No es cierto que las grandes mayorías de America Latina están optando por la derecha. López Obrador en México y Lula en Brasil son hombres de izquierda o centroizquierda, auténticos luchadores durante toda una vida, y han encabezado las preferencias en los dos mayores países de la región.
¿Cuál será el desafío? La prueba para López Obrador será su capacidad de realizar los cambios sin disrupciones. Y si Lula sale adelante, gobernar con eficacia.
La clave para los partidos y dirigentes de centroizquierda e izquierda, que ganan elecciones, está en la capacidad de gobernar bien. El reto principal es saber encauzar las aspiraciones de esas amplias mayorías y llevar a cabo reformas que amplíen la democracia, con avances palpables de inclusión social, sin levantar expectativas irrealizables que frustren. Cuando las transformaciones se ejecutan con improvisación e ineficiencia, si se despierta el temor por el desorden, si se decepciona a las emergentes clases medias, se pierde respaldo y se termina en fórmulas de derecha, que prometen orden sin cambios. La Concertación en Chile y el Frente Amplio de Uruguay han sido excepciones valiosas.
El desafío de los progresistas es, entonces, impulsar transformaciones, aunque sean más moderadas que las esperadas, que se expliquen con claridad y ganen la confianza ciudadana, que rompan el elitismo y combatan la corrupción, que prioricen la diversificación de la estructura productiva, con tecnología y sustentabilidad, para crecer y crear empleos de calidad. Requiere equipos preparados técnica y políticamente. El arte y la inteligencia es que se ejecuten sin disrupciones que socaven su poder político electoral.
Entender a las nuevas capas medias es esencial. El acelerado cambio social y cultural a veces no es comprendido por la izquierda clásica. Las familias buscan educación, salud, pensiones y seguridad ante la delincuencia, pero también aspiran a contar con oportunidades para emprender y mejorar. Los ciudadanos empoderados con mayor educación y tecnologías comunicacionales aspiran a una mayor participación y transparencia.
El desafío de un gobierno progresista es realizar cambios complejos. Sustentarse en mayorías, con apertura y diversidad, ejecutar programas viables, es mucho más difícil que el camino de derecha, que se contenta con administrar sin reformar, y el de la izquierda iluminada, que pretende todo y obtiene nada.
El desempeño de gobiernos progresistas en Mexico y ojalá Brasil tendrá gran incidencia en las opciones que se abran en América Latina.