacó la lengua, se arrancó los pelos rizados y empezó a gritar como loca que había visto el diablo. Aparentemente, ella temía que la castigaran por haber tenido sexo, con un hombre casado, en el bosque.
Sin embargo, en este otro pueblo de Massachussets, las cosas no salieron igual. Los padres de la mocosa, conscientes de la cacería en Salem, la agarraron y le dieron la peor tunda en las nalgas por mentirosa, incitadora al odio y por cobarde.
No hubo más cacerías de brujas en la otra aldea.