Todos, en mayor o menor medida, queremos ser más listos o al menos parecerlo, posiblemente más lo segundo que lo primero. La cuestión es que muchos hemos tenido alguna vez la legítima sensación de que «aquí no cabe un tonto más» (o tonta, aunque igual esta distinción en concreto me la pasaban por alto cierto colectivos, ¿o debería decir colectivas?), lo cual me lleva a preguntarme si esta impresión es solo eso o es una realidad. ¿Será que el ser humano se está volviendo más tonto?
Hay estudios que afirman que el cociente intelectual medio de la población está decreciendo. Los bebés nacidos desde finales de los años 90 y hasta la actualidad arrojan un índice de inteligencia menor que los nacidos en fechas anteriores. El coeficiente intelectual ha descendido dos puntos cada década. Si bien los nacidos antes de esa fecha hemos respirado hondo, no estamos exentos de idiocia. Sigan leyendo.
Un genetista e investigador de la Universidad de Stanford, Gerald Crabtree, afirma que el decaimiento de nuestras capacidades cognitivas está relacionado con ciertas mutaciones genéticas adversas. Siendo esto así, la falta de brillo intelectual habría que asumirse como una catástrofe inevitable solamente digerible a base de vino y fluoruro.
Sí, digo bien fluoruro y no cianuro (si se extinguen aquellos con genes sin mutar, apaga y vámonos), pues investigadores de Harvard han descubierto que existen unas cantidades desenfrenadas de esta sustancia en su suministro de agua nacional, las cuales puede contribuir a disminuir el coeficiente intelectual de la población. Llegados a este punto, alguno pensará que ahora entiende la victoria de Trump (porque todo el que vota lo que no nos gusta, vota mal, ¿no es así?)
El caso es que estos investigadores concluyen que pueden existir efectos adversos de la exposición a fluoruros en el neurodesarrollo infantil. Pero bueno, al fin y al cabo, EEUU no es España, ¿o sí?. Resulta que en España se aprobó el enriquecimiento del agua de red en 1969 con fluororo. Y ahora alguno pensará que ya entiende cómo la gente vota a …. (puntos suspensivos a gusto del consumidor español).
Si aún creemos poder estar a salvo gracias a haber nacido antes de los 90 y de beber agua embotellada, cuidado, no nos atragantemos, pues un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences descubrió que los pesticidas están creando cambios permanentes en la estructura general del cerebro, cambios vinculados a niveles de inteligencia inferiores y disminución de la función cognitiva.
Pesticidas, retardantes de llama y derivados del bromo, cromo y flúor, presentes en plásticos, detergentes, móviles, colchones o sillones, llenan una amplia lista de productos sospechosos de dañar la salud pública, tal y como afirman científicos como Thomas Zoeller o Brenda Eskenazi, de la Universidad de California, quienes insisten en la necesidad de una regulación de estas sustancia por parte de los políticos. Grupo social, este último, sospechoso de beber agua fluorada, con pesticidas, bromo, cromo y de pensar que los demás los consumimos como si no hubiera mañana.
No podemos olvidar en esta lista de venenos invisibles al plomo. Según la OMS, el plomo es una sustancia tóxica particularmente perniciosa para el desarrollo del cerebro infantil, pues puede entrañar una reducción del cociente intelectual, una disminución de la capacidad de concentración y un aumento de las conductas antisociales.
Más de tres cuartes partes del consumo mundial de plomo corresponde a la fabricación de baterías de plomo-ácido para vehículos de motor. Sin embargo, este metal también se utiliza en muchos otros productos, como pigmentos, pinturas, material de soldadura, vidrieras, vajillas de cristal, municiones, esmaltes cerámicos, artículos de joyería y juguetes, así como en algunos productos cosméticos y medicamentos tradicionales. También puede contener plomo el agua potable canalizada a través de tuberías de plomo o con soldadura a base de este metal.
Quizá haya ahora algún progenitor horrorizado al ver a su retoño mordisqueando sus juguetes.
Pero la cosa no acaba aquí, no basta con arrebatar el juguetito al niño, pues tras realizar seguimiento de 14.000 niños, investigadores británicos descubrieron una conexión entre el consumo de alimentos procesados y la reducción del coeficiente intelectual en niños. Si los niños estaban consumiendo una dieta procesada a los 3 años, el declive del CI podría comenzar en los próximos cinco años.
Hay un ingrediente en concreto presente en los alimentos procesados y bebidas azucaradas en todo el mundo que se ha vinculado con el coeficiente intelectual reducido: el jarabe de maíz rico en fructosa. Parece reducir su aprendizaje y su memoria. ¿Algún profesor leyendo este artículo que tras ver a los jóvenes merendando en el patio ahora lo entienda todo?
No era mi objetivo aburrir o asustar al lector potencial con multitud de estudios sobre nuestra involución como raza pensante, sino más bien traer una explicación que ofrezca paz a los supervivientes de la estupidez reinante, y un poco de humor en tono irónico e incluso sarcástico. Al fin y al cabo, como decía Voltaire:
«la idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás».
Y si alguien observa ofensa, que deje de beber agua del grifo, de consumir productos procesados y que aleje el plomo de su vida.