Salimos de Caracas, Venezuela, sin mucha información sobre el lugar al que nos dirigíamos o el trabajo que íbamos a realizar en este viaje.
Luego de varias horas nos detuvimos en el Hato las Caretas para almorzar rodeados de un llano hermoso. Una pizarra sugería el almuerzo, pero las pocas palabras que habían en ella no hacían justicia para lo deliciosa que estaba la comida.
Los aromas de los ingredientes frescos y cosechados en ese mismo lugar hacían que cada bocado fuera algo mágico. No sé si les ha ocurrido alguna vez, que comen con tanto placer que les dan ganas de llorar… bueno, yo estaba en ese punto.
Podría dedicar varias palabras para describir cada uno de los platos que nos sirvieron, pero podría perder el centro de esta historia.
Continuamos nuestro viaje para quedarnos en el Hato el Cedral y dormir arrullados por el canto de las cientos de aves que llegan a los árboles cercanos para pasar la noche.
Al despertar no tardamos en desayunar y en continuar nuestro largo viaje hacia el Amparo, pasando por unos paisajes hermosos con patos güire y sabanas inundadas, donde podíamos ver los caminos de los animales, llenos de agua y rodeados de pastos sobresalientes que los enmarcaban junto con algunas plantas de flores amarillas que adornaban la escena.
Llegamos al pueblo fronterizo para sellar nuestros pasaportes y continuamos hacia la frontera. Era un lugar extraño. Un puente debía ser cruzado pero solo a pie.
Pudimos guardar los vehículos en un lugar casi improvisado debajo del puente, con techos hechos de bolsas plásticas bajo las cuales varios carros y motos esperaban por sus dueños.
Varios grupos de «caleteros» se nos acercaron para ofrecernos su servicio de carretillas para ayudarnos a transportar nuestro equipaje, lo cual nos puso a todos en alerta ya que la probabilidad de hurto aumentaba en proporción a la confusión, pero logramos manejar la situación y continuar con nuestra travesía.
Luego de aprobar nuestro ingreso a este hermoso país fronterizo caminamos sobre el puente José Antonio Páez bajo el sol y con nuestras maletas a cuestas.
La bienvenida fue muy calurosa y amable, nos montamos en un taxi, almorzamos y luego salimos hacia un conversatorio donde iba, finalmente, a entender la misión de la expedición y mucho más.
Las ponencias empezaron de forma muy interesante, conversando sobre los ecosistemas de este río a través del cual íbamos a navegar para poder hacer un diagnóstico del estado de salud del mismo. Para ello debíamos observar los animales que se encontraban en esa zona, como aves, peces, reptiles y uno de los más importantes: las toninas.
Recibimos instrucciones sobre este viaje sobre el río Arauca, fronterizo entre Colombia y Venezuela, para luego ir a dormir ya que saldríamos al día siguiente.
Me desperté muy temprano, a las 4 de la mañana, por la emoción y también por la hora de diferencia que hay entre estos dos países.
Tomamos nuestro equipaje y nos subimos en los autobuses que nos llevarían hacia el lugar de zarpe a las orillas del río.
Luego de comprar algunas cosas para el viaje llegamos a la orilla del río donde nos esperaba una gabarra llamada *La Barcaza: un planchó grande con dos torres de observación, una cocina y un baño.
Se explicaron las instrucciones a seguir, se hicieron los planes de acción para poder dividir el trabajo de observación entre los diferentes especialistas que nos estaban acompañando en este viaje y luego empezamos a «jugar» para adivinar las distancias. Teníamos un instrumento que nos indicaba a qué distancia estaba un punto en específico, lo cual nos iba a ayudar a anotar más datos a la hora de realizar las observaciones de las toninas y demás animales que esperábamos ver.
Luego de almorzar zarpamos por el Arauca, con sus aguas marrones cargadas de sedimentos que se mezclan bajo la embarcación dejando ver apenas algunas ramas de las plantas que sumergió.
Estábamos con los ojos abiertos buscando estos delfines de agua dulce, tratando de ver por dónde aparecerían.
Como son mamíferos tienen pulmones y deben salir a respirar. Son unos animales muy interesantes ya que estas aguas tan turbias son difíciles de navegar si sólo dependes de tu vista, de hecho la vista en este lugar no sirve para casi nada, así que han evolucionado y se han adaptado para poder localizar a sus presas utilizando el sonido para generar una imagen en sus cerebros.
Emiten ondas de sonido gracias a una protuberancia que tienen en la frente llamada melón, que funciona en conjunto con otros órganos para poder dirigir las ondas sonoras. Las ondas chocan contra algún objeto o presa y luego rebotan hacia el delfín, que las recibe a través de la mandíbula y las interpreta, generando una imagen tan definida que es capaz de distinguir texturas, así como las ecografías que se realizan a las mujeres embarazadas.
Buscábamos no sólo a estos interesantes animales, sino que estábamos haciendo anotaciones de cualquier animal que apareciera en las orillas, como unos monos aulladores que comían algunas frutas, o las garzas blancas que se posaban en grandes números sobre algunos árboles para pasar la noche y eso nos recordó que debíamos empezar a recoger nuestras cosas para montar nuestras hamacas en los pasillos de La Barcaza e ir a cenar, y finalmente conocer bien al equipo que componía esta expedición.
Colgué mi hamaca, me bañé mientras los ictiólogos regresaban de recolectar peces para estudiarlos y en el momento de la cena, que estábamos todos sentados, pudimos compartir varias historias interesantes con este grupo tan diverso que en otro artículo les describiré.
Esta expedición apenas comenzaba y ya mis ojos brillaban con toda la información que estaba recibiendo de los diferentes científicos que nos estaban acompañando. Cada uno tenía una técnica para localizar a las especies que analizaban, cada uno estaba lleno de experiencias e historias maravillosas y poco podía contener mi emoción al escucharlos hablar con tanta pasión hacia los animales y el ecosistema. Realmente me sentía identificada con el trabajo que estaban realizando y sentía que mi trabajo era poco en relación al que ellos estaban desarrollando. Pero al mismo tiempo pienso que mi trabajo es uno de los más lindos, ya que no sólo participaba en la observación y análisis, sino que mi trabajo es el de comunicar, y en ese caso a través de un programa para la televisión llamado Rio Verde. Debía transmitir todos los descubrimientos de esta expedición de una forma sencilla pero sin dejar de lado la parte científica.
Era todo muy emocionante, pero una situación que enfrentábamos en este viaje era un poco tensa, ya que ese río era una zona de conflicto conocido entre los diferentes grupos de paramilitares, guerrilla y militares que estaban momentáneamente bajo un tratado de paz, el cual estábamos aprovechando para hacer este viaje. Pero en la mente de todos estaba la duda… ¿realmente se cumpliría?