Se cumplen dos meses del Foro Social Mundial, organizado del 13 al 17 de marzo 2018 en la ciudad afrobrasileña de San Salvador de Bahía. Diecisiete años después del primer foro social en Porto Alegre en 2001, muchos movimientos de jóvenes y mujeres estuvieron allí, en medio del clima de crisis política brasileña y de la tragedia del asesinato de Marielle Franco (y Anderson Gomes).
Nacida en la favela do Maré, Marielle era activista, parlamentaria del Partido Socialista y denunciante de la preocupante militarización de la ciudad de Rio de Janeiro. Su desaparición tuvo una fuertísima resonancia, más allá de Brasil, e impregnó todos los debates del Foro. En el telón de fondo de la lucha del encuentro, Brasil sigue transitando con un gobierno federal ilegítimo, apoyado por un congreso alineado con los distintos grupos económicos, mientras el poder judicial sigue pasivo cuando no es directamente cómplice de la impunidad o de acciones anticonstitucionales. Además, si bien las opiniones indican un alto porcentaje de apoyo al expresidente Lula, el acto realizado en la misma ciudad reveló un estado de movilización bastante limitado a la luz del volumen reducido de militantes del PT de Brasil y de fuerzas sindicales reunidos para esa ocasión.
Para Cândido Grzybowski, cofundador del Foro social mundial, nunca hubo tanta destrucción de derechos operada en tan poco tiempo treinta años luego de la Constitución de 1988 y en nombre del libre mercado. Millones de personas están dejadas en situación de desempleo, mientras el país vuelve a entrar en el mapa del hambre de la FAO. Un clima de odio y de intolerancia se ha instalado, luego de la ola de democratización de las últimas dos décadas, con más gente queriendo callar los defensores de los derechos humanos. ¿Por qué tantos privilegios, exclusiones, violencias, injusticias, racismo, patriarcalismo y odio con los pobres, los negros y los diferentes? Las profundas contradicciones están como nunca a la superficie, insiste Cândido, en un país donde siempre estuvieron sedimentados estos elementos. Lamentablemente, Marielle es la última víctima de una larga fila de activistas que murieron de la mano del crimen organizado y de la violencia sistémica en su lucha por una sociedad más igualitaria.
El Foro social se inició en el 2001 en un período de auge de las resistencias para buscar una alternativa sistémica a los patrones destructores y dominantes de convivencia planetaria. Su agenda se opone a la globalización productivista, excluyente, extractivista y racista. Es probablemente una de las más amplias y radicales en término de expresión de diversidades y de debate programático. Cada edición del Foro logra convocar no menos de 50.000 o 60.000 personas, procedentes de ámbitos políticos, sindicales, sociales, universitarios...etc. Sin lugar a dudas, este proceso sigue siendo el mayor espacio de convergencia transversal entre las luchas de diversas regiones. Ahora bien, hay que admitir que este ensayo no logró hasta ahora constituir una respuesta sociopolítica consistente. Es nítido observar su dificultad para convertirse en una dinámica de transformación concreta de la realidad, además de sus contradicciones en términos de formato de construcción, de corporatización de las decisiones, de atavismo de las fuerzas sociales o de izquierda, particularmente en el terreno de las articulaciones de luchas y de relaciones internacionales.
Más allá de las inevitables contradicciones y reflujos de una movilización de esta índole, tal vez el dato importante sea interpretar la bifurcación – hasta quizás el sesgo deformador - entre la realidad cambiante y el imaginario de movilización. No hay avances sin ponerse frente al espejo y emprender una lectura crítica. De hecho, se palpa una búsqueda en los participantes del Foro para tratar de situarse más precisamente en la evolución del tablero global. Este esfuerzo se hace a veces practicando un pensamiento “testimonial”, recurriendo a los argumentos de permanente conspiración imperialista y magnificando exageradamente el poder de dominación absoluta de las élites de los países centrales. Esa vía parece reforzarse actualmente frente a la demanda de certidumbres y a una ofensiva de las viejas élites conservadoras. Pero también se expresan miradas más trabajadas y sutiles de otras regiones, que no son fáciles de resumir ni de sellar definitivamente, pero que aportan a un pensamiento más actualizado.
Para sintetizarlo, diría que los espacios sociales y la diversidad de fuerzas políticas han ido experimentando un estrechamiento durante los últimos diez años, en un mundo que va tomando un rumbo más autoritario, inestable y realista a nivel de las relaciones interestatales. El período 1991-2008 fue un ciclo de globalización neoliberal. También fue un período de difusión de los derechos humanos, de emergencia de una sociedad civil transnacional y de relativa naturalización de la democracia liberal, mientras se operaba de forma más subterránea una suerte de retorno de la geopolítica. Desde más o menos 2014, hemos ingresado en un nuevo equilibrio de potencias, no idéntico a la unipolaridad estadounidense del período 1991-2008, ni al equilibrio de la Guerra fría, ni tampoco a un esquema multipolar como tal. Si bien existen grandes potencias, no existe más un orden bipolar establecido entre dos polos, ni arquitecturas regionales capaces de tener un peso determinante en la balanza. En este contexto, se van diseñando alianzas circunstanciales e imperfectas, tanto entre los promotores del statu quo liberal, los populismos contestatarios - Trump y algunos aliados transatlánticos -, o entre Pekin y Moscú cuya supuesta superioridad autoritaria frente a un Occidente decadente constituye un horizonte perturbador, pero no suficientemente estratégico. En la práctica, la diplomacia multilateral y la democracia en su forma liberal están cada vez más criticadas. Crecen las demostraciones de uso de la fuerza, muchas veces con cuerpos de substitución y con un efecto muy relativo de la disuasión nuclear. ¿Turquía, pese a ser miembro de la OTAN, no dio el último ejemplo con su ofensiva unilateral sobre los Kurdos en Siria? Se va destilando un clima cínico e impulsivo, con un papel pálido de los países occidentales, como si solo la brutalidad o el simplismo podrían responder a la complejidad global.
Este período de claroscuro ya habilitó el desarrollo de crisis en distintos países, donde parece no haber soluciones política o militar, ni fecha de cierre de los conflictos. Así es en Siria, en la República Centroafricana, Sudán, Somalia, en el norte de Uganda, en el norte del Mali, en el Yemen. Y mañana quizás podrá ocurrir en Venezuela, Pakistán, Indonesia, en Uganda, en el Cáucaso. Al final, de 300 a 350 millones de personas están posiblemente afectadas por estas situaciones de crisis duradera. A la raíz de ellas, radica muchas veces la debilidad de los Estados para tratar de resolver el legado colonial. Influye también el retorno de las rivalidades contenidas, las pretensiones nacionalistas, o la revancha de las viejas élites nostálgicas de sus privilegios y de sus imperios protectores. En el fondo, no olvidemos que la modernidad globalizadora solicita a cualquier entidad nacional de realizar una unificación de su comunidad (etno)política en el seno de su Estado. Lo queramos o no, este modo de inserción es fuente de innumerables crisis estructurales que deben enfrentar los países del sur global, en general más fácilmente superadas por las sociedades disponiendo de un fuerte espesor cultural (China, Irán, Turquía, Japón...etc). La Primavera árabe demostró cruelmente hasta que punto resisten las élites dirigentes al momento de modernizar las sociedades árabes. Hay muchos otros casos. Por más que intervengan factores externos que siempre están a la vuelta de la esquina en el mundo de hoy, el colapso que se vive en Brasil remite finalmente a esta cuestión endógena. A saber: cómo superar la heterogeneidad de sus élites y unificarlas en un proyecto de sociedad modernizada e inclusiva que pueda movilizar su pueblo.
De este modo, los movimientos sociales tienen cita con la historia. Ésta última está volviendo con toda su imprevisibilidad e inestabilidad. Nos toca «descongelar» ideologicamente nuestra visión del momento internacional que se atraviesa, enfrentar los desafíos propios y encontrar una nueva modalidad de acción sobre ellos. Todo esto incluye la agenda sobre el cambio climático o la defensa de los bienes comunes que están naturalmente atravesados por esta tendencia internacional. A la afirmación de «otro mundo es posible», se le suma la pregunta eminentemente política de saber como modificar las relaciones de fuerza en pos de modificar la arquitectura internacional. Algunos conceptos están planteados: bienes comunes globales, democracia supranacional o democracia global en red, movimiento global ciudadano. Es necesario avanzar en esta agenda.