A veces, un dato, observación o hecho nos hace sentir con toda su fuerza la injusticia: en el corazón del África subsahariana se esconde una enfermedad que afecta principalmente a niños desnutridos en ambientes poco higiénicos y aislados, que sufren ya de deficiencias inmunológicas. La enfermedad se llama noma (también cancrum oris): el nombre proviene del griego y significa devorar. Esta enfermedad afecta la cavidad oral y es en práctica una forma de gangrena no infectiva que inicia como una pequeña necrosis en la boca para propagarse por el rostro, afectando las mandíbulas, corroyendo los labios, nariz y mejillas, desfigurando a los niños hasta hacerlos irreconocibles.
El índice de mortalidad entre los enfermos es del 85% y la incidencia de unos 30 a 40.000 niños al año. Se estima que en estos momentos hay unos 140.000 pacientes y no existe ningún tratamiento posible. En algunos casos, se logra detener el desarrollo de la necrosis, haciendo necesaria una reconstrucción facial, que en las zonas geográficas afectadas es una imposibilidad por la pobreza, falta de servicios y el hecho de que nadie, a nivel mundial, se ocupe de esta patología, ya que el noma es una enfermedad no reconocida e ignorada por la Organización Mundial de la Salud y otras instituciones, que deberían hacerse cargo de estos problemas.
Lo que sorprende, más allá de la virulencia la enfermedad misma, es que esta, seguramente para muchos de los lectores, será la primera vez que escuchan hablar de ella, como si alguien hubiera escondido la enfermedad, confinándola en una especie de ocultación absoluta y desgraciadamente es así. Los niños que padecen de este tipo de gangrena son, en la mayoría de los casos, ocultados en sus casas hasta el momento de su muerte prematura. La enfermedad es un estigma, que hace de sus inocentes víctimas, dobles víctimas, golpeadas por una patología incurable y también por el aislamiento social.
Ver las imagines de los niños con noma es, en sí, una tragedia en la tragedia. El rostro completamente desfigurado crea temor y nos lleva a apartarnos o negarlo como realidad, sin reconocer que estamos hablando de niños, de seres humanos, que nadie ayuda y detrás de estas reacciones conscientes o inconscientes, vislumbramos el fracaso de la humanidad con toda su injusticia, pues aquellos, que más ayuda necesitan, son los que menos ayuda reciben. Además la causa principal de esta patología es la malnutrición, que en un mundo que bota toneladas de alimento y donde existe una sobreproducción de los mismos, este problema no debería existir. Un antibiótico que la cure es una posibilidad pero no se invierte ni investiga para lograrlo.
El noma no es curable por el momento, pero es fácilmente prevenible con una mejor alimentación y condiciones higiénicas. Sus causas son la malnutrición y la falta de higiene oral en un ambiente, donde abundan las aguas no tratadas y riesgo de infecciones. La pobreza crónica de las zonas tropicales marginalizadas provoca miles y miles de víctimas, condenando a un aislamiento cultural y económico absoluto, donde, a veces, es difícil hablar de vida humana y entre todas las posibles enfermedades tenemos también esta: el noma, que golpea a los más vulnerables, desfigurándolos y matándolos lentamente en un abandono casi total.
He dicho que esta patología es un estigma, pero en verdad es un insulto, una herida para toda la humanidad. De nada sirve ir al templo para sentirnos moralmente buenos, si no compartimos parte de nuestra aparente riqueza y protegemos a los que necesitan más y en lugar de ignorarla o esconderla, deberíamos hacer una cruzada contra la pobreza extrema para arrancar de raíz esta enfermedad y las condiciones de vida que la causan.