Diciendo y no haciendo. Colombia da pasos indiscutibles hacia la confrontación bélica con Venezuela, pero el Gobierno de Duque dice que no la está buscando. La opinión pública desaprueba la macabra posibilidad por abrumadora mayoría.
«Colombia le declara la guerra a Venezuela». Aunque este eventual titular todavía no se encuentre desplegado en ningún medio de comunicación, esa es la realidad, monda y lironda.
Todo lo que viene haciendo Colombia, acentuado en el inicio del Gobierno Duque, no se titula guerra contra Venezuela, pero lo es: los nombramientos de embajadores en Washington y ante la OEA; los shows montados en la frontera con personajes internacionales; la vacancia indefinida de embajador en Caracas, el anunciado retiro de Unasur y la escalada de un lenguaje provocador en labios del Presidente colombiano, llamando «sátrapa» a su colega venezolano, son ataques que, recogidos por los medios de comunicación, van preparando el terreno para convencer a la opinión nacional e internacional de que lo que sigue es dejar caer la espada de Damocles.
Cuando un presidente loco como Trump se pregunta (agosto de 2017):
«¿Con una Venezuela que se está viniendo abajo y que amenaza la seguridad regional, por qué no podemos simplemente invadir este país tan problemático?»,
y Colombia le sigue la corriente, ¿qué más puede considerarse eso sino una declaración de guerra?
Pruebas al canto
La primera salida internacional de Duque como presidente electo fue, obvio, a Estados Unidos. Los medios colombianos titularon el evento: «Cultivos ilícitos, JEP (Justicia Especial para la Paz) y Venezuela, temas de Duque en Washington...»
Por razones diplomáticas de momento, seguramente, le prohibieron revelar lo que habló con el secretario de Estado, Mike Pompeo sobre Venezuela, pero no debió haber sido distinto a lo que habló con el senador Marco Rubio, líder en el Congreso estadounidense de la imposición de sanciones al Gobierno de Maduro. Fue el propio senador quien dijo en su cuenta de Twitter:
«Me reuní con el presidente electo de Colombia, Iván Duque, para hablar sobre nuestras relaciones bilaterales y esfuerzos regionales para ayudar al pueblo venezolano a poner fin a su crisis y restaurar su democracia».
Bueno, los «esfuerzos» de Estados Unidos para poner fin a la crisis venezolana, son bien conocidos en el mundo, y empiezan por el bloqueo económico. Un caso revelado recientemente es patético:
«Brasil reconoció que el bloqueo económico (de EE.UU y la UE), impide el pago de 40 millones de dólares a Venezuela», es un titular de varios medios de comunicación divulgado el 30 de agosto, que se despliega en Google. Y antes se había denunciado desde Colombia el bloqueo a un despacho de medicamentos contra la malaria y el paludismo que azotaban al país vecino a fines del 2017.
Por supuesto, son dos ejemplos, entre muchos otros de tipo económico, político y diplomático que surten el arsenal bélico puesto en marcha, por delante de las armas, que va sembrando miseria y muerte en el campo del enemigo, con diabólica imputación de cargos a la misma víctima.
Hechos puntuales
Hay casos en que del dicho al hecho no hay mucho trecho. Es como diciendo y haciendo. Los tambores de intervención militar van subiendo de tono. La embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, enviada de tercera categoría a representar a Trump en la posesión de Duque, fue llevada al otro día (8 de agosto) a visitar la frontera. Fue un evento calculado: el puente Simón Bolívar que cruza la frontera entre Cúcuta y Táchira, estaba atestado de venezolanos ante los cuales la flamante diplomática anunció:
«El mundo debe darse cuenta de que hay un dictador en Venezuela».
Haley, por supuesto, al igual que el senador Rubio que recibió a Duque en Washington, es una dura crítica del Gobierno de Venezuela y ha tratado de poner contra las cuerdas a Maduro en el escenario de la ONU.
Este mismo show fue repetido un mes después (14 de septiembre), con el secretario general de la OEA, Luis Almagro, traído a la frontera a ver el espectáculo de los migrantes venezolanos. Y este personaje, que ostenta una vocería diplomática de todos los presidentes del continente americano, lo que propone como solución al problema es invadir militarmente a Venezuela: ¡Vaya solución! Debió haber quedado descerebrado el genio… Y lo que mete más susto es que ningún presidente de la región ha dicho ni mu, contrario a la reacción que provocó la insinuación similar un año atrás de Trump.
La propia reacción en Colombia indica que las cosas han cambiado: hace un año, el Gobierno de Santos dijo tajantemente:
«Rechazamos medidas militares y el uso de la fuerza en el sistema internacional. Todas las medidas deben darse sobre el respeto de la soberanía de Venezuela a través de soluciones pacíficas».
Posición similar asumieron los demás Gobiernos latinoamericanos que se pronunciaron en esa oportunidad.
Ahora, el Gobierno Duque no solo no rechaza la intervención militar, sino que sirve de lanzador del secretario general de la OEA para que venga a insistir en la solución de facto, y el silencio del resto otorga la patente de corso a Trump, para cuando «mande su merced».
¡Cámara! ¡Acción!
Al parecer no falta sino la orden del productor para que empiece el espectáculo de la guerra, en la que Colombia pone actores estelares y juega papel protagónico:
Francisco Santos, Pacho para todos, y Pachito para los amigos. Exvicepresidente ocho años de Uribe. Solo con la designación en el Bolsillo como embajador, es decir, antes de posesionarse, se fue a Washington a ver cómo iba el asunto de Maduro. Nada le interesa sobre la caída de las exportaciones colombianas; tampoco una eventual renegociación del TLC. Solo Maduro y, también, la fumigación de los campos colombianos con el veneno glifosato, prohibido en todo el suelo americano, con excepción de Colombia, es su obsesión.
Alejandro Ordoñez, embajador ante la OEA, destituido como procurador general por el Consejo de Estado por corrupto, amén de sus inclinaciones trogloditas sobre religión y sexo. ¡Qué pareja hacen Almagro y Ordoñez!
Guillermo Botero, ministro de Defensa, «ilustre personaje» sacado del gremio de los comerciantes, no ha podido entender que ya no anda promocionando cachivaches. Este también, antes de posesionarse, dijo que había que reglamentar la protesta social, y a un mes de estar amansando el cargo, se despachó con esta increíble, pero, sobre todo, inadmisible declaración de guerra interior en su cuenta de Twitter: Los grupos armados organizados financian la protesta social.
Y en este escenario de provocación premeditada, llega el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, un alcabalero trasferido del gabinete de Uribe 2007 al de Duque 2018 y deja un amargo sabor xenófobo contra los migrantes al decir que en Colombia las cosas están empeorando en medio del shock que está causando el ingreso al país de más de un millón de venezolanos en el último año.
Los cuatro altos funcionarios son sacados de los entresijos de Uribe, el presidente que al entregar el cargo en el 2010 reveló que le faltaron minutos para invadir Venezuela. Tal vez quiera tomar esos minutos del tiempo que gasten estos secuaces suyos en tender el tapete rojo para la entrada por Colombia al invasor de Venezuela.
Ganando también se pierde
Sabemos por la historia, y hoy en día por la experiencia de continuas guerras alrededor del mundo, que el provocador siempre tiene intereses económicos y políticos (en ese orden) para iniciar la guerra. Pero en el caso particular de Colombia, esa lógica no cuadra por razones, que a mano alzada, se pueden enumerar varias:
A pesar del proceso de paz dejado por Santos, este país sigue encendido en conflictos internos de todo tipo, desde el político y económico hasta el simplemente criminal. Sumar una eventual guerra con Venezuela, sería como comprar otra pelea, cuando la que se tiene casada con un enemigo inferior, se está perdiendo. Y, de contera, corriendo el riesgo de que los enemigos internos terminen jugando en la cancha contraria.
Desatar una guerra con Venezuela, dejaría a Colombia como la celestina del belicismo natural de Estados Unidos y en particular, de Trump, un Pecos Bill que quiere tumbar todas las estrellas a tiros.
¿Qué tal el nuevo título que nos espera en el escenario de una guerra con Venezuela? Colombia, objetivo militar de la nueva Guerra Fría que calienta los arsenales de los halcones del mundo. El riesgo es tan grande que da escalofrío, solo pensarlo.
Y no hablemos de Suramérica, una subregión cuyo último conflicto internacional más grande es la Guerra de las Malvinas (1982, hace 38 años), un evento bélico que puede ser superado hoy en día por cualquier gringo loco con una escopeta de dos cañones dentro de una discoteca.
Vox populi
El gobierno derechista de Duque está comprando una pelea que seguramente no tendría un sólido respaldo nacional porque los colombianos que entiendan, y son por millones, que aquí lo que se juega es el interés económico y político de Estados Unidos, se encontrarían en el lugar equivocado.
La encuesta de Invamer – Gallup sobre el primer mes de gobierno, prácticamente está desautorizando esta fiebre bélica de Duque y sus secuaces:
Pregunta 1: ¿Prefiere que el gobierno rompa relaciones con Venezuela o insista en el diálogo?
- Respuesta: 78,5% que insista en el diálogo.
Pregunta 2: ¿Cómo cree que se debe resolver la situación Colombia -Venezuela?
- Respuesta: a) 37,9% entre Colombia y Venezuela, b) 57,1%, bajo la unión de los países de la región.
De labios hacia afuera
Podrán decir algunos que la especulación de esta nota está fuera del tiesto. Se basarán en declaraciones de Duque recogidas por la prensa internacional, aún siendo presidente electo, en el sentido de «descartar» una guerra con Venezuela: «Nosotros, como país, no estamos buscando ningún tipo de confrontación bélica con nadie», dijo.
Pero los nombramientos en Washington y la OEA; y el espectáculo montado en la frontera a los ilustres visitantes internacionales; y su insulto al vecino, no son febriles imaginaciones de periodista en busca de figuración.
Los que van conociendo a Duque, van entendiendo que gusta decir dos cosas distintas a la vez:
Dijo no subir impuestos y tiene en ascuas a las clases medias y bajas con una reforma tributaria que generaliza la tasa del IVA al 19% para todos los productos, incluyendo los de la canasta básica, estos que tanto pobres como ricos necesitan para vivir.
Dijo combatir la corrupción y se hace rodear de corruptos.
Dijo respetar las instituciones y pone en duda la investigación de la Corte Suprema de Justicia contra Uribe al decir que mete las manos al fuego por la inocencia del expresidente.
Dijo no gobernar con espejo retrovisor y todo lo que hace es mirando atrás. Hasta le echó en cara a Santos haber alcanzado su Nobel de Paz a punta de populismo.
Por algo en las redes sociales circula una versión que se vio cumplida en la encuesta revelada el domingo 16 de sept. en la noche por el Canal 1 de TV sobre el primer mes de Gobierno Duque:
El presidente Duque lleva un mes y su desgaste es como de un año. El 46,2% de la ciudadanía lo desaprueba por no cumplir con las promesas hechas, por impulsar una reforma tributaria regresiva, por incompetente o simplemente por no estar de acuerdo con él. Fuentes Invamer -Gallup y CELAG.