Se calcula que cada día decimos o leemos más de 200 mentiras. El número parece a todas luces exagerado, exageradamente pequeño, teniendo en cuenta que vivimos en la era de las fake news. Ante tal escenario, se presentan dos opciones: vivir en una continua indignación que desemboque inevitablemente en resignación o, más bien fingir que lo estamos, y camuflarnos con el ambiente.
Decían los investigadores y lingüistas Hockett y Altman en 1968 que la característica que nos define como especie es la capacidad de mentir. Sin embargo, esta afirmación no se sostiene, y no por su falta de ética, sino porque la falta de ética es común a otras especies.
La zarigüeya, por ejemplo, cuando está rodeada de depredadores, finge estar muerta. Hay perros, por su parte, que, tras haber experimentado una lesión y los correspondientes mimos, pueden volver a fingirla para gozar de los cuidados consiguientes. Y estos canes no tienen la excusa de estar luchando precisamente por su vida.
Seamos sinceros, mentir no puede estar tan mal teniendo en cuenta que es una habilidad que nos ha acompañado en el camino de nuestro progreso como especie. Los hitos de la evolución en el hombre están constituidos por el bipedismo, que liberó nuestras manos para fabricar herramientas, el control de fuego, que nos permitió calentarnos y cocinar, la autoconciencia, que nos llevó a saber que un día moriríamos y el pensamiento simbólico que, no se engañen, nos llevó a mentir.
Siendo todo esto así, quizá deberíamos cesar en nuestro empeño de enjuiciar y ofendernos cuando alguien maquilla la realidad. La salida más práctica reside en afinar nuestras cualidades para detectar mentiras (y para ser indetectables). Sospecho que solo así conseguiremos digerir a gran parte de nuestra clase política.
La decencia o indecencia del arte de mentir pertenece al ámbito de la conciencia, así como el qué constituye una mentira, al de la filosofía. Pero lo verdaderamente interesante, lo que a todos nos interesa, no reside en moralismos sino en cómo ser inmoral, en cómo mentir (para los hijos de la decencia, en cómo pillar a un mentiroso).
El psicólogo holandés Aldert Vrij de la Universidad de Portsmouth cree haber dado con las habilidades o características de la personalidad necesarias para ser un mentiroso efectivo. El buen mentiroso, según Vrij, es «manipulador, buen actor, expresivo, físicamente atractivo, finge espontaneidad, confiado en sí mismo, capaz de esconder emociones, elocuente, bien preparado, listo para justificar respuestas, capaz de decir mucho entregando poca información, piensa rápido, es creativo, inteligente, posee buena memoria, se muestra honesto y es capaz de detectar si las otras personas creen o no lo que dice, por más que estén en silencio».
Quizá uno no goce de todos esos «dones», pero bien se puede aprender a revestir un simple esbozo gramatical del suficiente ingenio como para transformarlo en un hermoso traje de emperador desnudo, como narraba el cuento.
Pues bien, ahí van una serie de consejos para elaborar una mentira creíble:
Debes mezclar fragmentos inventados con retazos de verdad, de tal forma que esos hechos ciertos sean la tres patas que sostienen una mesa coja, encontrando el equilibrio perfecto.
Hay que evitar las excusas y la improvisación: cuanta menos información se ofrezca, mejor. Lo bueno, si breve... dos veces cierto.
Una mentira puede parecer creíble en cuanto a contenido, pero el lenguaje corporal puede delatarte. Dado que es un factor difícilmente controlable, la mejor opción es creerse la propia mentira. Para ello, debes mirar a la persona que estás mintiendo a los ojos, no mirar a tu alrededor y no mover los pies pues esto demuestra nerviosismo.
Escapar del sesgo de confirmación es francamente difícil para las personas; todos tendemos a creer aquello que coincide con nuestras creencias. Por ello, es más probable que la gente crea tus mentiras si les dices lo que quieren oír.
Si estás mintiendo a alguien cercano, como suele suceder, bien sabrás que es más fácil que te cacen, pues te conocen. El truco reside en ser asertivo o agresivo. Oféndete porque piensen que les mentirías a ellos. La intimidación puede ser provechosa.
Manipula y juega con tu víctima. Miente en alguna ocasión y déjate pillar, confiesa; convénceles de que eres un mal mentiroso. De esta forma, no sospecharán de ti.
Finalmente, trata de mantener una reputación de persona honesta. Sé la última persona de la que alguien sospecharía.
No juzguen, abracen su naturaleza humana y tómense la vida como quien se toma un whisky on the rocks: de un trago rápido que, aunque amargo, va acompañado del convencimiento de que está bueno. Al fin y al cabo, como decía el escritor francés Anatole France, «sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento».