Nuevamente, Costa Rica se muestra como el país más feliz de América Latina y duodécimo en el mundo. ¿Por qué estamos tan felices? La razón es religiosa. Lo que los expertos no entienden es que somos un pueblo de Dios y consideramos una ofensa interpretar nuestras vidas como deficientes. Quejarnos es como un sacrilegio.
Los ticos, sin embargo, estamos tan satisfechos que queremos morirnos. Costa Rica es el segundo mejor país de Latinoamérica para estirar la pata, aunque ocupa el puesto 29 en el mundo. Así se desprende del segundo Índice de Calidad de Muerte publicado, este martes, por The Economist Intelligence Unit y la Fundación Lien.
El estudio coloca a Inglaterra (Reino Unido) como el país que ofrece los mejores cuidados a sus enfermos, incluso hasta la fase terminal. En Latinoamérica, Chile es el país que ofrece mejor calidad de muerte a sus habitantes y ocupa el puesto 23 del índice con 58,6 puntos, seguido por Costa Rica con 57,3 puntos. De acuerdo con la clasificación por región, Costa Rica se ubica en la cuarta posición del Índice de Calidad de Muerte por detrás de Estados Unidos, Canadá y Chile, en la región de las Américas.
Estos indicadores nos hacen pensar si no será que los ticos estamos tan felices por estar vivos o por estar por irnos al otro barrio. Nuestro presidente, por ejemplo, nos prometió aumentar la felicidad pero no nos dijo si sería en esta o en la otra vida. Muchos de los que votaron por él, se mueren a carcajadas cuando él nos habla de lo felices que estamos.
Queremos morirnos porque sabemos que aquí nadie fallece de verdad. Es más, los muertos siguen vivos y los vivos estamos ya muertos.
Somos tan democráticos, por ejemplo, que en términos hospitalarios, no discriminamos. Las citas en la Seguridad Social duran tanto que, aunque hayamos pateado el balde, esperamos que nos atiendan. Una señora de 90 años, por ejemplo, recibe su cita médica para el año 2040. Nuestros difuntos siguen comiendo y consumiendo. Cientos de ellos, por ejemplo, aún cobran su pensión. Y porque uno no esté entre los vivos no significa que no se preocupe de los negocios. Tenemos muchos muertos que son presidentes de sociedades anónimas. Cuando se descubre algún desfalco o chorizo, como les decimos aquí, los demás nos enteramos que el representante legal estaba a la par de San Pedro. En cada compañía existen difuntos en la planilla, cuyos sueldos hacen que declaremos menos ingresos.
Los finados también se casan y miles de extranjeros obtienen así su residencia. Es más, los muertos se nos hacen atractivos. Nuestros jóvenes, a diferencia de otros países obsesionados por la juventud y la belleza, sienten una gran atracción por aquellos que estamos por irnos. Es muy común ver cómo políticos pensionados de 98 años encuentran el amor con jóvenes de 18. Las bodas en la unidad de cuidados intensivos son el pan de todos los días. Tanto así que los invitados ahorran enviando flores que sirven tanto para la ceremonia como para el funeral. Y si no son los ticos los felices de palmarse, ahora hasta los norteamericanos de la tercera edad vienen a nuestro país a morirse con finales felices.
Los matrimonios, por ser entre los vivos y los que no, suelen ser exitosos ya que los divorcios son poco frecuentes. Aparentemente, los fallecidos son más fieles que los vivos. Finalmente, muchas jóvenes madres solteras se dan cuenta que al reclamar la pensión alimentaria, tuvieron relaciones con finados.
Estamos tan felices que no sabemos lo infelices que somos.