«Mi Buenos Aires querido
cuando yo te vuelva a ver
no habrá más penas ni olvido...»

(Letra del famoso tango «Mi Buenos Aires querido»)

Admirador desde niño de los deportistas argentinos, leía con entusiasmo las revistas que mi padre compraba religiosamente los miércoles en el quiosco de diarios de San Fernando. Entre ellas El Gráfico, semanario creado en Buenos Aires por el uruguayo Constancio Cecilio Vigil en mayo del año 1918.

Para cuando yo me enteraba de las hazañas de Luis Ángel Firpo –«el Toro de las Pampas»–, El Gráfico tenía ya cuarenta años, la llamada pelea del Siglo entre Jack Dempsey y Firpo se había celebrado en New York hacía treinta y cinco, y el propio Toro de las Pampas se empinaba por las sesenta y cuatro primaveras.

En esa época era imposible no saber de Juan Domingo Perón, ni de lo que la prensa chilena llamaba despectivamente «los gorilas». Perón accedió al poder en el año 1946, promoviendo políticas que hoy los opinólogos tacharían de populistas, sin ocultar sus simpatías por el Eje nazi-fascista. Lo cierto es que fue elegido para un segundo periodo. Reasumió pues el 4 de junio de 1952, pero no terminó su mandato: un golpe de Estado promovido por la Iglesia católica y algunos «compañeros de armas» le puso fin al primer periodo peronista el 16 de septiembre de 1955. Hay quien le imputa el éxito del golpe a la incontenible corrupción del régimen peronista. De ahí en adelante «los gorilas» –dictadores militares– serían una figura frecuente de la política argentina.

Servidor intentaba comprender quién era quién, el porqué de los tanques parados frente a la Casa Rosada cada vez que un general se avinaba más de la cuenta, la secuela sin fin de «revoluciones libertadoras», los miles de muertos, la payasada y el cuento nacionalista. Muchos años más tarde, gracias a Horacio, me cayó la chaucha. Entender la política argentina no está al alcance de cualquiera: necesitas un cicerone y en la materia Horacio es un maestro.

Horacio me sugirió leer una novela de Osvaldo Soriano, destacado periodista bonaerense: No habrá más penas ni olvido. Ahí fue la luz. Me empezó a quedar claro que en Argentina no hay ni derecha ni izquierda, mucho menos un centro, sino un salmigondis indescifrable, un revoltijo tortillero en el que todos, víctimas y verdugos, son peronistas. Horacio terminó de hundir el clavo: «Che, Luisito… en Argentina no hay ideologías… ¿viste?».

Al respecto se cuenta una sabrosa anécdota: un periodista extranjero entrevistó a Perón en Madrid, durante su exilio. El periodista preguntó cómo se componía políticamente la sociedad argentina. Perón habría explicado:

«Bueno… hay un 25% de radicales, un 20% de conservadores, un 15% de socialistas, un 10% de comunistas…».

El reportero, intrigado, lo interrumpió…

«¿Y los peronistas?»

Perón:

«Ah, no, peronistas somos todos…».

¿Realidad o mito? Se non è vero, è ben trovato. Visto lo que vino después…

Si te hago el cuento es porque los sinsabores que sufre en estos días el Gobierno argentino me dejan un pelín descolocado. ¿Qué explica la brusca debilidad del peso argentino? ¿Qué razones provocan la impopularidad de Mauricio Macri, ese desamor digno de un tango?

Si vos hacés como un economista cualquiera, y te vas a ver los fundamentales, no hay por donde.

El pobre Nicolás Dujovne, ministro de Hacienda de Mauricio Macri, ofrece disculpas por un déficit presupuestario de un 3,2%, y busca reducirlo a un 2,7% en el año en curso.

Los rígidos criterios de Maastricht –sólido pilar de la fuerza del euro– exigen un déficit presupuestario del 3%. Hasta ahora Francia ha superado esa cifra, sin que el euro haya caído. Mejor aún, Francia se refinancia en los mercados financieros a tasas de interés negativas. Casi todos los países de la Unión Europea, incluyendo Alemania, han utilizado artilugios contables para simular el cumplimiento de esta ridícula regla de oro. Sin embargo, el euro se aprecia en los mercados cambiarios.

Debe ser la deuda soberana, pensé, precipitándome a verificar el monto de los compromisos del Estado argentino. Nueva sorpresa: en torno a un 28,5% del PIB en los años precedentes, a fines del 2017 la deuda pública argentina llegaba apenas a un 37% del PIB, y debiese bajar a partir del año 2021.

Para facilitar tus cálculos debo precisar que la deuda pública francesa está en torno al 100% del PIB, la de los EEUU supera el 120% del PIB yanqui, mientras la de Japón rueda por encima del 250% del PIB nipón. Ni el euro, ni el dólar, ni el yen conocen una crisis parecida a la del peso argentino.

Sobrecogido de impotencia… ¡Eureka! exclamé al recordar la muy manida «confianza», esa cachetada del payaso de la ciencia económica. Según los expertos, no hay nada peor para la «confianza» de los agentes económicos que un régimen impositivo ingrato, exigente, excesivo, confiscatorio. Ahora bien, la presión fiscal argentina se sitúa en un 34,5% del PIB, lo que cae justo, justo, en la media de los países de la OCDE, donde tampoco se verifican crisis como la que vive el país sudamericano. El régimen impositivo francés –y el danés– recogen cerca del 50% del PIB sin que haya estampida de inversionistas.

Tú me dirás que Argentina no forma parte de los países de la OCDE, y llevas razón. Lo que me confirma que en economía las mismas causas no provocan los mismos efectos, como es el caso en Física fundamental, incluyendo la mecánica cuántica.

El pobre Dujovne –que no se entera– le asegura a quien quiere oírle que reducirá la presión fiscal para traerla a un 28%. Como si fuera poco, anuncia tantos recortes presupuestarios como su homólogo chileno Felipe Larraín, lo que nos llena de estupor: Chile no conoce ninguna crisis monetaria, al menos en este momento. De dos cosas, una: o bien Felipe Larraín se cura en salud, o bien Nicolás Dujovne solo conoce las recetas del FMI. Lo más probable es que sean ambas cosas a la vez.

Chile, eminente miembro de la OCDE, ve su moneda fluctuar de manera pronunciada: en menos de un año el peso chileno puede subir o bajar hasta en un 30% con relación al dólar. Es lo que llaman «la estabilidad de la moneda chilena». Sin embargo, nadie se inquieta o eso parece.

Colijo pues que para entender lo que pasa en Argentina hay que levantarse temprano. Salir de los senderos trillados, de las explicaciones de los economistas al pedo, de los informes del FMI y del Banco Mundial, para adentrarse en la realidad.

Las políticas de la era Kirchner y las políticas de Mauricio Macri, en particular en materia económica y de solemne respeto a la banca y los mercados financieros, sin ser idénticas pudiesen ser gemelas. El programa económico de Daniel Scioli, candidato peronista derrotado, era la copia conforme del programa de Mauricio Macri.

El «gasto social» con Macri (casi 70% del presupuesto) es incluso superior al que prevaleció con Cristina Fernández, quien aseguraba sin sonreír: «Mientras haya un pobre en Argentina esta presidenta no dormirá tranquila…». Si hoy Cristina Fernández sufre de insomnio, se debe más bien a los procesos que enfrenta por acusaciones de corrupción.

Mauricio Macri y algunos de sus ministros tampoco son de los trigos limpios. Y saben usar del clientelismo que se paga con subsidios: de ahí su política de gradualismo. En su caso hay que tener paciencia: la Justicia tarda, pero llega.

Jorge Giacobbe, conocido analista, aporta algunos elementos que permiten adentrarse en la realidad argentina. Giacobbe asegura que «Mauricio ganó las elecciones para terminar con Cristina… y una vez que cumplió con eso… perdió la mitad de su electorado...». Y agrega: «El problema no es Mauricio… un 35% de la población argentina no cree en Argentina». Peor aún, «un 42% de la población cree que la corrupción no tiene arreglo… y se impone la resignación».

Giacobbe, –sin percibir hasta qué punto su análisis describe la realidad chilena–, estima que en Argentina «los personajes que protagonizan la corrupción no han desaparecido…», antes de agregar: «A la TV invitan solo a los actores y autores del desastre… Que además dan consejos…»

¿Giacobbe habla de Buenos Aires o de Santiago?

Lo definitivo, en el análisis de Giacobbe, reposa en algunas cifras. «En el año 1972 Argentina tenía un 75% de clase media, un 6% de pobres y no había indigencia. Hoy tenemos un 60% de pobres…».

A lo que conviene agregar una crisis monetaria que desequilibria a toda América Latina, brutales aumentos de las tarifas de los servicios públicos y los insumos básicos, y una significativa pérdida de credibilidad de su gobierno.

¿Dónde pasó esa Argentina que proclamaron desarrollada? La mentira disfrazó el desastre con los perendengues del éxito. Eladia Blázquez pudo componer y cantar un tango irónico: Argentina, primer mundo.

Si miras hacia atrás puedes retrazar la hilera de benefactores de la deshumanidad.

De 1971 a 1973 presidió la Argentina un tal Alejandro Lanusse, milico que llegó al trono encaramado en la serie de dictaduras que comenzó con Juan Carlos Onganía, otro gorila, y el golpe de Estado que le dieron a Arturo Humberto Illía.

En el golpe tuvo activa participación el peronismo, Perón incluido. Encumbrados miembros de la CGT –el sindicalismo peronista– asistieron a la jura de Onganía, general de pocas luces admirador de… Francisco Franco (en ese entonces Perón vivía exiliado en la España del Caudillo…).

A Lanusse le sucedió Héctor José Cámpora, explorador avanzado de Juan Domingo Perón, quien, tras un brevísimo periodo le cedió el sillón presidencial a Raúl Alberto Lastiri, ilustre desconocido que en menos que tardo en contarlo le pasó la presidencia a Juan Domingo Perón en persona (1973).

Perón, ya anciano, murió un año después (1974), lo que permitió que la presidencia cayera en manos de su viuda, María Estela Martínez de Perón, de triste memoria.

Rápidamente… Argentina regresó a los golpes de Estado. María Estela fue depuesta por Jorge Rafael Videla, otro gorila, que –curiosamente– recibió el apoyo del partido comunista.

Al asumir Videla, el Comité Central del PCA declaró:

«En cuanto a sus formulaciones más precisas (…) afirmamos enfáticamente que constituyen la base de un programa liberador que compartimos (…). El presidente afirma que no se darán soluciones fáciles, milagrosas o espectaculares. Tenga la seguridad que nadie las espera (…). El General Videla no pide adhesión, sino comprensión, la tiene».

¿Qué podía esperarse de un partido comunista que, anecdóticamente, tenía su sede encima de la tienda de Pierre Cardin? Un PC abajo, un PC arriba…

Videla mangonéo de 1976 a 1981. A este gorila le sucedieron otros simios: Roberto Viola (1981), luego Leopoldo Galtieri (1981-1982), y Reinaldo Bignone (1982-1983) quien a su vez «normalizó» la vida política gracias a elecciones que llevaron a la Casa Rosada a Raúl Alfonsín (1983-1989).

Los que saben aseguran que durante estas dictaduras el peronismo puso la mayoría de las víctimas, y a casi todos los verdugos. ¿Cómo sorprenderse si «peronistas somos todos»?

Raúl Alfonsín le entrego la banda presidencial a Carlos Saúl Menem, un tipo que quiso ponerle ruedas a Argentina para llevársela a algún otro sitio, preferentemente cerca de Miami. Menem gobernó dos periodos, o sea un total de diez años (1989-1999). Lo que no alcanzaron a robarse cayó en manos de Fernando de la Rúa (1999-2001), el tipo que –exagerando el trazo– presentaron huyendo de la Casa Rosada en helicóptero. Su periodo lo concluyó un presidente de opereta, perdón, un presidente provisional llamado Ramón Puerta (2001).

El carnaval continuó con Adolfo Rodríguez Saa (2001), que renunció, reemplazado oportunamente por otra estrella fugaz, Eduardo Caamaño (2001), y luego por Eduardo Duhalde, quien concluyó el periodo (2002-2003).

Ahí empezó la saga de los K, la llamada era Kirchner. Néstor gobernó del 2003 al 2007, y el relevo lo tomó Cristina Fernández del 2007 al 2015 (dos periodos). El actual presidente, ya lo sabes, es Mauricio Macri, ese multimillonario que tiene «una total coincidencia de valores» con un tal Sebastián Piñera.

En resumen, de Alejandro Lanusse a Mauricio Macri, en un lapso de tiempo de 47 años, se cargaron a Argentina. Lo mires como lo mires, los responsables son los mismos.

Aun cuando los Kirchner posaban de «izquierdistas» («A los que quieren correrme por la izquierda, les digo que a mi izquierda está la pared. La pared nada más, viste. A mí que no me vengan a correr por ahí», Cristina Fernández), y los milicos y José López Rega fueron lo más cercano al fascismo en VO (López Rega, factótum de Perón, fue el creador de la Triple A), lo cierto es que la figura tutelar era la misma: Juan Domingo Perón.

López Rega no hubiese podido lanzar la siniestra Triple A, ni esta hubiese podido cometer los numerosos crímenes que se le achacaron, sin la venia del General. Entre las víctimas se cuentan numerosos peronistas de izquierda, asesinados por peronistas de derecha… Los ajustes de cuentas fueron marcadamente sangrientos.

Vuelve a la memoria la frase que le achacan al general que se autodefinía como «pacifista» (sic): «Peronistas somos todos».

¡Perón, Perón, que grande sós…!
¡Mi general, cuánto valés!
Perón, Perón, gran conductor…

No sé si te queda claro. Si no es el caso, mira hacia la oligarquía que se ha beneficiado durante medio siglo del desastre minuciosamente preparado, y aun más prolijamente ejecutado. Desastre para los más, beneficio para los menos. Los argentinos tampoco han inventado nada.

Pater Noster, ora pro Argentina…