En los años 60 y 70, cualquier travesura, no haber realizado las tareas mandadas –tanto en la escuela como en casa- o no hacer caso, entre otras muchas cosas, era castigado. La autoridad de los padres y los maestros era máxima y siempre tenían la razón.
Actualmente, los mismos hechos son considerados normales y se tiende a no darle importancia, e, incluso, se oyen frases como «son cosas de la edad, es normal». Una posición que pretende que experimente y encuentre los límites por él mismo.
Dos polos opuestos con apenas 50 años que han transformado la educación y que en ocasión hacen incomprensible o difíciles de entender las actuaciones y las actitudes que hacen referencian a la educación de los niños.
Cada vez es más normal que los pequeños tomen decisiones: qué ponerse, la hora de irse a la cama, irse para casa, qué comer, etc. Una toma de decisiones que se tienen que valorar si es conveniente que las tomen. Como todo en la vida, tiene sus pros y sus contras.
Por un lado, se les ayuda a madurar, siempre y cuando se le haga razonar –dentro del límite de su edad- la respuesta. Un proceso que, además, les prepara para el futuro y hace que los posibles contratiempos o fracasos los sepan afrontar y sobreponerse.
Por contra, hacer tan participe de las decisiones a los pequeños puede confundirlos respecto de la autoridad e incluso puede llegar a ser contraproducente para el futuro, ya que puede motivar que no sepan encajar una respuesta negativa en su vida en el futuro, como una mala nota, un «no» en una entrevista de trabajo o un despido.
Como en muchas cosas, los extremos no son buenos, ni tanta autoridad ni tanta flexibilidad. Los padres son eso, padres, y autoridad tienen que tener, que no significa manga ancha. De hecho son pilares, junto con la escuela, de la educación de los niños y, en consecuencia, de su comportamiento en el futuro. Además, en la vida hay muchos momentos, cotidianos incluso –como el rato de ver dibujos en la televisión o jugar en la tablet-, en que se puede ser flexible y, si hay una buena razón, ceder un poco.
Sea cual sea la decisión, lo más importante es que el niño entienda el porque sí o el porque no. Si entiende este punto –sobre todo explicado en un lenguaje adecuado a su edad- y les hacemos «partícipes» de la decisión, evitaremos las frustraciones o las rabietas. Es incomprensible, o como mínimo difícil de entender, como un «no» o un «nos vamos» se convierte en todo un drama y hasta puede hacerte pasar vergüenza ajena.
Buscar el equilibrio no es fácil, cierto, y en ocasiones pueden sacarte de tus casillas, pero si se encuentra, te garantizas una paz interior y emocional que te permitirá tomar la mejor decisión en cada momento.