Al almirante Luis Meneses Vélez.
El estreno reciente de 7 days in Entebbe, y su exhibición fuera de concurso en la Berlinale, me han hecho repensar esta hazaña militar de rescate de aerosecuestrados.
El cine mismo ha vuelto sobre la gesta, ya que antes le había dedicado tres cintas: quizá un récord.
Independientemente de la geopolítica, que puede dividirnos en partidarios de uno u otro de los bandos participantes, la gesta como gesta es memorable. Aquí la tiene…
«El avión ha sido secuestrado. De ahora en adelante se llamará ‘Haifa’. Su nuevo comandante es (fulano de tal). Somos el comando Che Guevara, de la Liberación Palestina».
La voz de una mujer joven informaba así a los pasajeros que el vuelo 139 de Air France, procedente de Tel Aviv con destino a París, quedaba secuestrado.
Era el 27 de junio de 1976.
Los secuestradores eran cuatro: dos varones palestinos, uno más, alemán, y una mujer alemana. Todos menores de 30 años.
El avión fue desviado a Uganda. ¿Por qué allá? Porque el país se hallaba bajo la presidencia de Idi Amin, dictador golpista, recién distanciado de Israel, y apoyador de la causa palestina. Se trataba de un mal representante de la izquierda a la que oportunistamente se había unido, pues su estilo era de plano excéntrico y –como veremos- sanguinario.
El aeropuerto del lugar es una vetusta construcción, en las inmediaciones del Lago Victoria. A partir de la llegada del vuelo 139 de la línea francesa alcanzaría un lugar en la historia. Digamos que nunca antes y nunca después se le habría de mencionar. La razón, además de su escaso tráfico, fue que entonces comenzaba a ser el escenario de una de las operaciones antisecuestro más extraordinarias en la historia de esos azotes de la humanidad.
Volviendo a la nave aún en vuelo, para empezar se despojó a los pasajeros de sus identificaciones y valores. Un joven que viajaba en compañía de su esposa fue golpeado por negarse a entregar el anillo de bodas: eran recién casados.
La que sí tuvo suerte fue una pasajera durante una breve estancia en Libia para abastecimiento de combustible: fingió un aborto, y fue liberada.
Ya en Uganda, ocuparon la terminal aérea apoyados por un cerco de la milicia local, haciendo entonces sus demandas: liberación de 53 palestinos recluidos en varios países y en Israel. En caso contrario, liquidación de todos los retenidos. Plazo: el 1 de julio.
El Gobierno israelí se volcó a valorar la situación. A principios del mismo 1976 se había capturado a otros palestinos que se aprestaban a derribar un avión comercial en pleno vuelo, cabía asimismo el riesgo de un ataque suicida al Estado judío.
En tanto, en el nervioso teatro del secuestro, fueron liberados los pasajeros y tripulantes de otras nacionalidades; los captores germanos se dedicaron a apartar a los judíos, conforme al siguiente método: según les sonara que el apellido perteneciera a esa etnia. La historia se repetía, en pequeño: alemanes exterminando judíos.
El día mismo señalado para el desenlace, Tel Aviv aceptó negociar. Entebbe accedió, se dice que para permitir que Amin cubriera un compromiso previo. Nuevo plazo: el 4 de julio.
Israel profundizaba su análisis con un hallazgo de suerte: los constructores del viejo aeropuerto africano habían sido técnicos judíos, los contactó, e hizo una reproducción muy fiel de un eventual objetivo.
Hasta Francia fueron estrategas a entrevistar a los liberados para obtener detalles de los terroristas y poder identificarlos en caso de tomar el aeropuerto.
De las opciones estudiadas se eligió al fin una, con el ultimátum encima, y con solo 24 horas se hicieron los aprestos.
La columna vertebral de la operación de asalto convenida quedó formada por militares victoriosos en guerras históricas del Estado israelí.
La fuerza de rescate se compuso básicamente de 4 aviones Hércules, preparados para el ataque en sí, operaciones complementarias, acciones de cierre...Y ¡manos a la obra!
El propio vuelo ya fue uno de los puntos más audaces de la operación y de mayor pericia técnica para los tripulantes. ¿Por qué? Porque volaron a bajísimas alturas para evitar que los radares los detectaran.
Dice el piloto Yoshua Shani: «Volamos muy bajo -100 pies sobre el agua-. En algunos lugares que son especialmente peligrosos, volamos a una altitud de 35 pies. Recuerdo la lectura del altímetro». Y por si hiciera falta, agrega: «Créame, ¡es aterrador!» (100 pies son unos 30.5 metros, 35 son aproximadamente 11: resulta imposible de creer el sobrevuelo con ese margen. Pero lo podemos entender a la luz de una guerra como la de las Islas Malvinas donde se volaba de ordinario a bajísimas alturas sobre el mar, y cuentan los pilotos del mismo tipo de aviones que el salpicar de las olas disminuía en mucho la visibilidad.) Vamos: un piloto perdía de vista las otras naves, que de vez en cuando tenían que aproximársele para que él supiera que venían ahí.
El objetivo se logró. No fueron detectados. La aparición en Entebbe fue de golpe y porrazo.
Arribaron a la 1 de la mañana hora local, del 4 de julio (quién sabe qué tanto calcularon que su gran aliado, Estados Unidos, celebrando el 200 aniversario de su independencia, difícilmente podría distraerse para auxiliarlos).
Antes incluso de que aterrizaran las naves, parte de los soldados tocaron tierra para iluminar de alguna forma la pista, por si los secuestradores apagaban las luces.
Bajaron dos Land Rover y un Mercedes. En ellos, apiñados, los miembros del comando de asalto.
El Mercedes era para despistar. Idi Amin solía usar uno así. El automóvil similar que se incluyó, con banderas ugandesas, iba para hacer creer al aeropuerto que un oficial ugandés de alto rango había llegado, e, incluso, el propio Amin.
Así, los vehículos se acercaron primeramente a la torre de control.
Pese a la bandera, y a que el comando al frente vestía como la escolta de Amin, dos guardias marcaron el alto al Mercedes negro. ¿Por qué, si tal parecía que se trataba de alguna autoridad con su escolta? Hay dos explicaciones, una: a la hora de los preparativos, los israelíes no contaron con que en Uganda los automóviles tenían el volante del otro lado (!); otra: Amin recientemente había cambiado su transporte personal negro…por uno blanco (!), y aquellos guardias lo sabían. Haya sido lo que haya sido, fueron ultimados por el comando de asalto.
Estamos en uno de los puntos oscuros de las acciones, ¿quién disparó primero? No se sabe; en absoluto: si los guardias africanos al sospechar de la caravana, si algún soldado israelí viendo a los guardias echar mano de sus armas… nunca lo sabremos (o bien, los vencedores escribieron la historia de que fueron los perdedores los que empezaron).
El hecho es que hubo fuerte desconcierto en los que arribaban… La operación podía abortar. El fantasma de Múnich 72 (donde 11 atletas israelíes fueron abatidos por un comando también palestino) pesaba sobre el grupo. La vida de más de 100 rehenes dependía de cualquier error.
Las emociones no les hicieron mella. Conforme a lo planeado, se separaron: unos hacia la torre de control, otros a la sala donde estaban los rehenes y sus captores. Los disparos habían hecho salir a algunos de estos y a soldados… Fueron abatidos.
Adentro, los rehenes se veían entre no saber qué era aquello y deducir que los venían a rescatar. Entonces señalaron a los recién aparecidos una sala más, interior. Estos la controlaron con granadas, luego entraron abriendo fuego contra los captores. Se supone que, reconociendo el asalto, otros dos secuestradores se disponían a ejecutar judíos. No alcanzaron a hacerlo. El comando los ultimó justo antes.
Cesaron los disparos. Los prisioneros comenzaron a percatarse de que su libertad había sido conquistada por la acción relámpago del comando. La sala quedaba sometida.
Balas de la fuerza agonizante se escuchaban aún y, pese a la fuerza preparada para cuidar la salida, unas de aquellas hicieron blanco justo en quien encabezaba el comando, Jonathan Netanyahu -hermano del actual premier israelí-, cuando estaba a punto de cumplir la misión. Dieron en su espalda. Fueron mortales.
De esa manera, la fuerza abandonaba el lugar. Con sus compatriotas vivos, sí, pero con su líder muerto. En su escape inutilizaron 11 naves caza para no ser perseguidos.
El saldo mortal fue, más o menos, que se abatió a un número indeterminado de militares del país colaborador: una treintena, según el cálculo más bajo; más de 50, según el más alto.
Además de los secuestradores murieron 3 judíos, que en la refriega fueron alcanzados por los disparos. El primero, confundido –por desacato- con un terrorista, pues en el momento en que su esposa le dijo que lo quería junto a ella, el comando ordenaba terminante: «¡¡¡Al suelo, todos!!!».
Después de la escaramuza las fuerzas de Amin fueron por una rehén, previamente hospitalizada, para asesinarla.
Otras ejecuciones por decenas y hasta centenas, tanto entre el ejército derrotado como de extranjeros, fueron ordenadas como reacción, en particular contra kenianos, por haber su Gobierno apoyado al rescate.
Notas sueltas
Se conocen actos heroicos entre los cautivos dentro de aquella selección que se les practicó. Al ser liberada una monja, se negó a aceptar, y ofreció su libertad a cambio de la de algún rehén; no se aceptó su propuesta y fue bruscamente obligada a cumplir la orden. Antes, cuando tocó el turno de ser liberado al capitán, tampoco aceptó.
Hay más con el Mercedes… en los preparativos, se habían hecho del primero que encontraron del modelo usado por el dictador, solo que de diferente color, de modo que lo pintaron de negro, pero no como Dios manda, pues no había pintores automotrices disponibles, sino que prácticamente con brocha gorda.