Se cuenta que cuando Fernando Henrique Cardoso llegó al poder en Brasil (1995), fue a los EEUU a pedirle ayuda económica a Bill Clinton. Brasil tenía, en ese entonces, una deuda externa de 200.000 millones de dólares. Los consejeros económicos de Clinton le habrían respondido a Cardoso:
«Presidente: los depósitos de ciudadanos brasileños en Miami suman algo más de 200.000 millones de dólares… Ud. no necesita créditos: basta con que haga regresar ese dinero a su país».
Puede que no hubiese una directa relación de causa a efecto entre el monto de la deuda y los depósitos del riquerío brasileño en el extranjero, pero la coincidencia no deja de ser perturbadora. Hacia donde mires en América Latina, el fenómeno se repite con inquietante regularidad.
Como seguramente sabes, Argentina se debate en este preciso momento con un desorden monetario espeluznante. En pocos días el Banco Central argentino subió las tasas de interés al 30% primero, y luego al 40%, en un desesperado intento de sostener la tasa de cambio del peso contra el dólar.
No escapa a tu sagacidad que no se trata del «irresponsable Maduro», ni de «la locura chavista», ni de «la dictadura bolivariana». Esto es Argentina, gobernada por un exitoso empresario multimillonario, muy amigo del neoliberalismo y de un cierto Sebastián Piñera, con el que hace unos días celebraba una muy profunda comunión de visiones e intereses.
Los Bancos Centrales suelen subir las tasas de interés para ralentizar una economía acelerada, cuyo crecimiento desmadrado anuncia subidas de salarios (efectos de segunda vuelta en la jerga de los economistas) y, por ende, la inflación. En este caso se trata simplemente de evitar que todo el mundo se precipite sobre el dólar como una suerte de salvavidas providencial, abandonando la moneda nacional en la que todo el mundo perdió la confianza. Ah… la confianza. Ya estamos.
Por ahí Karl Marx escribió que el capital es temeroso como un cervatillo –muy lejos del cuento de la adoración del riesgo– y hasta el día de hoy, ante el menor indicio de peligro, se verifica que los financieros rajan en estampida, sálvese quien pueda, los capitales y los activos primero.
En el caso de la Argentina no les puedes culpar, o bien eres un tío mala leche, un idealista arcaico, un menda rancio y extremadamente obsoleto. Me explico. Como de seguro sabes, Mauricio Macri, en medio de un desenfrenado hip hop, asumió la presidencia del país transandino el 15 de diciembre del 2015. Un año después, para «hacerle frente al desastre heredado de los Kirchner», Alfonso Prat-Gay, ministro de Presupuesto y Finanzas, celebraba el éxito de su plan de repatriación de capitales. El principio es simple y su uso muy frecuente: le ofreces a los evasores fiscales una amnistía temporal y provisoria, con tal que traigan de regreso el dinero que sacaron ilegalmente del país para eludir impuestos.
Así, el 29 de diciembre del 2016, los argentinos habían repatriado la friolera de 90.000 millones de dólares, un «record histórico» según Prat-Gay, que reivindicó el retorno de una «renovada confianza en las instituciones». ¡Aleluya!
No es menos cierto que los fondos argentinos enviados ilegalmente al extranjero, de acuerdo a las estimaciones del INDEC (instituto de estadísticas) sumaban entre 250 y 300.000 millones de dólares. Entretanto, la deuda soberana argentina llegaba a los 302.700 millones de dólares. Curiosa coincidencia, ¿no?
En medio del jolgorio, Alberto Abad, patrón de la administración fiscal, precisó que había recibido 235.000 declaraciones. El flujo de divisas reforzó las reservas monetarias de la tercera economía de América Latina después de Brasil y México. La prensa internacional saludó «el boom fiscal de diciembre, que constituye un éxito mayor para el Gobierno de Mauricio Macri». ¡Alabao!
Entre el «éxito mayor» y la diarrea de hoy transcurrió poco más de un año. Si quieres comprender las razones del desastre, cualquier economista puede ofrecerte una docena de explicaciones: las infidelidades de la «confianza», la «volatilidad de los mercados», la «guerra comercial EEUU-China», las «sanciones a Rusia», las tribulaciones de un chino en China, los corcoveos –si oso escribir– de Stormy Daniels, la incontrolable líbido de Donald y unas cuantas más.
Lo cierto es que, puestos a hablar de confianza, Juan José Aranguren, –ministro de Energía en el Gobierno de Mauricio Macri–, merece el desvío. Se trata, me encanta repetirlo, de un gobierno con el que Sebastián Piñera declara tener «una total coincidencia de valores».
Juan José Aranguren, entrevistado por el periodista Ernesto Tennenbaum, declaró muy suelto de cuerpo: «Todavía sigo teniendo mi dinero en el exterior, veré el momento de repatriarlo».
¿Y porqué Juan José Aranguren sigue teniendo su dinero en el exterior? Esto no se inventa: «Por falta de confianza» en la situación económica argentina. La entrevista, hela aquí:
Ernesto Tenembaum: «Sin ningún tipo de ánimo de acusar de nada, ¿por qué los tiene afuera (sus fondos)?»
Juan José Aranguren: «Casi toda esa inversión, ese ahorro, fue producto de una bonificación que recibí de mi anterior empleador (SHELL), en acciones de esa empresa que obviamente estaba en el exterior, y en un momento en donde la Argentina durante 3 o 4 años había un cepo cambiario… ¿para qué voy a traerlo? Hay un dicho, el que se quemó con leche ve una vaca y llora. Nosotros trabajamos para una Argentina para que eso no ocurra más».
Ernesto Tenembaum: Los que tenemos algún excedente decidimos; la plata que tengo, que no es tanta, la tengo acá…
Juan José Aranguren: Si quiere póngalo de esta manera. Si usted tiene más confianza en la Argentina que yo lo dejo con esa virtud; yo quiero trabajar para que todos recuperemos esa confianza».
Por si no lo hubiesen comprendido, Aranguren precisó las razones por las que su capital está afuera:
«Eso tiene que ver con la confianza que hemos perdido, a medida que recuperemos la confianza en la Argentina…».
Está claro que con tal Gobierno y con tales ministros la confianza va a regresar al galope. La prensa argentina no deja de aportar informaciones que ponen en evidencia los valores con los cuales Sebastián Piñera tiene «una total coincidencia»:
«De acuerdo a su última declaración jurada, el 84% del patrimonio del Ministro de Energía ($ 88 millones) está depositado en un banco extranjero. Al inicio de su gestión, estas acciones que recibió de la empresa petrolera generó una investigación por parte de la Oficina Anticorrupción (OA) ante un eventual conflicto de interés. En este punto, la Ley de Ética Pública establece en su artículo 15 que cualquier funcionario debe "abstenerse de tomar intervención, durante su gestión, en cuestiones particularmente relacionadas con las personas o asuntos a los cuales estuvo vinculado en los últimos tres años o en los que tenga participación societaria"».
Entretanto, como se dijo, «Argentina vuelve a subir las tasas de interés a medida que se desploma el peso» (Financial Times - jueves 3 de mayo). La agencia Bloomberg, especializada en finanzas, remarcó que los inversionistas cuestionan la credibilidad del Banco Central. El diario El País de España –poco habituado a criticar a la derecha– destacó que la economía argentina «está en medio de una tormenta».
Los medios de prensa del mundo le dan una especial cobertura a la situación económica argentina, en medio de una devaluación disparatada –el dólar llegó a cotizar a $23,50 en Buenos Aires– a pesar de las subidas de tasas del Banco Central (BCRA).
Lo del patriota Aranguren recuerda un cierto Laurence Golborne, cuya incipiente candidatura a la presidencia de Chile se vio interrumpida por un escándalo de dinerillos apozados en un paraíso fiscal del Caribe. Golborne, quien fuese ministro de Sebastián Piñera, no veía ningún inconveniente en llevarse sus capitales al extranjero, probablemente por «falta de confianza en la economía» nacional.
Golborne-Aranguren, «una total coincidencia de valores». Bursátiles, los valores.
Argentina es un país castigado frecuentemente por el FMI, por ser un país obediente. Una vez más el genio de los multimillonarios, de los dogmáticos del neoliberalismo, de los corruptos que ponen sus moneditas en algún paraíso fiscal mientras le exigen sacrificios a los pueblos, nos hace llorar por ti, Argentina.
Sabiendo que del otro lado de la Cordillera nos gobiernan los mismos.